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PÍO BAROJA Y NIETZSCHE, por José Biedma López
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PÍO BAROJA Y NIETZSCHE, por José Biedma López

PÍO BAROJA Y NIETZSCHE, por José Biedma López

sábado 11 de marzo de 2023, 09:47h
PÍO BAROJA Y NIETZSCHE, por José Biedma López

En su Tablado de Arlequín (1903) Pío Baroja se preguntaba por el éxito del pensamiento de Nietzsche, prestigio que se prolongó durante todo el siglo XX, no sabemos si para mal o para bien. Fue usado, abusado y malinterpretado –como suele suceder con maestros profanos o santos- tanto por discípulos fachas como por intérpretes ácratas. Y es que las exageraciones filosóficas dan juego a extremistas y fanáticos. Este no fue desde luego el caso del rebelde donostiarra, que leyó con interés tanto a Schopenhauer como a su discípulo bigotudo, sin caer en el fideísmo ciego del epígono lameculos.

Baroja explica el prestigio y popularidad (relativa) de ambos alemanes, tanto por haber reintroducido el espíritu en sus escritos, como por su gracia. Pero Nietzsche hizo más –dice-, puso en sus textos pasión. Como buen tardorromántico. Aunque es curioso que Baroja celebre esto, cuando él mismo tiene ya poco, o nada, de bohemio ni de romántico. Por eso el estilo de Nietzsche resplandece en un lenguaje musical –añade- como piedra preciosa. Emborracha, tonifica los nervios y vivifica.

No cree Baroja –y en esto le alabo el juicio- que Nietzsche sea un gran metafísico como Leibniz, Kant o Hegel, pero eso no importa, porque en él no habla sólo el intelecto frío, sino que fue un “hombre de representación volitiva”: “Afirmó que la masa y la muchedumbre es siempre miserable; comprendió que el mundo sólo se debe a los elegidos”. Fue un poeta paganizante para el que el cristianismo es un mal. Declaró la guerra al ascetismo y a la absurda doctrina del pecado original. Baroja, que fue un anticlerical acérrimo, lo asimila en esto a Juliano el Apóstata y al genio griego, pagano.

Por supuesto, el joven Baroja hace una lectura anarquista de Nietzsche –como Fernando Savater en sus Escritos politeístas-. Nietzsche rompe con su martillo jovial la pesada losa de las preocupaciones burguesas, lo mismo que el ideal ñoño del hombre mediocre, igualado por debajo y ensalzado por el socialismo. Su superhombre es “el carnívoro voluptuoso errante por la vida”. No extraña que interesara a un escritor como Baroja, obsesionado con los aventureros, vagabundos y peregrinos, que pinta protagonistas de sus novelas. Esos personajes que convierten en éxito moral su fracaso social, como el mismo Nietzsche.

Baroja es suficientemente complejo e inteligente, suficientemente escéptico como para hacer la parodia de su entusiasmo por Nietzsche poniéndolo en boca de quien ni le ha leído, de un político y hombre de negocios que encuentra en la ley de “el fuerte se come al débil” (lo que hoy llamamos “darwinismo social”) legitimación para su comportamiento impío… “La piedad es muy bonita. Pero ¿por qué me he de sacrificar yo por nadie?”, dice el tiburón. Alude Baroja al rumor de que don Juan Valera “el espíritu más agudo de la España actual”, “hombre apolínico”, iba a escribir algo sobre Nietzsche y añade que espera los comentarios de Valera con curiosidad verdadera. Me he enterado por la Biblioteca Virtual Cervantes de que en El Comendador Mendoza Valera crea un tipo nietzscheano, fuerte, libre de resentimiento y señor de su albedrío.

El escepticismo epistemológico de Nietzsche, que redujo la verdad a creencia útil y las ideas a metáforas gastadas, casaba muy mal con el interés de Baroja por la ciencia y por la técnica, tan olvidadas en la España de su tiempo como menospreciadas siguen siendo en la actual. Su interés por el orden y el trabajo bien hecho le hicieron germanófilo durante la Primera guerra mundial y eso contracorriente porque la opinión dominante era “aliadófila”. Era Baroja un germanófilo muy especial, porque el Kaiser prusiano no representaba para él viejos valores medievales, sino el ciclo industrial, el taller y el libre examen. Por eso en el Nuevo Tablado de Arlequín descubre su admiración por Alemania, el pueblo “más sabio y el más trabajador de Europa”. No hay en estos escritos de 1917 referencias a Nietzsche, pero sí contra “el viejo Jehová con su séquito de profetas de nariz ganchuda”, contra “los curitas pedantuelos y mentecatos” y hasta contra el parlamentarismo. “Si hay algún país que pueda desacreditar esta camama del parlamentarismo, es Alemania”. En ese mismo artículo, “Cosas del momento”, Baroja elogia la originalidad de los pensadores alemanes, pero también de Bergson “que es un judío de origen alemán u holandés, pariente de los Simmel y de los Cohen”.

En Juventud, Egolatría, don Pío, que tenía formación de médico, se declara materialista por mor de la ciencia, como forma de negación de estúpidas fantasías, consciente de que la materia de los físicos del siglo XX tiene tanto de sustancia como de fuerza. Leibniz fue pionero de esta idea desarrollada por la Dinámica contemporánea, en la que la materia se deshace en formas ubicuas de energía y fuerzas nanofísicas. Concluye Baroja preguntándose: si no existiera la materia ¿qué habría creado Dios?

Aquí y en otras partes usa la oposición esteticista nietzscheana: apolíneo/dionisíaco: “He visto que si el culto a Dionysios hace moverse a saltos la voluntad, el culto de Apolo hace reposar la inteligencia sobre la armonía de las líneas eternas”. Y contra todo ascetismo se declara Baroja “cerdo de la piara de Epicuro”. Eso en la teoría, porque en la práctica no fue precisamente don Pío un libertino ni un adorador del placer. Bien es verdad que el concepto epicúreo del placer era puramente negativo: evitación del dolor. Insiste en que no cree que podamos colocar las cuestiones de la vida “más allá del bien y del mal”: “la idea del bien y del mal no la sobrepasamos nunca”. Esta puya la ensaya directamente contra Nietzsche. También el Ortega maduro declarará aborrecer el amoralismo esteticista del alemán, al que Baroja describe no obstante como “alto poeta y psicólogo extraordinario”; “salido del pesimismo más fino [Nietzsche] es en el fondo un hombre bueno”. Lo opuesto a Rousseau, que habló mucho de la virtud pero no la practicó, que se pronunció a favor de la sensibilidad cordial y la sublimidad de espíritu siendo bajo y vil, cual ese hombre imaginado por el filósofo ginebrino que apretaría el botón para hacer morir a un magnate chino remoto y desconocido si con ello hereda o gana una fortuna. Cree Rousseau que todos somos tan egoístas como él y que apretaríamos el botón, aunque fulminaramos a un chino. Y se engaña.

Comparte Baroja la hostilidad de Nietzsche por la “teatrocracia” de Wagner, porque eso de sustituir la iglesia por el teatro y enseñar filosofía cantando le parece una ridiculez. Sin embargo, no cree como el alemán, que tuvo un temperamento musical, que haya que mediterraneizar la música, que no es un arte intelectual, porque mueve ritmos sentimentales, no ideas, y todos los pueblos tienen derecho a expresar la diversidad de su idiosincrasia.

Baroja piensa que fue cuando el rencor humano se dirigió contra la sociedad (yo diría más bien contra el peso de una moral puritana, esclerótica y caduca) cuando se exaltó la vida. Y confiesa –con la sinceridad un tanto brutal que acredita su independencia de criterio- que comparte el rencor contra la sociedad, pero también contra la vida (esa absurda enfermedad). Diríamos que en esto el pesimismo de Baroja es más radical que el de Nietzsche y no tiene nada de jovial ni vitalista, aunque pueda tener algo de humorístico. De la Vida no se puede decir que sea buena ni mala: “es como la Naturaleza: necesaria”. Eso sí, Baroja deja claro que odia tanto la estupidez como la crueldad.

Ortega respetó y analizó la obra de Baroja y lo describió como novelista donde resuena un trémulo metafísico. Añadió que la inspiración energética que anima su obra era filosófica, ni sólo literaria ni genuinamente estética. Y en efecto no falta en Baroja ese estupor o esa admiración de la que, según Platón y Aristóteles, nació la Filosofía: “Se puede decir que en la Naturaleza no hay milagro, pero también se puede decir que todo es un milagro”.

Baroja abordó la filosofía de joven, incitado a ello por un libro de Patología –lo cual no deja de ser gracioso-. No entendió nada de Fichte, pero los Parerga y Paralipomena de Schopenhauer le reconciliaron con el pensar abstracto… Poseo un precioso ejemplar de la Eudemonología de don Arturo, ciencia de la felicidad, subtítulo de los Parerga o “aforismos sobre la sabiduría de la vida”, una versión castellana de Juan B. Bergua de cuando los nombres alemanes los españolizábamos: Segismundo por Sismund, Leibnicio por Leibniz, Arturo por Arthur, etc. Esta confianza en el idioma español y hasta en lo latino, por desgracia, la hemos perdido, acomplejados y colonizados por lo anglosajón… El caso es que hay un lazo cultural de ida y vuelta entre lo germánico y lo hispánico. Me refiero a la extraordinaria influencia que nuestro genial jesuita Baltasar Gracián ejerció sobre Schopenhauer y sobre Nietzsche. Y luego lo mucho que fueron, han sido y son leídos el trágico pesimista Schopenhauer y el sofista dicharachero Nietzsche por los intelectuales españoles.

Baroja leyó en francés a Kant, del que siempre se muestra gran admirador, hasta el punto de decir que la tercera antinomia de la Crítica de la Razón Pura es más importante que la Primera guerra mundial porque los hombres se han matado siempre pero la Crítica de la Razón Pura sólo se ha escrito una vez. Reconoce que las obras de Nietzsche le causaron un gran efecto y que la metafísica es lo que más le atrae de la filosofía, porque “donde ha habido grandes metafísicos ha habido gran civilización. Al lado de los filósofos han surgido los inventores, y unos y otros son el honor de la Humanidad. Unamuno desdeña a los inventores. Peor para él”. Respetó a Ortega y Gasset: “única posibilidad de filósofo que he conocido; es para mí de los pocos españoles a quienes escucho con interés”, “nuestro querido amigo y maestro”, le llama en una de sus conferencias (1924). Declara que no le interesa gran cosa la pseudo-filosofía anarquista y que uno de los libros que más le han fastidiado ha sido El único y su propiedad de Max Stirner. Esta afirmación no deja de ser paradójica y extraña si uno tiene en cuenta el individualismo radical y ácrata del donostiarra, tan en consonancia con las posiciones de Max Stirner.

Baroja fue primero anticlerical y enemigo de la Iglesia; luego, enemigo del Estado, internacionalista, carbonario, amigo de lo que el liberalismo tiene de destructor, pero enemigo de lo que tiene de constructor, según el mismo se define. En fin, “sincero maestro del improperio” como le llama Ortega, nunca se casó con nadie y odió cualquier especie de dogmatismo. Intervino en política brevemente con Lerroux y su Partido Radical, pero la posición del republicano cordobés le resultó a la postre poco “radical” a Baroja.

En La Caverna del humorismo (1919, 3ª P. I), su ensayo más sistemático y denso, Baroja analizó el aspecto humorista de Nietzsche: Claro que el tono de Nietzsche no es el del humor, el creador del aparatoso Zaratustra más bien parece un guerrero de Gengiskan o de Atila que un hombre de humor; pero cuando intenta explicar la piedad por el rencor es un humorista sin proponérselo. Tiene Nietzsche para nuestro novelista el humorismo de defender lo clásico con argumentos románticos, lo mismo que si un diablo del infierno cristiano se pusiese a defender el Evangelio. Y es que todo impulso nuevo en Arte –y Nietzsche fue sobre todo un artista- tiene una palpitación de humor.

Que una de las raíces del humorismo sea el rencor no debe molestarnos, pues también en el ascetismo de la moral cristiana hay un fondo de rencor, no todo como exageraba el filósofo de Sils María, pero sí algo. El Zaratustra le parece un profeta de quincallería, una afectación de grandeza “totalista”, y el totalista según Baroja no puede ser humorista, porque el humorista es “intensista”, busca profundidad en lugar de extensión. El totalista prefiere orden y medida. El intensismo en la vida es absurdo, desproporcionado, gesticulante; el totalismo es discreto y a la larga mezquino. El totalista es hombre para sainete o para epopeya.

En uno de los ensayos que recoge La decadencia de la cortesía (1956) Baroja se pronuncia sobre la actitud heroica y esforzada de Nietzsche, pero le parece que sus descubrimientos separados de su figura valen muy poco. Y aún los descubrimientos de Freud, otro de los llamados “filósofos de la sospecha”, valen menos, pues el freudismo le parece a Baroja “un morbo de callejuela y de cabaret de arrabal”. Nietzsche fue más genial que Freud al referir a la animalidad del humano dándole un aire más exaltado y lírico. Para Baroja el descubrimiento de la pansexualidad, de la libido inicial proteica (o “perversa polimorfa”, como la llama Freud) no es nada nuevo. El hombre es un animal feroz y lascivo, y cuando se presentan momentos de guerra y de revolución aparece naturalmente, más cruel, más sanguinario y más libidinoso. Lo estamos viendo todos los días. Eso alimenta también nuestro pesimismo respecto al posible destino de la estirpe humana.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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