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¡LO QUE VALE UNA VIDA! (En memoria de Rafael Juárez, poeta), por José Biedma López

Grabado de Claudio Sánchez Muros, en Emblemas y Conversaciones (1982) de Rafael Juárez.
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Grabado de Claudio Sánchez Muros, en Emblemas y Conversaciones (1982) de Rafael Juárez.

“Ahora tu ausencia es un balcón: me asomo…”

¡LO QUE VALE UNA VIDA! (En memoria de Rafael Juárez, poeta), por José Biedma López

Descubrí los grandes y contundentes poemas de Gil de Biedma, sobre todos “Pandémica y Celeste”, porque los recitaba de memoria el compañero y poeta de Estepa: Rafael Juárez Ortiz. Dos años mayor que yo, cursábamos los mismos estudios de Filología Hispánica y Rafael era un referente para mí por sus conocimientos y por su independencia intelectual.

Se hizo librero en Granada, propietario de un templo de dos pisos para lectores consumados: Al-Andalus, justo enfrente de la Facultad de Derecho y cerca de El Pibe, donde un argentino vendía en un cuchitril las mejores hamburguesas de Granada con chimichurri, regadas con un tercio voll-damm, todo a precio razonable. Luego, Rafael y un servidor nos perdimos de vista. Cada uno a lo suyo, o a lo de todos, yo a las armas en un campamento remoto de El Reino de las Libélulas, él editor del Ayuntamiento y la Diputación de Granada, luego Secretario del Patronato de la Fundación Francisco Ayala…

Y ahora me entero, por enlace de su amigo, el extraordinario poeta Antonio Carvajal, de que Rafael Juárez ha muerto. Murió en Madrid en 2019, tempranamente porque apenas rebasaba los sesenta que, como los veinte del bolero, también son nada. Seguro que cayó víctima de esos males que no nombramos y que nos consumen sin remedio. ¡Al diablo, ni nombrarlo! Indago y anoto que casó con una filóloga eminente, también escritora, Pilar Mañas, con la que tuvo un hijo, y me alegra saber que Estepa, su ciudad natal olorosa a mantecado todo el año, ha decidido bautizar con su nombre una calle.

Busco en mi biblioteca sus primeros poemarios: La otra casa, firmada para mí por su autor un siete de mayo de 1980 cuando, por decirlo con uno de sus versos “aullaban los vencejos pródigos”. Dedicó su debut libresco a sus padres. La suya me pareció en su día una poesía hermética, pero ahora me ponen los vellos de punta dos versos que tomo por moira kaké, por augurio nefasto: “Pero volveré pronto / al sumidero de tu trono”. Tienen mucho los poetas de profetas. Por entonces ya sabía Rafael que “no hay más desastre que el paso del tiempo”. Como colofón de La otra casa, Álvaro Salvador definía la escritura de Rafael como “poesía de la experiencia”, que busca conocimiento a partir de las sensaciones que proporcionan las vivencias, y como “culturalismo entrañable”, pleno de nostalgia y de “spleen”, esa categoría bodeleriana intraducible pero que ya usó Tomás de Iriarte en su poema “El esplín”:

Es el esplín, señora, una dolencia

que de Inglaterra dicen que nos vino.

Es mal humor, manía, displicencia,

es amar la aflicción, perder el tino,

aborrecer un hombre su existencia,

renegar de su genio y su destino,

y es, en fin, para hablarte sin rodeo,

aquello que me da si no te veo.

No era Rafael un hombre malhumorado, sino todo lo contrario, ni aborrecía su existencia y, desde luego, valoraba la vida (v. infra: “lo que vale una vida”). Aquel crítico veía también en sus poemas ecos de Machado, Cernuda, Caballero Bonald, Cavafis… En 1982 publicó Rafael Juárez en Granada Emblemas y Conversaciones como “versos en los que ardan las palabras”, “las palabras, lento vuelo de estatuas ateridas”. La espalda del silencio, la soledad como impulso, la nieve como destino. Poemas que celebran la belleza:

Una rosa de niebla cada noche

florece en tu jardín. La envía el tiempo.

Sus pétalos se abren cotidianos,

irreales y tiernos,

húmedos y mortales,

pues son un don a tu belleza.

Celebra la belleza para lamentar enseguida su ausencia, “tu ausencia de ahora”, ese balcón al que se asoma, cuando “me asomo a la cubierta de tus ojos / y junto al faro de tu voz no brilla / una canción”.

No conozco la poesía posterior de Rafael Juárez que, al parecer, evolucionó hacia el clasicismo y hacia mejores transparencias vuelta más clara. Álvaro Valverde en su reseña de El Cuaderno recuerda los títulos de otros poemarios suyos: Las cosas naturales, Aulaga (ya florecen salvajes junto a los caminos altos de Sur), La herida, Lo que vale una vida y Medio siglo; y sus Antologías: Para siempre y Una conversación en la penumbra. A esta lista hay que añadir el libro póstumo: Todas las despedidas, que aúna el aire clásico con un puntito de ironía y sutil sentido del humor.

Al final de su vida, Juárez explicaba su intención de escribir una poesía directa, destinada a formar y mantener la emoción que pueda ser revivida por cada lector. Era consciente de que, alojados en nuestra memoria, los versos nos mejoran porque amplían nuestra percepción de la realidad…

Estoy en esa edad en la que un hombre quiere,

por encima de todo ser feliz, cada día.

Y al júbilo prefiere la callada alegría

y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.

Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa

-cada vez menos tiempo para las mismas cosas-

y elegir las que valen una vida: las rosas

y los libros de versos, y el viaje y la casa.

………

(De Lo que vale una vida)

Descanse en paz el probado amigo y poeta.

Del autor:

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

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