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ALEXANDRE Y BELCEBÚ, por José Biedma López

 Alejandro desciende a las profundidades marinas en un primitivo submarino. Manuscrito oxoniense iluminado por Jehan de Grise (s XIV).
Alejandro desciende a las profundidades marinas en un primitivo submarino. Manuscrito oxoniense iluminado por Jehan de Grise (s XIV).
jueves 18 de febrero de 2021, 12:16h
 Folio 45v del Manuscrito de Osuna del Libre de Alexandre (s. XIII).
Folio 45v del Manuscrito de Osuna del Libre de Alexandre (s. XIII).

“El rey Alexandre todavía subía,

a las veces alzaba, a las veces premia,

allá iban los grifos donde el rey quería.”

En las primeras décadas del siglo XIII un clérigo hispano culto escribe el Libre de Alexandre en versos de catorce sílabas repartidos en estrofas de cuatro versos monorrimos (cuaderna vía), un largo poema dedicado al legendario emperador macedonio Alejandro (hoy nombre de moda) llamado Magno o el Grande porque conquistó Persia y llevó sus ejércitos victoriosos hasta la India, antes de morir en Babilonia en 323 antes de Cristo.

Alejandro fue de verdad discípulo del filósofo Aristóteles (muerto en el 322 a. C.) o, como interpreta el autor, fue instruido por Aristóteles en los saberes y artes “de clerecía”. Ciertamente, con este libro de aventuras épicas se estrenó en Castilla el Mester de clerecía, opuesto al oficio juglaresco por su mayor pretensión didáctica y moralizante. La intención del libro es propia de un “espejo de príncipes”, es decir, de una guía de comportamiento para el noble gobernante y, por extensión, para cualquier caballero cristiano.

Su estilo solemne contrasta con el de los Cantares de gesta, aunque también se cuentan en él fantásticas gestas o hazañas del emperador, al que el autor anónimo convierte en un anacrónico caballero andante con un ojo verde y otro bermejo. No se trata de un roman courtois (novela cortés), porque falta el elemento erótico, el amor fino de los trovadores occitanos. Algunos críticos atribuyen la obra a Gonzalo de Berceo, otros a Joan Lorenzo de Astorga.

Carlos García Gual prefiere considerar la obra anónima y dice que tal vez sea la más interesante de su época. “Un auténtico lujo de la literatura medieval española”, afirma J. Cañas. No le falta de nada: el Oriente fabuloso, la guerra de Troya, una visita a los infiernos, árboles parlantes, ascensiones al cielo en una cesta tirada por grifos y una inmersión al fondo de los mares en una bola de vidrio…, todo ello adobado con toques realistas, observaciones pintorescas, giros coloquiales, notas irónicas y léxico variopinto.

No siendo un libro de caballerías, es un precursor de todos ellos, pues pinta a Alejandro como caballero medieval emparentado con los héroes carolingios y los caballeros de la artúrica Mesa Redonda. Es un conquistador audaz, soberano del universo, dominador irresistible e invicto guerrero. La fortuna lo mima para luego precipitarlo a la nada al resultar envenenado en un palacio de Babilonia con treinta y tres años, la edad de Cristo.

La misma Naturaleza, personificada, estaba tan espantada de su osadía y de su avance incontenible que, con la anuencia de Dios, también receloso, baja a los infiernos y solicita la ayuda del Diablo para acabar con el héroe. Es la hybris pagana o la soberbia cristiana, que debe ser castigada. Para nada se asombra el autor de la entrada de Naturaleza en los infiernos, una idea bastante heterodoxa, casi gnóstica.

La queja de la Naturaleza ante los avances conquistadores del hombre suena extraordinariamente contemporánea. Natura se haya desamparada: “Mas tornemos a ella, hagámosla pagada, / entendamos en ella hasta do sea acabada”. En la puerta del Infierno con el rostro embozado llama Naturaleza a Belcebú que, por cortesía, cambia de hábito para que la señora Natura no se espante, recuperando su facha antigua y angelical: “Señora, qué os trae por aquí –pregunta el demonio- nunca os pensé ver en este lugar”…

“No quería Natura morar largo en tal sentina / pues toda era llena de mala calabrina”, así que cuenta al Diablo rápido que nada puede ella contra la amenaza de Alejandro: “soberbioso varón que al siglo ha echado en gran tribulación”, pues venció al rey de India (Poros) y al de Babilonia (Darío). Ni los reyes le aguantan ni las sierpes o las bestias le pueden domar y “temen la su espada todos de mar a mar / no hay hombre nacido que le pueda contrastar”. En efecto, no contento con haber escudriñado mares y aires, cuenta Natura que también quiere Alejandro venir a los infiernos para conocerlos y dominarlos: “Dice que los infiernos quiere venir a escudriñar / todos los secretos naturales quiere espaladinar”. “Espaladinar”, es decir, declarar, explicar con claridad, de “es” y “paladino”, romance paladino como prosa corriente y lengua común que habla cada cual con su vecino, parafraseando a Berceo.

La pasión dominadora de Alejandro está asociada al conocimiento que representa su maestro Aristóteles, y parece ciertamente hecho histórico que Alejandro mandaba al Liceo, la escuela de su maestro, animales y plantas exóticas para su estudio con emisarios desde sus remotas expediciones. Y es que, como escribió Gracián “quien ha comprendido a otro está en condición de dominarlo”, aunque este otro sea nada más y nada menos que la poderosa Naturaleza, considerada en su conjunto. Convierte así el clérigo artista a su protagonista en paradigma de humanidad, sobre todo de humanidad occidental, tan bien representada igualmente por el afán de aventura de Odiseo, del Ulises peregrino enfrentando, conociendo y venciendo fuerzas naturales que se transfiguran imaginativa y artísticamente en monstruos y hechiceras.

El peligro es –cuenta Naturaleza a Belcebú- que el emperador podrá llegar a encadenar tanto a ella, Natura, como al mismísimo diablo si no se le paran los pies a tiempo. Nuestro autor parece dividido entre su admiración por el afán trascendente de Alejandro de ir más allá de lo natural explorando y dominando lo desconocido y la condena por su pecado de soberbia codiciosa, sanción y pena de muerte merecida por creerse por encima de Naturaleza. Es como si el clérigo lidiara aquí con el poeta. Los críticos discuten todavía si Alexandre se salva o se condena: “la evidencia del poema a este respecto es imprecisa”, dice Deyermond.

Para facilitar el auxilio de Belcebú, Natura le recuerda que cuando le echaron del Cielo por insurgente y caía maldito sin tener donde refugiarse, ella le dio un lugar que habitar en las profundas cavernas de la Tierra. Ha llegado el momento de pagar aquella deuda ayudando a Naturaleza a acabar con Alexandre.

Brama don Satán y cita al Consejo infernal para hacer público el peligro que se cierne sobre el inframundo, pues el fiero y noble rey de los griegos a hombres, bestias y monstruos ha vencido y con el poder logrado ha enloquecido: “que miedo y vergüenza todo lo ha perdido”. Y como ya no cabe en el mundo quiere explorar sus antípodas infernales, liberar a las almas pecadoras y encadenar a toda la diablesa jauría de ángeles rebeldes. Belcebú se espanta porque no sabe si esta amenaza es la que cuentan las Escrituras que acabará con su reinado.

Por fin y tras morderse unos diablos a otros, como suelen hacer los malos, una criada de Belcebú, a la que llamaron Traición desde chiquilla por su cara alegre y voluntad perdida, que creció con mano izquierda escondida y bien abastecida de malas medicinas…, la diabólica Traición, como digo, se ofrece para acabar con Alexandre envenenándolo con el auxilio necesario de un conde sedicioso, Antipater, al que tiene ya engolosinado Traición con sus juveniles encantos.

Y así Alejandro Megistón, el Grande o Magno, el rey que quiso estar por encima de todo conociendo y dominando a Natura y al mismísimo Diablo, entregó su alma a Dios en mitad de una borrachera babilónica, incapaz como fue de dominar su propia naturaleza, tanto su orgullo como su “cobdicia”, palabra que no sólo significa avaricia, sino también “falta de mesura” y “añoranza de las cosas prohibidas” (Deyermond).

Su fatídico y temprano final sucedió después de que Alexandre inseminara con cortés diligencia a Talestris, la fogosa y feroz reina de las amazonas…, pero esa, aunque también esté contenida en el Libro de Aleixandre, es otra historia.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
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