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MIGRACIÓN: EL PODER Y EL ODIO, por Martín Momblant Momblant

MIGRACIÓN: EL PODER Y EL ODIO, por Martín Momblant Momblant

“Todos se odian de un modo ancestral, histórico. Se odian por patrias, por razas, por religiones…No hay forma de poder que no se base en el odio al otro.” Pérez-Reverte, A. (2024) La isla de la mujer dormida. Pp. 269

lunes 13 de enero de 2025, 09:39h

En un mundo cada vez más globalizado e interconectado, donde las fronteras físicas establecidas por los nuevos Estados-Nación de Europa occidental, allá por el siglos XVI- XVIII, parecen desdibujarse y los desplazamientos masivos humanos alcanzan niveles sin precedentes, recordándonos las migraciones de nuestros primeros ancestros fuera de África, nos surge una pregunta recurrente: ¿por qué, a pesar de esta cercanía en nuestro parecido físico y en nuestro ADN en común, en todos los seres humanos, se levanta una barrera de odio entre diferentes personas? Actualmente, podríamos observarlo como una causa en la construcción de diversidades culturales de los diferentes grupos humanos migrantes. Pero no siempre ha sido así y este hecho nos persigue históricamente.

En el largo proceso de nuestra humanización, esta cuestión se hace especialmente relevante, puesto que habría que analizar la dinámica, histórica y actual, de las migraciones y cómo el poder se institucionaliza y se entrelaza con el odio hacia el “Otro”. Pero, ¿a quién analizamos como el “Otro”? Podríamos responder que a quien no se encuadra con el prototipo que pensamos mejor nos representa; no encaja con un ideal que nos hemos formado, para nuestra cultura. En nuestros orígenes fueron las mujeres, los niños y otros grupos o bandas de cazadores-recolectores, como indicaba la politóloga, socióloga y antropóloga Eugenia Ramírez Goicoechea, los que no encajaban en el marco de nuestro arquetipo. Hoy en día todo ese conjunto de supuestas anomalías sociales se lo hemos pasado al migrante, sea nacional o de otro país. Pero pensemos que la construcción de nuestra identidad siempre se define según nos miramos en el espejo del “Otro”

La frase de la novela "Todos se odian de un modo ancestral, histórico" hoy en día resuena como una verdad inquietante en nuestra sociedad. La historia de la humanidad, parece que en sus componentes importantes psico-sociales, es cíclica y está plagada de conflictos motivados por la pertenencia a diferentes culturas, zonas geográficas, “razas” o religiones. Este odio no es simplemente un fenómeno exclusivo de nuestra sociedad, es una construcción social que ha evolucionado a lo largo de milenios. A medida que los grupos humanos se han dispersado por el planeta, han llevado consigo sus prejuicios y temores, creando un ciclo perpetuo de desconfianza en el “Otro”, hacia todo lo que representa la diferencia. Pero la migración humana hemos de entenderla como un fenómeno intrínseco a nuestra naturaleza. Un mecanismo de lucha y supervivencia en la evolución humana.

Parafraseando al sociólogo y antropólogo francés David Le Breton las emociones humanas, como el odiar, no son elementos traspasables entre grupos o individuos, ni son sólo procesos psicológicos o fisiológicos. También son fenómenos relacionales y, por lo tanto, son construcciones sociales y culturales. Las emociones, para entenderlas, hay que situarlas en su expresión, significación, relación y contexto histórico. En este caso, la migración humana, no comporta un simple desplazamiento físico de personas entre países, sino también requiere de un “desplazamiento” de emociones en los propios migrantes y en quienes los rodean, en sus significados y en sus culturas, de las cuales surgen nuevas prácticas que transforman la realidad social en la que todos nos situamos.

Los migrantes son percibidos como intrusos, sin identidad nacional, en nuestra sociedad por ciertas ideologías y esta percepción puede intensificarse en tiempos de crisis económica o social. Es en estos contextos cuando se apela al poder, que como decía Max Weber (1977) refiriéndose al poder político, es la competencia de conseguir que otros hagan la voluntad de quien lo ostenta, sin oponer oposición. Un atributo de las relaciones sociales totalmente asimétricas. Esta desigualdad se puede apreciar en todos los sectores en los que se posicionan y pensamos que en estos procesos de experiencia colectiva, producimos mucho ruido y poco silencio donde situarnos, para reflexionar y plantear soluciones a esta cuestión. El poder político, en sus múltiples facetas, puede jugar un papel crucial en la construcción y mantenimiento del odio hacia el “Otro”. Actualmente, ciertos grupos en posición de utilizarlo, instigan el miedo al migrante como una herramienta de control social. En otras, quizás en demasiadas ocasiones, se ha utilizado el discurso del odio para consolidar un cierto grado de poder. Tal vez va siendo el tiempo de cambiar ambos movimientos sociales, entre todos.

Desde cierta perspectiva, el concepto de "Otro", y su conexión con el poder nacional, es fundamental para entender las dinámicas sociales y políticas que rigen las interrelaciones entre diferentes grupos sociales. El “Otro”, ya sea un migrante, un miembro de una minoría étnica o religiosa, o incluso un vecino de un barrio diferente de la misma ciudad, se pueden convertir en el símbolo de todo lo que se percibe como extraño o diferente y, por lo tanto, amenazante. Esta construcción social del “Otro” se alimenta de estereotipos y prejuicios que se nos transmiten de generación en generación, de narrativas plagadas de generalizaciones negativas y de características que los deshumanizan y los convierten en objetos de odio.

En la frase "No hay forma de poder que no se base en el odio al otro" se resume lo global y nos invita a reflexionar sobre la relación intrínseca entre el odio, el poder y las migraciones. En un mundo donde la movilidad humana es cada vez más importante económica y culturalmente y cada vez más común en un mundo globalizado, es crucial abordar el odio hacia el “Otro” desde un enfoque crítico, sin pretender desde esta perspectiva tener la verdad absoluta.

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