Hoy todavía nos asombra la magnitud de la obra que diseñó Marcelino Domingo desde el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del gobierno provisional de la República. Uno de sus mayores hitos fueron las leyes de bilingüismo en Cataluña, la implantación de la coeducación (alumnos y alumnas en la misma aula), el racionalismo y la laicidad como modelo educativo. El buque insignia de su nueva política educativa fue, sin duda, el programa de construcciones escolares, que pretendía crear 27.000 escuelas en cinco años y saldar así el gran déficit existente. Junto a ello el aumento de la plantilla de docentes- complemento imprescindible del plan de construcciones- .Y sobre todo, la reforma de los planes de estudio del Magisterio, así como la dignificación de los sueldos de los maestros y maestras. El tercer elemento clave de la reforma educativa fue la democratización del aparato escolar. Marcelino Domingo implanta la gratuidad de la enseñanza, establece el laicismo escolar, la democratización de las instituciones educativas. Aborda la espinosa cuestión de la religión en las escuelas y suprime el carácter obligatorio de la enseñanza de la religión católica, aunque los padres de los alumnos/as podían solicitarla para sus hijos, quedando la clase de religión a cargo del cura párroco. Establece la enseñanza gratuita y obligatoria, reconoce la libertad de cátedra, el carácter laico de la enseñanza, el trabajo como eje de la actividad metodológica en la escuela y la solidaridad humana como uno de los pilares básicos de la educación, una escuela gratuita y de asistencia obligatoria, abierta a todos los niños y niñas, en la que la condición social, las creencias religiosas y las ideas políticas no tuvieran ninguna importancia a la hora de determinar el acceso a los niveles superiores de la enseñanza, sólo por el mérito y la capacidad de cada uno; una escuela en la que se establece la igualdad de derechos. Establece la mejor preparación que ha habido de los maestros, el Plan Profesional. O sea, había que estar en posesión del título de Bachiller para poder presentarse al examen-oposición de ingreso en las Escuelas Normales y los estudios se reducían a tres años, que se concentraban sobre todo en cuestiones pedagógicas, didácticas y metodológicas.
Las reformas educativas de los gobiernos republicanos encontraron fuerte oposición en amplios sectores de la derecha española, del Ejército y de la Iglesia. Esta reforma educativa se convirtió en una piedra de toque para las relaciones entre el Estado republicano y la jerarquía de la iglesia católica. Las derechas hacen una crítica sistemática y feroz de la política educativa de la República.
La fallida rebelión que Franco y otros generales provocaron el 18 de julio de 1936, degeneró en una atroz guerra civil, que los sublevados acabaron ganándola después de tres sangrientos años, con la ayuda de Hitler y Mussolini. Cuando el 1 de abril de 1939 el general Franco anuncia que la guerra ha terminado falta descaradamente a la verdad. Durante los cuarenta años que duró el régimen franquista se mantuvo la división entre los vencedores y los vencidos, que se manifiesta con la sistemática persecución y humillación del derrotado y la arrogante ostentación del ganador. Los consejos de guerra, las condenas de muerte pendientes de confirmación durante años, los campos de trabajo, el hacinamiento en las cárceles, los malos tratos… se convierten en habituales para muchos españoles. En ningún momento aparece ni un ápice de intento por superar el espíritu de división creado por la guerra civil, ni nada que buscase la integración de los vencidos. Nunca manifestó el Caudillo el deseo de borrar las huellas de una guerra fratricida, nunca llegó a perdonar, a pesar de sus alardes de fervoroso cristiano. Nunca un conflicto civil había continuado con una represión tan cruel y total de los vencidos como la victoria franquista. Nunca hubo por parte de los franquistas ningún intento de olvido del pasado. Franco y los suyos perpetúan su victoria militar con crueldad, vesania y odio. Cuando el ejército entraba en los pueblos y ciudades defendidos por milicianos se desencadena una violencia vengadora ejecutada sobre el terreno: degüellos, paseos, tiros en la sien a la vera de los caminos. Pero cuando se estabiliza el dominio, junto a los militares que juzgan y fusilan, aparecen clérigos y falangistas, movidos por un ansia purificadora, que también se dedican con urgencia a extirpar el virus que había alimentado, según ellos, la anti-España. El fusilamiento de los derrotados era un fin en sí mismo, una demostración de la esencia de ese nuevo Estado militar, católico y fascista. Los vencedores lo componían los sectores conservadores y acomodados: grandes propietarios, financieros, empresarios, eclesiásticos, ejército, gente de derechas y arribistas (especuladores, estraperlistas, estafadores) Siempre recuerdan que son los vencedores, no se ofrece la paz y la concordia entre todos los españoles. Se muestran triunfantes con saludos fascistas, banderas, himnos, misas, bandos, registros, detenciones, prohibiciones, etc.
Los vencidos fueron sometidos a la institucionalización del hambre por medio de las cartillas de racionamiento, también al imperio de los avales, informes, salvoconductos… y a las continuas vejaciones de los falangistas. Frente a esa demencia los perdedores solo podían oponer el silencio. Entre los derrotados de la guerra no se habla de la represión sufrida, no se dice nada. El franquismo no solo atentó contra la libertad y la integridad física de los vencidos, sino también combatió sañudamente las ideologías. No se trataba sólo de derrotar militarmente al enemigo sino de destruirle moralmente, de aniquilar su pensamiento. Para eliminar a los oponentes son abolidas todas las instituciones políticas democráticas y autonómicas. Fueron prohibidos todos los partidos políticos y sindicatos, y todas las asociaciones, entidades y publicaciones consideradas hostiles o desafectas a los principios ideológicos del régimen franquista. La victoria militar de Franco significa el triunfo de las tendencias más agresivas y más centralistas y unitarias del nacionalismo español en su versión castellana. El régimen franquista que responde a los intereses de las clases ricas más conservadoras, es una violenta reacción contra todo lo que había representado un siglo de liberalismo político y la breve experiencia democrática de la II República. El franquismo se nutre de las fuentes más tradicionales del antiliberalismo, del integrismo católico, de la ideología social más conservadora, del corporativismo fascista y del autoritarismo militar. Siguiendo las típicas tesis fascistas de borrar todo signo de diversidad, por considerarlo una debilidad, el nuevo Régimen ataca con irracional vesania la variada riqueza política, lingüística, religiosa y cultural que hay en España. Lo que más resalta es la feroz represión que se lleva a cabo, porque había que extirpar de raíz todo lo que se había conseguido durante la República en el terreno educativo. El triunfo del franquismo representa el triunfo de la mentalidad conservadora que relega a la mujer a un segundo plano. Se aducen como razones para condenar la coeducación –o educación mixta- motivos de índole moral y fisiológica. Se hizo famosa la frase publicitaria: “Universidad es cosa de hombres”.
Se deja que se encargue de purgar y de reeducar las ideas a la Iglesia Católica, que bendice la guerra como Cruzada y legitima a la Dictadura, cuando esta se declara Estado confesional. La Iglesia no solo bendice el golpe militar, sino que lo apoya decididamente con todas sus consecuencias. Adula al dictador, “el dedo de Dios” y lo recibe bajo palio cual emperador romano aclamado como divinidad, y cede los templos a la parafernalia militar y fascista, al tiempo que anatematiza a los demócratas republicanos. Y no sólo no hace ni el menor gesto para detener el derramamiento de sangre, ni formula propuesta reconciliadora alguna, sino que se hace cómplice de las ejecuciones y “paseos”. La labor de la Iglesia en las prisiones, a través de los omnipotentes capellanes, fue de represión ideológica, de utilizar la religión para justificar los crímenes. La Iglesia reconquista destacadas posiciones en la prensa y en la información y recobra su preeminencia en el campo de la educación. Para evitar a la inducción al pecado las mujeres a partir de los doce años debían vestir “como Dios manda”: medias, faldas por debajo de las rodillas, mangas que cubran los brazos hasta los codos, nada de escotes. Tampoco se permite que usen el pantalón, por ser prenda eminentemente masculina. Se les recomienda el uso de la faja, incluso en verano, para ocultar las formas femeninas y evitar, así, la concupiscencia. La melena suelta y larga estaba prohibida. Pero cuando la vigilancia sobre la indumentaria femenina se vuelve enfermiza es cuando se trata de controlar las prendas a utilizar en las playas, pues la exhibición impúdica hace que las pasiones se desborden en lujuria. La sexualidad es mirada como el foco de todos los males. La censura afectaba a todo, a la producción literaria, al cine, al teatro, a la radio, a la televisión, a los bailes, a las noticias, incluso a la publicidad en los diarios. No hay prensa libre, no hay libertad de pensamiento.
La depuración del Magisterio adquiere un cariz específico: se considera a los maestros, junto a los profesores universitarios y de enseñanzas medias y a los intelectuales en general, como los inductores de que los enemigos de Dios y de la Patria se adueñaran de España durante los nefastos años de la República. La finalidad de la depuración de maestros era, en principio, destruir la obra escolar republicana, acabar con la coeducación o educación mixta de niños y niñas, con el laicismo, con el espíritu de renovación pedagógica, con la organización democrática de los centros y de todo el sistema educativo. La represión franquista se centró, básicamente, en el sector del Magisterio de mayores inquietudes intelectuales, el más dinámico, el más comprometido con las reformas republicanas, Se les culpa de ser envenenadores del alma popular, de ser los responsables de los crímenes que sembraron de duelo a la mayoría de los hogares españoles. En realidad se castiga a los maestros, no solo por lo que se suponía que habían hecho, sino como prevención por lo que pudieran hacer. Es decir, las depuraciones no solo tuvieron un carácter punitivo, sino también preventivo. La finalidad de la depuración de maestros era, en principio, destruir la obra escolar republicana, acabar con la educación mixta (niños y niñas juntos en la mima aula), con el laicismo, con el espíritu de renovación pedagógica. Y se aplica el memorismo, autoritarismo, orden, silencio, castigos (la letra con sangre entra), amenazas con las penas del infierno, maniqueísmo moral, implantación de pautas morales rígidas, adoctrinamiento de verdades inmutables, ejercicios espirituales, misas, rezos, cánticos patrióticos, fascistas y religiosos, ensoñaciones imperiales. Es decir, la escuela franquista realizó el más poderoso intento adoctrinador de la historia, a fin de crear hábitos de sumisión, de obediencia y de conformidad, necesarios para someterse al orden instituido. Para cubrir las bajas de los represaliados se hicieron exámenes patrióticos para dar títulos académicos a excombatientes. Se castellaniza la enseñanza. Franco se erige en el primer defensor de la religión y de la moral católica, implantando lo que ha venido a llamarse nacionalcatolicismo, Por eso anula el divorcio, se establece la obligatoriedad del matrimonio religioso, la enseñanza religiosa en la escuela y las directrices morales extremadamente estrictas. El nuevo orden se caracteriza por la falta de las libertades de expresión y de asociación y por el miedo. Quedan abolidos los Estatutos de la Generalitat de Cataluña y del País vasco, así como el uso público de sus símbolos (senyera, ikurriña, canciones, monumentos y nombres de calles) El franquismo utiliza todos los medios de comunicación para conseguir el objetivo de anular toda oposición.
A partir de 1939 la escuela española fue un auténtico botín de guerra para la Iglesia y para miles de excombatientes del ejército nacional que se ven premiados con la concesión de las plazas que la depuración iba dejando vacantes. En agosto de 1939 se promulga una ley por la que en las oposiciones y concursos oficiales se reserva un cupo del 80% de las plazas escolares para personas vinculadas a la causa nacional: mutilados, excombatientes, militares retirados, excautivos o huérfanos o viudas de las víctimas de las hordas rojas. Quien saca mejor tajada es la Iglesia. Las órdenes religiosas acaparan la mayoría de las escuelas privadas, agudizándose el carácter dual en la estructura del sistema escolar, con unos centros privados para los pudientes y las escuelas nacionales (públicas) para los que no pueden pagar la privada. La enseñanza de la religión se hace obligatoria para todos los niveles educativos y se instituye la celebración en la escuela de determinadas fiestas religiosas, como el mes de María. Se dedica la mañana del sábado a explicar el evangelio y el rezo del Santo Rosario, y todos los domingos y fiestas de guardar debían ir todos los niños y niñas de las escuelas a oír la Santa Misa acompañados por sus respectivos maestros o maestras. Y todos los días, al entrar y salir del colegio, se cantaba el Cara al Sol ante la bandera nacional. Y cada vez que se entraba en clase se tenía que decir “Ave María Purísima”. Se vuelve al memorismo, a la repetición mecánica de los libros de texto y del catecismo, al canturreo, al lema de que “la letra con sangre entra”, a los castigos físicos, como de rodillas con los brazos en cruz, o la humillación.
Gracias a la ayuda norteamericana y a las divisas que entraban debido al dinero que enviaba a sus familias la creciente emigración de trabajadores españoles a Europa, a las divisas cada vez mayores gracias al creciente turismo y al desplazamiento de mano de obra a las zonas de mayor desarrollo industrial como Cataluña y el País Vasco (y Madrid también recibe una fuerte inmigración por ser la capital de España y converger allí las vías de comunicación), el ritmo de crecimiento aumentó considerablemente, aunque no fuera suficientemente planificado y organizado. Nos encontramos, pues, que entre 1960 y 1970, la proporción de población activa dedicada a actividades agrarias pasa del 42% al 26%. Por el contrario el sector industrial pasa en esos mismos años del 31% al 38% y el de servicios crece espectacularmente saltando de del 27% al 36%. Cambios de población que exigen modificaciones profundas del sistema de enseñanza. Porque un sistema económico pre-capitalista puede funcionar con una mano de obra prácticamente analfabeta y una pequeña élite de señores con relativa cultura. Pero el “oficio” que de padres a hijos se enseñaba y se aprendía dentro el taller familiar ya no sirve. Ahora hay que ir a una fábrica y entrar en una cadena de producción. Tampoco es suficiente saber guiar el arado, sino que es preciso saber conducir el tractor, ni basta picar con dureza, sino saber manejar el martillo picador. Los padres ya no son capaces de enseñar los nuevos oficios y han de dejar en manos de otros la tarea educativa y formativa. O sea, en una economía en vías de desarrollo las máquinas, por una parte, desplazan a una mano de obra de pico y pala y, por otra, reclama mayor número de personas capaces de realizar un trabajo especializado, que requiere un cierto nivel de estudios y formación. Se empieza a volver los ojos hacia el sistema educativo como posibilidad de formación de una mano de obra que el mismo desarrollo reclama. Se impone un cambio en la formación de una fuerza de trabajo más especializada y calificada. Ahora se entiende que en esa época hubiera manifestaciones masivas reclamando más escuelas y cambios en el sistema educativo. Pero choca con el inmovilismo ideológico.
Carencias del sistema educativo español: una desesperante falta de escuelas, que dejaba a una gran parte de la población infantil sin escolarizar y que mantenía tasas de analfabetismo entre las personas mayores de 10 años del 40%, con porcentajes muchos mayores entre las mujeres y en las zonas agrarias, sobre todo en los dominios del latifundio, lo que, por otra parte, no ha de extrañar, pues, en esos ámbitos, la alfabetización de la mano de obra era absolutamente innecesaria e, incluso, contraproducente para los intereses de las clases dominantes. Había un Magisterio con una deplorable formación académica y pedagógica, desmotivado con unos salarios literalmente de hambre y por las escasas perspectivas de mejora de su status social. Las Órdenes religiosas son las que acaparan la enseñanza de los pudientes a través de sus centros privados y elitistas.
A la muerte de Franco se observan tremendas carencias de recursos, centros y profesorado. En 1976 el gasto educativo en España giraba en torno al 2% del PIB, mientras que la media de los países europeos estaba en torno al 5%.