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ISEN-CARTAGENA. PROGRAMA GLOBAL SECURITY CHALLENGES. PRIMERA CONFERENCIA

"El mundo que viene", por Javier Rupérez, Embajador de España y Patrono de FAES

'El mundo que viene', por Javier Rupérez, Embajador de España y Patrono de FAES
miércoles 16 de diciembre de 2020, 12:04h

Es tal la interrupción de la vida nacional e internacional como consecuencia de la pandemia que la reflexión de los que todavia guardan la lucidez para hacerla se multiplica en cauces diversos, básicamente concentrados en un par de capítulos. El primero intenta bucear en el pasado remoto o reciente para encontrar situaciones parecidas y deducir las lecciones correspondientes.

'El mundo que viene', por Javier Rupérez, Embajador de España y Patrono de FAES

El segundo es prospectivo y busca una respuesta a la inevitable pregunta: ¿cómo será el mundo una vez superada la urgencia sanitaria? Del primero, cosas se podrían haber aprendido de la historia no necesariamente bíblica, y bastaría con releer “La Peste” de Albert Camus para comprobar que en los años cuarenta del siglo pasado se tenía constancia de lo que era una epidemia y de sus consecuencias sobre la ciudadanía. Es evidente sin embargo que las lecciones no habían sido interiorizadas. Son múltiples los aspectos que el COVID19 ha descargado sobre la sorprendida humanidad, cogida de improviso ante una catástrofe cuyos extremos sanitarios, sociales económicos y políticos no constaban, o habían sido borrados, de las memorias de los hombres. Y sobre el segundo existe una cierta tendencia a caer en el milenarismo de circunstancias: el mundo dejará de ser como es actualmente y tendremos que acomodarnos a nuevas formas de vida y de relación. Las variantes del tema oscilan entre el temor a un futuro cataclismático y letal y, en el otro extremo, la visión idílica del “aquí no ha pasado nada” o “la vida sigue igual”. Entre medias se situaría la noción interesada o pragmática, según quien la profese, de la “nueva normalidad”, que profetiza un formato diferente pero en algo similar al que detrás habremos dejado.

Henry Kissinger publicó el 3 de Abril, en el “Wall Street Journal” un breve texto que aborda la segunda de las cuestiones partiendo de la dificultad de encontrar parangón personal en la respuesta a la primera: sólo en su experiencia como soldado americano en la batalla de las Ardenas en 1944, con todas las incertidumbres del momento, halla algún paralelismo. Pero su dictamen sobre el futuro es terminante:” el mundo nunca será el mismo después del coronavirus” porque “las alteraciones políticas y económicas [debidas a la pandemia] durarán generaciones” y para superarlas advierte la urgente necesidad de difuminar las barreras nacionales y de concebir y desarrollar “un programa global de cooperación”. Es dificil no estar de acuerdo con las pautas de comportamiento que propone para articularlo: una radical mejora en la respuesta a las enfermedades infecciosas, arreglos urgentes y fundamentales en el funcionamiento mundial de la economía y el “mantenimiento del orden liberal internacional” en el que la “prosperidad depende del comercio mundial y de la libertad de movimientos de las gentes”. Es la suya una prospección tan dramática como posibilista: es imprescindible el realismo en el juicio desapasionado y grave sobre el alcance del drama pero las recetas para superarlo, bien que acomodadas a las nuevas experiencias y reforzadas en su resistencia, ya estaban alli y son suficientemente conocidas.

Richard Haas, Presidente del “Council for Foreign Relations” en Nueva York, publica en “Foreign Affairs” del 7 de Abril una largo y meditado artículo de análisis sobrio y conclusión atormentada: la crisis del COVID19 no acabará como lo hizo la II Guerra Mundial, con un impulso institucional y unificador debido en gran parte a la voluntad y a la capacidad de los Estados Unidos sino más bien, en un terreno parecido al final de la I Guerra Mundial, con unos acuerdos de paz que no contaron con la presencia americana ni supieron suscitar una voluntad de cooperación universal y con un desarrollo caótico de nacionalismos y totalitarismos que condujeron precisamente a otra confrontación bélica. Aun reconociendo no tener las claves para la descripción geopolítica posterior al virus - ¿más China, menos China, más democracia, menos democracia, más nacionalismo, menos nacionalismo? - es la de Haas una descripción sombría que ciertamente no invita a la contemplación inane, del tipo “tras la calamidad, todo sigue lo mismo, aquí no ha pasado nada”.

Me quedo con el análisis de Haas y con las recetas de Kissinger. No cabe olvidar las deficiencias del presente pero tampoco olvidar las realizaciones en que la historia le había situado: unos niveles de generalización democrática, de estabilidad política, de cooperación internacional, de prosperidad económica y social que, aun siendo relativos, significaban, con todo, los niveles más elevados que la humanidad habia nunca conocido en esos y otros terrenos. ¿Es la pandemia una maldición satánica que conseguirá acabar con las libertades y con los progresos sociales de la humanidad? ¿Han dejado de existir las capacidades nacionales e internacionales de gobiernos e instituciones, de corporaciones públicas y privadas, de asociaciones y grupos cívicos, que pudieran hacer frente a las mortales consecuencias del virus, dibujar sus prevenciones científicas y sanitarias, reparar los huecos económicos de la calamidad y al mismo tiempo mantener las reglas básicas de funcionamiento del internacionalismo liberal? El revuelo de una pandemia que ha tenido su origen, según parece, en los “mercados húmedos” de China, o en sus laboratorios epidemiológicos, no debería poder acabar con la civilización, tal como hasta ahora la conocíamos y apreciábamos.

Cifras preocupantes para la evolución de la economía mundial

Y no es el que panorama se preste fácilmente al optimismo. El “World Economic Outlook” del Fondo Monetario Internacional publicado el 14 de Abril, ofrece unas cifras harto preocupantes para la evolución de la economía mundial como consecuencia del coronavirus. En el caso de España las cifras lo dicen todo: de un crecimiento del 2% en el PIB de 2019, pasaremos a un 8% negativo en 2020 para crecer un 4,3% en 2021; y el paro, que habia conocido la ya alta cifra del 14,1% en 2019 pasará a un 20,8 en 2021 para quedarse en un 17,5% en 2022. Por su parte, el déficit fiscal sería de un 9,5% en 2020 y de un 6,7% en 2021 mientras que la deuda alcanzaría los insólitos niveles de 113,4% en 2020 y de 114,6% en 2021. Son cantidades que España no conocía desde 1902. El Instituto Nacional de Estadística confirmaba la tendencia, registrando una caída del 5,2 % del PIB en el primer trimestre de 2020. El Gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en una comparecencia ante la Comision de Asuntos Económicos del Congreso de los Diputados el 18 de Mayo, ofreció cifras todavia más negativas: la caída del PIB español durante todo el año 2020 podria oscilar entre el 9,5% y el 12,5%, mientras que el endeudamiento público, en algunos supuestos, podría llegar hasta el 120% No es necesario traer a colación la miríada de dramas personales y colectivos que esas cifras encierran para hacerse idea de sus repercusiones en la vida y en el futuro inmediato y mediato de toda la nación y de sus ciudadanos. Y también para comprender que la duda metódica de todos los Haas que en este mundo existen tiene su justificación y llamada.

La pandemia ha llegado en un momento confuso de las relaciones internacionales. El cansancio de los Estados Unidos para seguir ejerciendo el liderazgo mundial, ya patente bajo la presidencia de Barack Obama, se ha multiplicado exponencialmente bajo la de Donald Trump, un nacionalista empedernido sistemáticamente dedicado a poner en duda la trama de relaciones que en su mayor parte habían configurado la estabilidad mundial en los ultimos setenta y cinco años, los trascurridos desde el final de la II Guerra Mundial. Y China, entre tanto, ha llegado a convertirse en la segunda potencia económica mundial sin abandonar esquemas autoritarios de poder pero al mismo tiempo comenzando a ejercer una voluntad de presencia e influencia hasta hace una década por completo desconocida. El tercer gran elemento de referencia internacional, la Unión Europea, ha sufrido por primera vez en su historia las consecuencias de una retirada, la del Reino Unido con el Brexit, mientras que la coherencia interior a 27 muestra fisuras significativas políticas entre el Este y el Oeste, con el grupo de Visegrado, y entre el Norte y el Sur, con la nueva Liga Hanseática. El sistema de acuerdos multilaterales en lo fundamental diseñado desde 1945 ha sufrido también fragilidades varias, unas debidas a la misma composición de los sistemas -como se ha podido observas en el funcionamiento de las Naciones Unidas- y otras herederas de las reticencias de algunos de sus miembros más caracterizados, en especial los Estados Unidos de la era Trump. De manera que el mundo feliz que con alguna razón describió Francis Fukuyama en el “Final de la Historia”, tras la desaparición de la URSS en 1991, y que mal que bien se prolongó durante una década, hasta el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York en 2001, ya antes de que la pandemia golpeara era un espacio con no pocas incertidumbres y otras tantas tentaciones : las puestas de manifiesto por los rebrotes del nacionalismo populista en algunas partes del mundo seguido por una paralela caída en la confianza hacia la democracia; en paralelo, y como consecuencia, el debilitamiento parcial de los grandes núcleos de colaboración internacional en lo político y en el terreno de la economía y de la seguridad, como la OTAN y la UE; sin por ello olvidar a los practicantes de las diversas formas de las “guerras híbridas”, trátense de los militantes del terrorismo islámico o de los sistemáticos practicantes de las “ciberguerras” que, como Rusia, intentan paliar sus debilidades con el decidido interés en sembrar la fragilidad y la fragmentación en los tenidos por adversarios.

La respuesta sanitaria, económica y política a los efectos del COVID19 ha estado caracterizada en sus momentos iniciales por la confusión dispersa de las fórmulas nacionales -pronto inclinadas a formas de enclaustramiento personal y tribal- y por la incapacidad de las instituciones multilaterales para encontrar consensos en las fórmulas y decisión en sus propuestas -paralizada la ONU y reducida en su credibilidad la OMS-. Ausente el liderazgo internacional que al final de la II Guerra Mundial encarnaron los Estados Unidos, sociedades y países han optado por un “sálvese quien pueda”, solo remediado en los segundos meses del ataque vírico por las iniciativas puestas en marcha por la UE-de la que es buen ejemplo el llamado plan Merkel- Macron para la reconstrucción continental- y por un claro avance en las investigaciones científicas tendentes a descubrir y poner masivamente en funcionamiento una vacuna que acabe con la difusión y la misma existencia del terror. Pero entre tanto las fronteras nacionales han vuelto a cobrar una corporeidad que parecía relativamente desvanecida hace apenas unos meses, las diversas fórmulas de enclaustramiento y las maneras en que se han convertido en obligatorias han dado nacimiento a los olvidados miedos en las relaciones entre personas, grupos y naciones y, en paralelo, formaciones políticas con tentaciones totalitarias, a izquierda y a derecha, han intentado resucitar las funestas practicas dictatoriales de los fascismos y comunismos que en el pasado fueron y de nuevo pretenden tomar vigencia. Y necesario es recordar entre tanto que las incertidumbres habituales en el funcionamiento de las democracias occidentales se han visto agravadas por un conjunto de factores de variado y alternativo alcance: las elecciones presidenciales americanas tendrán lugar en Noviembre de este año y el virus, en una previsión optimista, podría contribuir a que Trump dejara de ser el inquilino de la Casa Blanca, pero algunos de los liderazgos europeos -España, Italia, Reino Unido- configuran posiblemente la peor de las capacidades para la peor de las historias.

El futuro no está escrito y depende en definitiva de las voluntades de individuos y naciones para configurarlo. No caben aquí los profetas de calamidades ni los optimistas de vuelo corto sino los realistas que han interiorizado las lecciones de la tragedia sin por ello abandonar los ideales para una reconstrucción. La clave del futuro está tanto en el adecuado análisis de los efectos de la peste y las mejores maneras para atajarlos a corto plazo como en los adecuados recordatorios sobre como enfocar el renacimiento en el medio y largo. Y es en este último terreno donde deben ser rechazados los cantos de sirena de los que reclamando “justicia social” y “estado de bienestar” ocultan su preferencia por un marco estatalizado en la economía y autoritario en la política. El último triunfo de la pandemia sería propiciar la vuelta a sistemas sovieto/bolivarianos impregnados de reclamaciones tribales. En ello llevaría razón Haas: un pésimo final para el conflicto y una premoción del próximo. Seguramente el mundo no será exactamente el mismo y para adivinar su configuración debamos esperar un tiempo que posiblemente nos llevará al menos al 2023, pero es retorcido suponer una alteración fundamental de las reglas que hicieron posible el buen espacio de ayer: la democracia representativa, la economía social de mercado y el internacionalismo liberal. En la lista de los buenos deseos y del trabajo para alcanzarlos hay que incluir el retorno de los Estados Unidos al liderazgo del mundo libre, la contención del libre y pecaminoso deambular de China -y su hoy fiel acólito Rusia- por las praderas del comercio mundial y los conflictos regionales, el reforzamiento de los lazos entre los miembros de la Unión Europea en una perspectiva progresivamente federalizada y la revitalización de las instituciones y acuerdos multilaterales en todos sus ámbitos, trátese de la ONU, la OMS, el FMI, la OMC, los acuerdos de Paris sobre el cambio climático o los relativos a la desnuclearización de Irán, entre un largo etcétera.

Voluntad de cooperación

Hay salvación pero el trabajo para obtenerla debe fundarse en una abierta, decidida y profunda voluntad de cooperación que trascienda intereses y fronteras nacionales y en la profundización y mejora de la “normalidad” sin adjetivos que todavía conocíamos y razonablemente apreciábamos hace apenas seis meses. El resto, en su mayor parte, no pasan de ser interesadas versiones apocalípticas de la realidad. De su efectivo desmontaje depende ahora la libertad y la prosperidad de la ciudadanía. Y de que la pandemia, en la medida en que puede y debe ser contemplado como un conflicto generalizado, en su terminación se parezca más a los acuerdos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial que a los que no acertaron a dar adecuado carpetazo a la Primera.

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