Nueve de ellos son artistas locales nacidos o instalados en Mallorca: Joan Aguiló, Juan Ramón Alomar, Marc G, Marc Peris (Soma), Mina Ivy, Nuria Toll, Oriol Angrill, Sath y Sonia Santandreu. El décimo del grupo es Taquen, un consagrado muralista madrileño que, curiosamente, fue el primero con quien empecé a intercambiar impresiones esa mañana de hace sólo dos días. Le pregunté si lo podía fotografiar, me dijo que sin problemas y, mientras él iba trazando pinceladas precisas, buscando el tono pastel adecuado entre una gama de marrones y beiges, ambos hablamos de una zona de Madrid con la que los dos tenemos conexión.
Animada por la periodista Gema M. B. y por Taquen, Oriol y Sath (a quienes conocí mientras hablaba con el primero), me presenté en el espacio reservado para la rueda de prensa. Allí, y durante la visita que hicimos en grupo a todas las obras, hablé con todos ellos excepto con Soma que creo no estaba en ese momento y, si estaba, no lo vi.
No voy a especificar los detalles que hablé de forma particular con cada artista, pero sí puedo afirmar que en cada uno de ellos observé una chispa, un compromiso y un ánimo reivindicativo que me hizo confraternizar con todo el grupo.
Hablándoles de mis circunstancias brindamos por “El tercer día” un brindis al que puso esas palabras Sandro (quien quizás ya ni se acuerde de por qué lo dijo). Hablando de sus circunstancias, en todos vi un impulso creativo que no era más que el resultado de circunstancias complejas: momentos de una siempre difícil adolescencia, momentos de angustia, de adrenalina en estado puro que va madurando, de tristeza, soledad, de homenaje a la naturaleza, de preocupación por la diversidad, de compromiso con los mayores, de pena ante el paso del tiempo o de preocupación por cómo la actividad del hombre puede llegar a ser destructiva.
Me pareció estar en mi ambiente. Ellos pintaban lo que yo pienso cada día, ellos estaban dando forma a las palabras que yo quiero escribir. En el mural de Oriol y Sath veía a mi Mar Menor, en el de Sonia Santandreu adivinaba un mundo recóndito y bello a pesar de las adversidades; en Marc Gómez observé renacimiento, en Alomar una pericia fantástica en el asombroso mundo de los bichitos que tanto ama su hijo; con Nuria Toll me solidaricé con una foca atrapada entre azules; Soma, con sus colores vivos, botas de agua, paraguas y nubes grises quiso homenajear a los voluntarios de las riadas de Valencia con esas palas y rastrillos que tanto han ayudado en una de las catástrofes naturales más devastadoras de los últimos sesenta años. La cotidianidad de Joan Aguiló, con la sonrisa de una niña en la playa, y el retorno a una segunda adolescencia que asoma entre los vivos aerosoles de Mina Ivy no dejaron de fascinarme.
Al final de la mañana, en una improvisada conversación con Sergi Solé, comisario de la exposición, y con personal del propio centro comercial, no pude más que alabar la iniciativa e intercambiar algunos números de teléfono. Ya de vuelta a casa (y esta vez mi vuelta era segura) vi desde las escaleras mecánicas a Taquen. Ahora permanecía solo, hablando con alguien a través de sus auriculares, perfilando detalles de su obra y poniendo fin a una composición en la que tres horas antes imperaba el color blanco y ahora lucía un fondo perfecto con un tono que me hizo dudar entre el gris y el marrón ceniza.
En mi regreso al hogar disfruté del color verde azulado del mar y no pude más que sonreír ante el baño de colores que acababa de darme.