El veranillo de San Miguel y los primeros días de octubre han llegado con temperaturas óptimas que invitan al baño, sin embargo, nadie por esta zona se atreve a introducir ni un solo dedo en estas aguas marrones con olor a cieno y cloaca en la que las algas han cubierto la arena o emergen como bosques marinos.
Quienes siempre hemos sido leales a este mar, ahora envenenado, seguimos esperando que regrese la transparencia de otros tiempos, pero el tiempo pasa y las soluciones o no se dan o se estancan en oficinas administrativas y judiciales. Ver convertido en un estercolero el mar donde aprendí a nadar, el mar donde de pequeña jugué a pasar por debajo de los pantalanes o donde, al grito de ya he visto otro, tomábamos en nuestras manos berberechos y caballitos de mar, se ha convertido en un lamento de masas que no sofocaremos hasta que veamos soluciones reales que no admiten más demora.
Esta mañana he regresado al paseo marítimo de Los Nietos: amén de unos bonitos caballos de mar de colores que recrean una ya casi perdida tradición azulejera, incontables baldosas rotas y excrementos de perro, se han convertido en la única bienvenida del viandante.
Hoy, con las celebraciones del Día de la Hispanidad de fondo ha hecho calor, y el suave viento de Levante, que hace años hubiera invitado a un chapuzón agradable, sólo ha traído consigo una ponzoña de algas malolientes y un légamo pegajoso que invita a llorar.