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EL LYCOFRÓN DE LICOFRÁN, (Diario de clase), por José Biedma López

EL LYCOFRÓN DE LICOFRÁN, (Diario de clase), por José Biedma López
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lunes 29 de marzo de 2021, 14:28h
EL LYCOFRÓN DE LICOFRÁN, (Diario de clase), por José Biedma López
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Una de sus voces sale del espectro de una Antigüedad perdida, es el del sofista Lycofrón cuyo nombre da título a la obra, presunto discípulo del gran retórico siciliano Gorgias de Leontini, y del que apenas nos queda mención de su punto de vista en algunos textos clásicos. Este diario de clase resulta una introducción extraordinariamente original a los saberes fundamentales de la Filosofía académica: lógica, ontología, teoría del conocimiento, filosofía del lenguaje, filosofía política…

El Lycofrón de Licofrán (pseudónimo que le recomiendo adopte a Francisco J. Fernández como autor y potente jugador de ajedrez) está muy bien escrito y editado por Círculo Rojo y hace bueno el dictamen kantiano de que no se puede (ni se debe) enseñar filosofía, pues hay muchas filosofías y, si enseñamos una de ellas, menos bien adoctrinamos, sino que sólo se debe enseñar a filosofar, dicho más sencillamente, animar a pensar autónomamente. ¡”Ahí es ná”!, que es como decir por lítotes que pensar bien y hablar bien ya es mucho, es bastante y es raro, y a ello intenta conducir la obligación académica que impone este profe a sus alumnos: la de crear un diario de clase que sustituya a los convencionales y angustiosos exámenes y que incentive el razonar creativo y la memoria de sus alumnos, entre los cuales se encuentra su hija Miranda.

Formarse –decía Hegel- es elevarse hasta la generosidad del concepto, pues el concepto y las ideas todo lo abarcan, y el concepto de Ser (existencia), el más general, es fundamental a lo largo de toda la historia de nuestro pensamiento, incluso en su forma negativa: no-ser, nada (nihilismo). Es muy valiente el autor, no desdeñando –contra corriente- la cuestión del Ser y del Ente, es decir, la cuestión ontológica, como suele hacerse desde la llamada “crisis de la metafísica”, en beneficio de temas “de actualidad”: la perspectiva de género, el cambio climático, la eutanasia o el impacto de las nuevas tecnologías… Mejor consigue Licofrán hacer actual lo eterno. ¿Acaso lo del cómo pensar no es cuestión prioritaria al qué pensar? ¿No es la ciencia cuestión de método? Por lo tanto, no es cuestión de tratar filosóficamente la “actualidad” (esa realidad cercenada por los Medios), sino de devolver a la actualidad las grandes cuestiones relativas a las ideas, pues la filosofía es fundamentalmente eso: ciencia de las ideas.

Los grandes temas de la filosofía van desplegándose en el diario de Clitofonte, que así llama el profe a su alumno sobresaliente, comentados por el mentor: las categorías, los predicables, el problema de los universales… Se salta con naturalidad de Aristóteles a Darwin o Freud, de Platón a Russell o Wittgenstein, de Leibniz a Hannah Arendt, y un bolero de Machín o la disquisición bizantina sobre el sexo de los ángeles puede servirnos de pretexto para aprender una prueba deductiva estrictamente formal y lógica. También podemos relacionar los monstruos que aparecen en la naturaleza, como un borrego con dos cabezas o un magnífico Pegaso, con la naturaleza de la multiplicación (cruce) o con el principio de individuación.

Francisco J. Fernández (Licofrán) fue también autor de un excelente libro sobre ajedrez y filosofía, así que “el juego de los reyes” sirve también de motivo educativo en este paradigmático diario de clase. Tampoco faltan castizas comparaciones tauromáquicas: “decidió empezar la faena por ese pitón”. La reflexión filosófica se abre aquí a la literatura universal, pues, citando a Shakespeare y como dice Romeo: “ninguna filosofía puede hacer una Julieta”. Se reconoce que a menudo las verdades se encuentran fuera del discurso filosófico, en la obra de un poeta o de un dramaturgo; o en el código de la circulación, la misma educación viaria resulta en las clases de filosofía de Licofrán un motivo recurrente.

El autor es generoso con sus maestros: Echeverría, Gómez Pin, García Calvo, Savater; o Derrida y Badiou (a estos últimos los escuchó en París). De Alain Badiou recuerda que decía que había cuatro ámbitos en los que suceden las verdades (que las verdades acontezcan y no sólo se digan, eso me encanta): el Poema, el Matema, la Política y el Amor.

Licofrán practica la parrêsía de los cínicos antiguos. Por parrêsía entiendo esa franqueza con la que uno se compromete en su discurso sobre lo que hay, con el relato y las prácticas de su propia vida: la experiencia cotidiana y personal como fuente de credibilidad, de verosimilitud. La confesión de lo vivido, la confidencia de lo sentido por el maestro, favorecen de esta manera en clase una proximidad entre espíritus, acercan el alma del alumno a la del profesor, que así gana su confianza, y de este modo el aprendiz atiende al profe al verle comprometido existencialmente en lo que dice. Y el maestro puede elevarse de esta forma desde la anécdota o vivencia existencial al modo de la reflexión racional universalista, ecuménica, mediante una comunión de las almas.

En la clase vigésima se define la función de la filosofía: su misión es organizar y compatibilizar las verdades que ocurren. “Amueblar la cabeza”, en lugar de “comer el coco”, según se explica en “román paladino”. Descubre la filosofía las verdades que nos afectan y que nos obligan a estar atentos a lo que ocurre de verdad, y no sólo a lo que pasa. No faltan tampoco en este excepcional e insólito diario las recomendaciones de filosofía parda o práctica: “Al conducir [un coche], como en la vida, espérate lo peor”, porque en la circulación como en la vida “no sólo hay que ser precavido y prudente, sino, además, suspicaz y vigilante”.

El último de los fragmentos conservados del sofista Licofrón (que tal vez esté oculto bajo la máscara del Calicles o del Glaucón de los diálogos platónicos, como insinúa Popper) refiere al problema capital del fundamento de la ley, que distingue de la bondad, pues siendo la ley “una garantía de justicia recíproca” se muestra “incapaz de hacer buenos y justos a los ciudadanos”. El profe ilustra esta discusión y distinción entre política y ética usando el capítulo XXII de la primera parte del Quijote, cuando el Caballero de la triste figura libera a los galeotes condenados por el rey y que marchan a galeras “contra su voluntad”, a la fuerza. ¿Cuándo es legítima esta fuerza o violencia del rey o del Estado?

En la tercera parte del Lycofrón, el diario de clase del alumno se completa y abre a referencias y fuentes, ofreciéndonos también un abanico de propuestas de análisis, investigación y profundización. Por ejemplo, la tesis aristotélica de que no hay ciencia del individuo. Francisco J. Fernández fue también autor de un libro sobre Leibniz y este genio racionalista vio que L’individualité enveloppe l’infini, es decir, que el individuo, como el ser, resulta indefinible, ¡por eso acredita nombre propio y mayúscula!. Pues bien, dicha tesis se enlaza con las agudas reflexiones de Antonio Machado bajo su apócrifo Juan de Mairena (XXV), quien al explicitar su lógica particular también lo hace bajo la rúbrica “Apuntes tomados por los alumnos”.

Recomiendo de todo corazón el Lycofrón de Licofrán a quien quiera introducirse a los problemas más íntimos y centrales de la filosofía llamada por Aristóteles “primera”, mediante un discurso polifónico y claro que, sin embargo, huye tanto de la banalidad como de la simplicidad de los manuales de autoayuda.

A saber por qué el entomólogo puso también Lycophron a la preciosa mariposa que ilustra esta página. Cuenta Giner de los Ríos en su Psicología que la palabra griega “psyché”, que ha dado en español psique, es decir alma o mente, significó primero mariposa. Una mente que piensa por sí misma vuela con su mismo encanto.

Del autor:

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