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DE PADRES A HIJOS Y NIETOS: RECIPROCIDAD Y DIRECCIONALIDAD ECONÓMICA, por Martín Momblant Momblant

DE PADRES A HIJOS Y NIETOS: RECIPROCIDAD Y DIRECCIONALIDAD ECONÓMICA, por Martín Momblant Momblant
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domingo 18 de agosto de 2024, 10:13h
En 1924 el sociólogo y antropólogo Marcel Mauss publicó en la revista francesa Année Sociologique un texto que llevaba por título Ensayo sobre el don, forma y función del intercambio
en las sociedades arcaicas. Ha pasado un siglo desde su divulgación y siguen con vigencia y fuerza las premisas fundamentales: tan importante es saber dar como recibir para luego volver a dar.

Es decir, lo fundamental es entender el funcionamiento de saber dar-recibir-devolver, porque también cumple para el cometido en el sistema económico liberal actual. Ha pasado un siglo, desde entonces, y se perpetúan las desigualdades sociales, la exclusión social, las asimetrías de poder y aumentan la complejidad de las estructuras sociales, pero indicar que la reciprocidad se mantiene actualmente vigente, aunque haya cambiado la direccionalidad de los bienes de intercambio: bautizos, comuniones, bodas, Navidad, Halloween, el día sin IVA,
Cyber Monday, Prime Day, Black Friday, campañas de descuentos, etc. necesitamos compulsivamente la necesidad de dar para recibir. Hace no tantos años las formas no materiales tenían el sentido de padres a nietos (educar, contar, trasmitir, etc.) y las formas materiales a la inversa (regalar, cuidar, etc.) Hoy en día y debido a transformaciones en el sistema económico se realiza a la inversa: padres y abuelos cuidando a hijos y nietos o ayudando económicamente en lo que pueden. Las condiciones y el marco económico han hecho posible este cambio y las personas nos adaptamos fácilmente a los diferentes modos de vida.

En general nuestra concepción de la riqueza es, sobre todo y casi en exclusividad, económica.

Pero me gustaría contextualizar que no me refiero solo a este tipo de acumulación de capital sino, y también, a la transmisión cultural de mitos, tradiciones, funciones sociales, etc. porque detrás del intercambio que se establece en cualquier espacio, y en concreto en el ámbito familiar, está un determinado modo de relaciones personales que nos llevan a sentimientos de
generosidad y de gratitud. Obviamente no entraré a valorar la reciprocidad en relación al género, ya que sería otro tema a tratar, y me centraré en el don, la reciprocidad y la mercancía
ya que conforman sistemas morales diferentes en nuestro sistema económico, que a menudo operan en direcciones contrapuestas. Como explicaba M. Mauss en su libro y Ramírez

Goicoechea, en 2016, “la sociabilidad hacia los demás está vinculada a la cooperación y a la reciprocidad”.

Los intercambios, sobre todo en el espacio familiar, son voluntarios, pero la realidad nos indica que se dan y se devuelven de manera cuasi obligatoria. Los hijos, en la actualidad, dan
hacia los padres lo que llamaríamos cortesías: banquetes, ritos religiosos, fiestas, etc., mientras la contraprestación, en sentido de devolución, ha de ir dirigida fundamentalmente a
los nietos: ropa, juguetes, elementos de estudio, etc. El precepto moral de devolver simbólicamente lo dado se mantiene, pero ahora con una especie de compromiso basado en la genética de segunda generación. Son nuestras sociedades liberales y occidentales las que al convertir todo en valor y mercancías, cambian la dirección de los bienes de intercambio. La precariedad en los trabajos que se ofrecen a la juventud, los bajos salarios, las jornadas sin horario, son mecanismos que empujan a ese cambio direccional. Aquí entraríamos en el valor
de uso y el valor de cambio que proponía K. Marx. Valor de uso se basa en la utilidad que le damos al objeto que donamos, mientras valor de cambio es “la proporción en la cual se cambian los valores de uso”; es decir, se convierten, de esta manera, en mercancía económica.

Nosotros producimos cultura y creamos sociedad y somos los que hemos construido la idea de que todo es vendible como un fin en sí mismo, pero como diría Juan Luis Arsuaga,
paleontólogo, y filósofo cuando escribe, el método científico excluye que el sistema económico tenga fines o propósitos definidos. Otra cuestión es tratarlo como un sistema
mutante (D. Graeber) con un desarrollo adaptativo incuestionable hacia cualquier forma cultural. Se apropia la idea, la forma material o inmaterial, la reconstruye y nos la devuelve con un determinado valor de cambio. Al mismo tiempo, este sistema de fabricación se aprovecha y desde posiciones de poder, y políticas, se incluyen los intercambios como
elementos fundamentales de la economía y es aquí por donde se cuela una reciprocidad, basada en lo economicista, cuya premisa está basada en la obligación de cumplir de una determinada manera con esta obligación moral. Compremos para dar y recibir, o devolver, en los días indicados. Parafraseando al filósofo Thomas S. Kuhn diríamos que es como si nuestra sociedad es transportada a otro planeta, donde los métodos de intercambio familiares se ven bajo una luz diferente y, además, se le unen otros objetos desconocidos, construidos
recientemente, pero su funcionamiento es básicamente igual.

Entendemos que la economía; es decir, el mercado, los contratos, el capitalismo en general, abusan de este espíritu que todos llevamos en referencia a la reciprocidad. Este fenómeno ayuda a la estabilidad social y conecta vínculos sociales y familiares ya que, en el transcurso de la vida cotidiana, en agrupaciones pequeñas o grupos domésticos, es donde aún podemos
encontrar formas cuasi igualitarias y donde el respeto hacia el otro o el intercambio sigue siendo una norma fundamentalmente moral. Además, no es lo sustancial que los bienes materiales circulen en un sentido u otro, puesto que su base es promover la vida social y en el ámbito familiar une más a las personas, al reconocer la identidad de quien da o de quien
recibe. La direccionalidad en el sistema económico es la utilidad del “valor de uso”.

No es lo importante. Lo trascendente es la reciprocidad en sí misma.

Acabo con una cita italiana expuesta por el escritor Giuseppe Tomasi di Lampedusa “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”, traducida al español dice: si
queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie.

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