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'ERRORES CELEBRADOS', por José Biedma López

"ERRORES CELEBRADOS", por José Biedma López

lunes 01 de abril de 2024, 08:50h
'ERRORES CELEBRADOS', por José Biedma López

La Historia es el tesoro de los errores. Nosotros podríamos añadir a esta sentencia de Ortega que la Historia es también un “caudal de horrores”; en curso fluido, que no para; sólo tenemos que echar un vistazo, como el que mira la faz lacrimosa de una Dolorosa, a la situación del Congo, a Yemen, al Oriente próximo que ya no parece ni próximo ni prójimo… No obstante, en la famosa frase de Ortega, la palabra “tesoro” nos regala un margen de esperanza como Pascua de Resurrección. Puede –sólo puede- que alguna vez aprendamos de nuestros errores, que los corrijamos, que las guerras y sus crueldades finalicen, por ejemplo.

Mas ya se sabe que el humano es el único animal que tropieza dos y tres veces en la misma piedra, y encima suele descargar la culpa de su insensatez con la piedra, quizá arrojándola como proyectil contra un enemigo imaginario. Y eso, si no ha asesinado antes al Pepito Grillo de su consciencia. A más delito (o pecado), la humanidad incurre en la vanidad de celebrar sus errores.

Juan de Zabaleta, madrileño nacido en 1610 y fallecido ciego unos sesenta años después, recopiló treinta y seis Errores celebrados (1653), o treinta y siete en la edición de Clásicos Castellanos. Un siglo después, el distinguido crítico Diego de Torres Villarroel colmó de alabanzas al humanista, que se había hecho famoso por sus entremeses y satíricos cuadros de costumbres, celebrándolo como uno de los filósofos más serios, profundos y juiciosos de la nación. Cuando todavía se engolfaban nuestros ancestrales paisanos en contiendas “de honor”, por buena o fingida reputación (¡ay, Fama, hermana viciosa de la Gloria!), Zabaleta defiende valientemente que no hay más honra que la virtud y repudia toda especie de venganza, desde su amplísimo fondo y bagaje de cultura clásica.

Condena el libertinaje indecoroso, pero también se aparta de la ascética tradicional y del elogio de la pobreza, sosteniendo que un cierto nivel de comodidad es imprescindible para la vida propiamente humana. El filósofo alemán Sloterdijk casa bien con esta idea de Zabaleta por su doctrina del espacio de confort al que llama “termotopo”, ya que los seres humanos no nos las arreglamos sin un elemento confortante: “termotopo” es, en primerísimo lugar, el fuego del hogar alimentado en común, donde han ejercido sus ingeniosas labores las mujeres y guardan sacerdotes y sacerdotisas, doble promesa de felicidad, es el regalo de Prometeo, espónsor ejemplar de nuestra raza que nos permitió la entrada en la condición cultural. El dominio del fuego es fuente de todas las técnicas (también de las destructivas) y posibilita la culinaria, la metalurgia, la alquimia, los satélites espaciales…; el fuego es padre del confort y abogado de la luz, madre de la comodidad. Por eso llama Sloterdijk al titán Prometeo “el santo más distinguido del calendario de la Ilustración”, facilitador de la vida y donador de poderes sobrenaturales.

Sin embargo, cuando el confort se establece como costumbre en las “sociedades del bienestar”, ya no se pregunta de dónde proviene. ¡Misterios de la redistribución! Así, innumerables ciudadanos e instituciones habituados a la subvención ni quieren enterarse de donde vienen las sumas de dinero que están dispuestos a seguir gastando sin ganarlas, igual que no nos importa que el elegante jersey de lana virgen que lucimos se haya fabricado en una obscura factoría asiática. Pone Sloterdijk el ejemplo de los ciudadanos del Golfo pérsico que no se interesan por la solución del enigma de cómo es posible que reciban de sus jeques altos salarios por mantenerse lejos de cualquier actividad productiva.

El Estado social generaliza y asegura el “termotopo”, la burbuja de bienestar, un fuego frío atizado por contribuciones obligatorias en torno al cual se reúnen innumerables necesitados (relativamente privilegiados, a pesar de todo). Las sociedades modernas han inventado un meta-hogar que ayuda a muchos menesterosos legítimamente, y a bastantes parásitos y pícaros oportunistas accidentalmente. Las cajas de solidaridad y los sistemas de seguros, sobre todo en Centro-Europa y América del Norte, amparan las instituciones “termotópicas” más cómodas del mundo. Está por ver si tales condiciones son ampliables al resto, al inframundo, sin el sacrificio inconfortable de tantos, o de un modo sostenible, es decir, sin cargarnos del todo el biotopo de base.

Volviendo a la celebración de errores denunciada por Zabaleta y a la que somos tan aficionados, sostendremos con el autor castellano que “las peores mentiras son las que parecen verdades”. Una de ellas es que las mujeres tienen menos entendimiento y son necesariamente más chismosas que los varones. Entendimiento y “entendimiento del entendimiento”, fueron nombres que dio Aristóteles a Dios (Energeia, ¿por qué no Diosa?), error este, el de despreciar la capacidad creativa, ingenio y entendimiento de las mujeres, en que se despeña el desconocimiento de Zabaleta, al que Quevedo hostigó por ser legendariamente feo, lo cual puede que tenga que ver con su posición hostil hacia el “bello sexo”. Ruego se le disculpe este sesgo epocal. Lo compensa el filósofo con la gracia y naturalidad de su prosa castiza, en la cual pone de manifiesto, precisamente al caer torpemente en misoginia, que quien denuncia los humanos errores también, a su vez, yerra.

En su “Error X” toma por ejemplo Zabaleta el caso de Hano, un fenicio de Cartago que fue el primero en domesticar la fiereza de los leones. Admiráronse los cartagineses de su habilidad, pero temerosos sus amos, desterraron a Hano, “dando a entender que no era seguro en la República hombre de tanta osadía y tanta maña”. Discute con energía Zabaleta tal decisión: Bien mereció Hano por sus habilidades prácticas que lo veneraran ¡y no que lo exiliaran! Primero, porque es vulgaridad torpe creer que el león es rey de los brutos, porque los brutos no tienen rey. “Ser muy valiente –como lo es esta fiera- no es ser más noble”; el miedo es prudencia las más veces; ni ser más temido significa estar bien colocado o merecer la posición que se ostenta. Segunda razón, con su hazaña de someter y amansar leones, Hano le había devuelto al hombre aquella parte de superioridad natural que tiene sobre los animales. Que quienes avasallan gentes castiguen a quien sabe sujetar bestias es prevención inútil y muestra flaqueza y “mostrar flaqueza un superior es darle prisa a un atrevimiento”, el del traidor o insurgente, porque nadie teme al que le teme y “todos andan con mucha atención con el que parece que no teme a nadie”, por eso la autoridad se desarma si confiesa miedo.

Mal hizo el tirano o príncipe de Cartago desterrando a Hano, con ello confesó que temía una traición y avisó que podía intentarse. “A Hano hicieron una sinrazón por una razón de Estado, y no se conserva bien un Estado haciendo sinrazones”, concluye nuestro humanista Zabaleta, que llegó a ser cronista oficial de Felipe IV.

Del autor:

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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