El desarrollo económico, de una zona geográfica determinada, implica el aumento de la producción de bienes y servicios, lo cual puede generar empleo, aumentar los ingresos de los individuos, mejorar la infraestructura, y promover la inversión y la innovación. Todo ello podría incidir en una mejora en la calidad de vida de las personas, ofreciendo oportunidades de avances en la educación, salud, vivienda y acceso a servicios básicos.
El bienestar se refiere a la satisfacción y la felicidad de las personas, que va más allá de aspectos puramente capitalistas. Incluye la salud física y emocional, el sentido de pertenencia y la participación activa en la sociedad. Aunque no debemos olvidarnos del componente económico en el ámbito doméstico.
En el transcurso de siglo XX y XXI hemos sufrido grandes crisis económicas: la Gran Depresión bursátil (1929-1939); la Crisis del Petróleo (1973); la Crisis Financiera e Inmobiliaria (2008-2014); la Pandemia del COVID-19 y Crisis Energética (2020-2023). Siempre se trata de poner calificativos a un elemento que es sistémico y propio de esta economía liberal y globalizada. Todos intuimos que habrá otra crisis económica cíclica en próximas fechas, la cuestión es que aún no sabemos cómo llamarla. Este sistema económico capitalista o mutante, como decía D. Graeber en 2020, y globalizador con pretensiones de unificador y homogéneo, pero que aún no hemos sabido identificar, no tiene en cuenta la diversidad humana, puesto que su base última es el individualismo y, por tanto, con dificultades recurrentes.
En 1949 Harry Truman resaltó en un discurso sus inquietudes por las áreas subdesarrolladas del mundo. Posteriormente, en 1958, la Asamblea General de la ONU acordó en una resolución sobre programas en desarrollo lo siguiente (A/RES/51/240): "El desarrollo constituye una de las principales prioridades de las Naciones Unidas. El desarrollo es una empresa multidimensional para lograr una mejor calidad de vida para todos los pueblos…” Posteriormente, se van produciendo con los años, diferentes declaraciones e inversiones multimillonarias en países sub-desarrollados a través de organismos como el FMI o el Banco Mundial, pero el objetivo final de lograr una igualdad económica entre estados nunca se ha logrado. Han pasado más de 60 años y seguimos igual, o peor. Por otra parte, estos conceptos e ideas se han ido trasmitiendo al interior de los estados: CCAA ricas y desarrolladas y otras en vías de desarrollo; zonas geográficas ricas y pobres; ciudades tecnológica e industrialmente avanzadas y otras que no lo son; barrios ricos y barrios pobres. Paralelamente, también se han interiorizado estos conceptos por las personas, hasta conseguir que las asumamos con naturalidad. La globalización económica liberal implanta sus normas imponiendo lo individual a lo colectivo.
El mayor porcentaje de inversión pública en grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Almería se realiza en barrios con las mayores desigualdades y las rentas más bajas. La distribución de la inversión en Madrid: Villa de Vallecas, Usera, Centro, puente Vallecas o Latina; en Barcelona: Nou Barris, Gràcia, el Eixample, Ciutat Vella, Horta Guinardó; o en Almería: El Zapillo, Cabo de Gata o el Casco Histórico. Esta variable sucede cada año y en cada ciudad que analicemos, podíamos decir que es una constante, pero no por ello se reducen las diferencias de renta entre barrios ni las desigualdades.
Otro ejemplo, la finalización del último tramo del AVE Lorca-Almería se presupuesta en 328 M.€. Asumimos que en su trayecto se invertirán en diferentes zonas geográficas ingentes cantidad de dinero y que ello creará desarrollo, riqueza y prosperidad por allí donde pase, pero eso nunca sucede. Solo quedan vallas, polígonos industriales vacíos y pueblos abandonados. El resultado final es que esta infraestructura solo sirve para la comodidad de los habitantes de Madrid, grandes capitales de provincias o Almería ciudad. Solo une residentes de capitales no territorios ni comunidades. Como explicaba Manel Delgado, antropólogo, la configuración de los espacios es el resultado de una determinada morfología topográfica, pero “ocultan o disimulan brutales separaciones funcionales derivadas de todo tipo de asimetrías, que afectan a ciertas clases, géneros, edades o etnias.”
Podríamos utilizar el término maldesarrollo, tal como señalaba el catedrático en economía K. Unceta, para señalar los fracasos que se han generado en la implementación de proyectos de desarrollo por parte de las Administraciones públicas, sin distinción ideológica. Teniendo en cuenta todos estos datos podemos formular aproximaciones a factores categoriales que se deberían tener en cuenta a la hora de plantear proyectos o inversiones públicas, grandes o pequeñas, en diferentes espacios. K. Marx expresó la idea “La realidad inmediata del pensamiento es el lenguaje”. Posteriormente se redundó en la misma, ya que si el lenguaje influye en la forma que percibimos y entendemos el mundo, como indicaba el filósofo y lingüista alemán Ludwig Wittgenstein, hemos de modificarlo para cambiar la sociedad. Por lo tanto, plantear no el cómo invertir EN el territorio sino destinar recursos PARA el territorio y la comunidad. Segundo, que se acompañe esa inversión de una aproximación cultural, características demográficas y socioeconómicas de la zona. Obviar lo individual y reforzar lo colectivo.
Un desarrollo económico equitativo y sostenible debe tener como objetivo principal mejorar el bienestar de la población, garantizando que todas las personas tengan acceso a las oportunidades y recursos necesarios para alcanzar una vida plena y satisfactoria. Por lo tanto, es fundamental que las políticas de desarrollo económico tengan en cuenta el impacto que pueden tener en el bienestar de la población, no solamente en la economía del territorio, y busquen promover un crecimiento inclusivo que beneficie a todos los sectores de la sociedad.
El desarrollo económico y el bienestar están estrechamente relacionados, ya que un crecimiento económico sostenible puede contribuir significativamente a mejorar el bienestar de la colectividad.