Esa alma es la psique. ‘Psyjé’ (ψυχή), según la pronunciaba y escribía Platón en su griego ático, término que parece haber significado primero mariposa y que puede traducirse también por mente o espíritu (el pneuma de los estoicos, ese “primer o último aliento”). Los pitagóricos atribuían psique a todos animales, también a las plantas pues consideraban el alma principio de la vida, pues las plantas son seres vivos como nosotros (en las que por cierto no falta la inteligencia, aunque carezcan de conciencia). Platón sigue a los pitagóricos, para él los materialistas –escribe- “desconocen que también nace el alma entre los seres primarios en los que gobierna capitalmente todo cambio y toda nueva ordenación de ellos”.
¿No será que el alma es anterior al cuerpo mismo? ¿No derivará la naturaleza del arte y de la inteligencia del alma, en lugar de derivar de una obscura y azarosa combinación de genes? Esto podría preguntarse hoy el divino ateniense (cfr. Leyes 892ab). Esa palabra semi-olvidada “alma” (mente, psique, espíritu, ánimo…), es definida por Platón como principio vivo de todo movimiento, porque el alma puede moverse y cambiarse y transformarse a sí misma. Es principio incluso de los movimientos del cielo y de todo el universo. En efecto, en su Timeo, Platón define al Cosmos como un ‘Pan empsyjón’, es decir, como un todo animado, o sea un ser con alma o, si usted lector amigo lo prefiere, el mundo es para Platón un inmenso animal viviente (‘anima’ es alma en latín, de donde “animal”). La figura del mundo como un enorme viviente del que formamos parte, como las bacterias forman parte de nuestro sistema digestivo, o como las neuronas viven en nuestro cerebro, sea o no cierta, da vértigo con sólo pensarla.
Hoy hay demasiados que cuidan obsesivamente de sus cuerpos con dietas, ejercicios gimnásticos, suplementos vitamínicos, prótesis, cirugía estética, etc. Y son precisamente los cuerpos lo que sabemos con toda certeza que se han de pudrir y cenizas serán. Esos mismos tal vez descuidan al presente sus mentes “parecen desconocer el alma, cómo ella es y el poder que tiene”… Temperamentos, caracteres, voliciones, razonamientos, opiniones verdaderas, prevenciones y recuerdos son para Platón anteriores a la longitud, anchura, profundidad y fuerza de los cuerpos. Y el alma, como causa principal, es anterior al cuerpo mismo, según concluye Platón… “pues el alma es causa de los bienes y de los males, de lo hermoso y de lo feo, de lo justo y de lo injusto y de la totalidad de los contrarios, pues la hemos puesto como causa de todo” (Leyes 896c-e). Si estas ideas platónicas no son verdaderas, merecen serlo, al menos como ideales reguladores y metas posibles. Se non è vero è ben trovato, como dicen los italianos. ¿Acaso no obedece el cuerpo lo que manda la mente? ¡Malo, si son los caprichos del cuerpo los que nos obligan y no la razón, “piloto del alma”, la que ha de gobernarnos como se debe!
Mikaela Vergara se apunta a nuestro estímulo por recuperar el alma en esta sociedad que a veces nos parece desalmada, y casi todos los días nos revela en Radio Clásica su valor e importancia en su programa Músicas con alma. Y es que si esta palabra “alma” desapareciese de nuestro uso vivo nos resultaría incomprensible una buena parte de la gran literatura, de la buena música, del pensamiento religioso, de lo que ha sido el pálpito de la vida humana y humanizadora durante milenios. ¡Cierto, bajo esta expresión y la de su hermana, la voz ”espíritu”, se han ocultado demasiadas cosas diferentes y a veces demasiado obscuras! Sin embargo, eso no disminuye su interés, eso no rebaja el precio de alma, más bien al contrario, pues hay en cada palabra un germen, unas posibilidades e impulso del pensar, una potencia activa de enlace, por eso vale el alma como fuente de metáforas y motor de emblemas y de figuras artísticas. Y, además, hay en esta hermosa palabra una herencia, una fuerza de proliferación que viene de lo profundo, de las raíces, una energía ora poética, ora heroica, ora profética: el secreto, misterio y enigma de su sentido, el sentir del alma.
Con esa voz, “alma”, se ha apuntado -como nos recordó Julián Marías- a algo que no ocupa lugar aunque fluya en el tiempo, algo que se supone y adivina, que repele o enamora, porque –según cantó Gil de Biedma- también el amor es cosa del alma por más que el cuerpo sea el libro en que se lea. El alma de los seres vivos es algo con lo cual se cuenta, aún sin poder meterlo en un matraz; en el alma anidan las preocupaciones, ilusiones, frustraciones, odios, vergüenzas, gustos, amores…; “y si nos privamos de la palabra [alma], lo más probable es que perdamos de vista eso latente que tanto ha importado y quedemos súbitamente empobrecidos y condenados a un inquietante primitivismo” (J. Marías, La educación sentimental, Alianza 1995).
Jorge Manrique, poeta que nació en el adelantamiento de Jaén como ha demostrado Domingo Henares, allá cuando el sol de la Edad Media declinaba, predijo la diligencia que pondríamos en hacer nuestra cara corporal más hermosa “si fuese en nuestro poder”…
“Si fuese en nuestro poder / tornar la cara hermosa / corporal, / como podemos hacer / el alma tan gloriosa / angelical, / ¡qué diligencia tan viva / tuviéramos cada hora, / y tan presta / en componer la cautiva, / dejándonos la señora / descompuesta!” (Coplas por la muerte de su padre, XIII).
Recordemos que el Alma debe ser señora como en la copla de Manrique, pues de la armonía de la mente, nombre moderno del alma, depende directamente la salud del cuerpo. Cuando murió don Francisco Giner de los Ríos, Antonio Machado, que había sido discípulo suyo en la Institución libre de enseñanza le dedicó al Maestro de maestros de la España contemporánea una famosa elegía. En ella, el poeta hacía hablar al espectro de don Francisco… “Sed buenos y no más, sed lo que he sido / entre vosotros: alma.”
Hagamos caso del consejo, estemos atentos al maestro para este año 2025, y para los siguientes, los que las almas guardianas del mundo nos concedan.