Así, alfeñique, jamacuco, baldear, terapéutico, lisonjero, baladre, alba, aurora, cante jondo, frijol, la fetén, son palabras casi universales que fluyen como un gran río en el devenir de la Historia.
Si tuviera que elegir una palabra de entre todas las que conozco, quizás elegiría armonía, pero también esmeralda, aurora, blanquear, transparente, hipopótamo o metamorfosis. Sí, quizás me decantara por metamorfosis, y, si un epíteto tuviera que añadir, optaría por prudente. Metamorfosis prudente, cambio sosegado, evolución de los sabios, me dijo una vez mi padre. Y con ese vivo recuerdo de hace apenas unos años la cabeza se me va a los telediarios y a ese estúpido esfuerzo de políticos y docentes por crear artificialmente un lenguaje inclusivo que siempre ha existido de forma elegante y que ahora pretenden inventar con desdoblamientos continuos que entorpecen el habla.
Elegante es la palabra juez, como lo es concejal o presidente seguida de un artículo, sea cual sea su género. Ninguna palabra más directa e inclusiva que “todos”, mas, por un puñado de votos, nos tratan a las mujeres como carnaza electoral haciendo que algunas se crean más importantes por el empleo de eso que en latín llamábamos flexión nominal (o declinación) de las palabras variables.
Y dejando de lado la elegancia, la economía, la exquisitez y la inmediatez del discurso, si siguiéramos buscando la palabra más bonita del mundo ¿Por cuál continuamos? ¿Apuntamos paz, nostalgia, sendero? ¿Empezamos de nuevo?