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TRANSGÉNICOS, por José Biedma López
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TRANSGÉNICOS, por José Biedma López

viernes 16 de junio de 2023, 08:47h
TRANSGÉNICOS, por José Biedma López

Ochocientos millones de personas en el mundo pasan hambre. Y no sólo de pan vive el hombre. Seríamos muchísimos menos y muchos menos pasarían necesidades si no existieran los organismos transgénicos o modificados genéticamente (OMGs). En realidad, todos somos OMGs, todos somos “trans”, ¡transgénicos!, porque la naturaleza, lo que estamos siendo, no es una esfera estática, sino un volcán, un río, una tormenta, un torbellino, un huracán, una lumbre, tal vez sin final y sin principio…

TRANSGÉNICOS, por José Biedma López

… Quiero decir que en este planeta, todos los organismos han evolucionado según los azares y necesidades de la mutación, la recombinación genética y la pelea sin tregua por la supervivencia. Los programas favorables sobreviven, se replican y alteran; los desfavorables se extinguen. Durante milenios, ganaderos, agricultores, cazadores, pescadores y jardineros han eliminado o seleccionado tipos que les resultaban alimenticios o útiles, y así extinguimos mamuts o pájaros bobos, produjimos perros a partir de lobos y vacas que dan leche a mansalva…

Sin embargo, en los años ochenta del siglo pasado los científicos diseñaron métodos selectivos más rápidos y precisos: el método CRISPR de edición y manipulación genética permite cortar con precisión el ADN, eliminar e introducir genes y provocar mutaciones particulares. De este modo se inventó el arroz dorado en 1999 que ha impedido que millones de niños de todo el mundo mueran por deficiencia de vitamina A. En Bangladés se cultiva un tipo de berenjena modificada genéticamente para que ella misma produzca un pesticida contra los insectos que la atacan. El algodón y el maíz BT son los más consumidos hoy. Dennis González modificó la papaya para que fuera inmune a un virus que diezmaba su producción en Hawai. En India se acaba de aprobar el cultivo de mostaza transgénica y en Kenia y Uganda se cultivan bananas artificialmente resistentes a las plagas de hongos.

El cambio climático y las pertinaces sequías hacen más necesarios aún los cultivos de alimentos transgénicos, más nutritivos y sabrosos, como los tomates japoneses. La investigación es cara y los procesos de regulación y aprobación complejos y costosos. Sólo las grandes compañías multinacionales pueden permitírselos. En Europa ha habido una gran resistencia a los OMGs, pero los Verdes de Finlandia han comprendido que no queda otra que apoyarlos. Inglaterra y Alemania están relajando sus legislaciones al respecto…

La biología sintética es hoy una tecnociencia con una capacidad transformadora y rediseñadora de la naturaleza aún mayor que la que había caracterizado a la “ingeniería genética clásica”. La biología sintética emplea potentes ordenadores e inteligencia artificial para el diseño de biosistemas, el análisis de costes y beneficios, la planificación e industrialización de los cultivos y la mercantilización de sus productos, pues la eficacia tecnológica tiene que contar con la rentabilidad económica. El dominio de la vida, la posibilidad de su rediseño y recreación de acuerdo a nuestras necesidades, intereses y gustos, está hoy al alcance de nuestras capacidades tecnológicas previsibles. “La historia de nuestra especie no ha conocido un proyecto más ambicioso que este” –sentencia Antonio Diéguez (Transhumanismo, Herder, Barcelona 2016).

Hoy se habla de la artificialización y ortopedización de la naturaleza, racionalizada y moldeada a medida del ser humano. La biología ya no se ocupa sólo del conocimiento del origen, funcionamiento y evolución de los seres vivos, sino que busca ahora su manufactura. Si podemos mejorar cultivos y ganado, ¿no podremos también controlar y modificar el genoma humano? La biología sintética es campo de referencia de los defensores del biomejoramiento humano: nuevos fármacos que alarguen nuestra vida, nuevos genes incluso desconocidos por la naturaleza, que amplíen nuestras capacidades. No es posible trazar una línea divisoria neta entre lo terapéutico y lo meliorativo. Podríamos modificar nuestra especie hasta la generación de una nueva especie biológica de la que nos separaría una distancia mayor de la que nos separa ahora de cualquier mono. Es el tema e intención del transhumanismo.

El horizonte nos llena de estupor y excita la imaginación: transhumanos con la visión de un halcón, el olfato de un perro, el sonar de un murciélago, el equilibrio y la gracia de un gato…, o capaces de respirar bajo el agua, pianistas con siete dedos… ¿Posthumanos o monstruos? El supermercado genético se prepara para abrirnos sus puertas de par en par. La modificación genética segura y precisa de un embrión humano o de las células germinales (óvulos y espermatozoides) es factible. Y la modificación de las células germinales pasaría a la siguiente generación si los fenotipos resultantes fueran fértiles. Y no está prohibida ni en China ni en EEUU.

Los transhumanistas arguyen: Si pudiéramos transformarnos en algo mejor que los hombres, ¿por qué iba a ser bueno permanecer siendo humanos? Savulescu enuncia su “principio de beneficencia procreativa”, que manda que elijamos para nuestra descendencia las mejores cualidades posibles. Muchos de los que se oponen al transhumanismo echan mano de un argumento obsoleto: la supuesta existencia de una “ley natural”. Es el mismo argumento que se usó históricamente contra la homosexualidad tratándola de “antinatural”. Al llamado “orden natural” se ha acudido siempre para mantener el statu quo. A. Buchanan lo expresó así: “El discurso sobre la naturaleza humana y lo natural frecuentemente es imperialismo moral disimulado: es hacer pasar opiniones morales altamente subjetivas como si fueran enunciados de hecho”.

Los transhumanistas citan con frecuencia la famosa tesis de Ortega: el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Pero es que, además, la propia naturaleza es historia natural, evolución. En cualquier caso, es muy dudoso que “lo natural” pueda tener alcance normativo. Y es muy discutible que podamos hablar de una naturaleza humana estable. Los humanos compartimos el 99’9 % de nuestros genes, pero eso nos da una diferencia de unos tres millones de pares de bases entre dos individuos cualesquiera. La “Naturaleza” es una abstracción, incluso el genoma humano es un constructo idealizado. Las especies (otra abstracción) no tienen naturaleza, sino historia. El hombre es también un bio-artefacto, desde el primer momento que usó herramientas hasta el día de hoy, en que no podría vivir sin sus prótesis tecnológicas y sin la “sobrenaturaleza” artificial que él mismo ha creado y en la que habita, nuestra tecnoesfera.

Steve Fuller y Verónica Lipinska, sociólogos de la ciencia, han ideado la prospectiva de cómo en un futuro no muy lejano el eje de la política girará en función de la actitud que se tome frente a la biotecnología y en concreto frente al transhumanismo. La derecha integra todavía a tradicionalistas y liberales; la izquierda a comunitaristas y tecnócratas. Pronto, lo políticamente decisivo será si se apuesta o no por la transformación radical del ser humano por medio de la tecnología. Los bandos serían: el de los “precautorios” (conservadores) y el de los “proaccionarios” (liberales y tecnócratas), que constituirán la “nueva izquierda”: una izquierda desacomplejada frente a la tecnología y muy diferente de la izquierda eco-socialista actual, temerosa y acomplejada frente al desarrollo tecnológico y la globalización.

En cualquier caso, un ser humano perfectamente natural es tan imposible como un ser humano completamente artificial. El ser humano es, por naturaleza, un ser tecnológicamente conformado, como muy bien explicó Ortega frente la reaccionaria añoranza de Heidegger. Así, el nicho que hemos creado técnicamente, la tecnoesfera, nos es natural y de él depende nuestro bienestar, pero puede inducirnos a pensar que podamos prescindir del todo de nuestro pasado terrenal, creyendo que es prescindible. La fábula del gigante Anteo sigue siendo edificante a este respecto: aquel titán, hijo de la Madre Tierra, sólo era invulnerable si mantenía una extremidad unida a su madre como cordón umbilical o fuente nutritiva. Hércules, agarrándolo del cuello, le sostuvo en el aire, lo alzó del todo, y esa desvinculación con las raíces de su pasado fue el final de Anteo.

Es preciso proceder con cautela si no queremos que se cumpla la profecía que C. S. Lewis dejó escrita en 1943: “La conquista final del Hombre ha resultado ser la abolición del Hombre”.

Del autor:

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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