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"Doña Beatriz Barbosa y Caldera", por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

'Doña Beatriz Barbosa y Caldera', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
viernes 19 de agosto de 2022, 09:39h
'Doña Beatriz Barbosa y Caldera', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

-¿Cómo han dicho que se llaman?- pregunta con voz afligida Diego Barbosa, el suegro de Magallanes, a quien se le ve bastante envejecido y apenado.

'Doña Beatriz Barbosa y Caldera', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

-Este es Antón Hernández, pero todos le llamamos Colmenero, y yo, Antonio Pigafetta. Hemos venido porque moralmente nos sentimos obligados a dar a la familia de nuestro capitán general, y principalmente a su viuda, un emocionante recuerdo del que fue un verdadero padre para nosotros en los momentos de gran tribulación.

El patio de la casa de Diego Barbosa se ve abandonado. Muchas de las flores de los tiestos están marchitas y descuidadas. Las hojas se esparcen por los suelos. El agua de la fuente está sucia. Desde hace un tiempo no hay ilusión en esta casa.

-Mucho le agradecemos esta atención que tienen para con nosotros. Oficialmente nadie ha venido aún a darnos ninguna noticia desde que arribó la nao Victoria a Sevilla. Mis influencias desaparecieron cuando me jubilé. Y mis amigos se han ido apartando de nosotros desde que nos sometieron a vigilancia.

-¿A vigilancia…? ¿Por qué?- interroga incrédulo Colmenero.

- Cuando arribó la nao San Antonio con mi sobrino Álvaro de Mezquita herido y preso, sus tripulantes hicieron graves acusaciones contra Magallanes. Dijeron que se había deshecho arteramente de los hombres de confianza del rey para dejar la flota en manos de portugueses. Que los capitanes nombrados por Su Majestad, unos fueron ejecutados sin contemplaciones, y otros, como D. Juan de Cartagena y un clérigo, fueron abandonados en una tierra inhóspita. Dijeron que la escuadra no llevaba camino para el descubrimiento de la especiería y que iba perdiendo el tiempo y consumiendo sin provecho las provisiones. Que el derrotero que llevaban lo juzgaban inútil y que no quería dar la vuelta por el Cabo de Buena Esperanza como algunos le decían, sino que prefería seguir hacia el sur donde de seguro todos morirían. Que habían entrado en una bahía y la San Antonio y la Concepción se adentraron para descubrir y la San Antonio regresó donde se había convenido concentrarse y ya no encontraron ninguna nao y eso que anduvieron buscándolas durante cinco y seis días dentro de la bahía sin ningún resultado.

-¡Pero si la San Antonio desertó cobardemente! –expresa con indignación Colmenero-. La estuvimos buscando muchos días y no encontramos ningún rastro de ella. Y la mar estaba en completa calma y era imposible que no nos viéramos en la bahía, de no haber desplegado tolas las velas para huir.

- La deserción es un delito que no puede quedar impune – afirma Pigafetta-. En todas partes los desertores son castigados severamente.

-Se formó proceso- aclara Diego Barbosa- . Se tomó declaración a los cincuenta y cinco que vinieron en la nao. Todos declararon en contra de Magallanes. Mi sobrino Álvaro de Mezquita por estar preso no pudo declarar. Se leyó una declaración escrita suya, que le obligaron a redactar con tormentos hasta confesar cuanto convenía a los conspiradores para su descargo y para acriminar a Magallanes, según me explicó cuando le visité en su prisión. Los desertores dijeron que jamás regresaría el resto de la escuadra, pues con toda probabilidad las naves y sus tripulantes se estaban pudriendo en el fondo del océano. La nao Santiago ya había naufragado. Y si la San Antonio se había salvado fue porque acordaron de tomar la vuelta a España. Y sobre dicha vuelta contradecía mi sobrino, que, según dijeron, dio una estocada por la pierna al piloto Estaban Gómez y éste se la devolvió dándole otra estocada en la mano de mi sobrino y así lo prendieron y lo trajeron preso. Dijeron que al doblar el cabo de las Vírgenes se vieron arrastrados por una impetuosa corriente hasta que tropezaron con un importante archipiélago al que bautizaron de San Antón, donde hicieron aguada y se avituallaron.

- Es posible que salieran exprofeso de la ruta para que no los localizáramos por si los perseguíamos- razona Pigafetta.

- Y después – continúa Diego Barbosa- vinieron derechamente a este puerto, comiendo tres onzas de pan cada día porque les faltaban los bastimentos. El tribunal, oídas estas declaraciones y mis alegaciones, declaró sospechosos a ambos bandos. De resultas los oficiales de la Casa de Contratación embargaron todos los bienes de mi sobrino y también prendieron a Esteban Gómez, a Jerónimo Guerra, a Juan Chinchilla, a Francisco Angulo y a otros dos y despidieron a los demás. Pusieron en seguridad la nao y lo que en ella venía. Y avisaron de todo a los gobernadores del reino y al presidente del Consejo de Indias, los cuales mandaron que se tuviesen a muy buen recaudo la mujer, que es mi hija, y los hijos de Hernando de Magallanes, de manera que no nos pudiéramos ir a Portugal hasta que se entendiese mejor lo que había pasado. ¡Y esta afrenta nos ha hundido por completo!

Los ojos de Diego Barbosa se enrojecen y se llenan de lágrimas. Su voz se debilita por la congoja. Solloza entrecortadamente.

-¡La desgracia se ha cebado en nosotros sin compasión!...¡La Muerte entró en esta casa y se llevó a mis dos angelitos, a mis dos niños…! ¡Mi hija Beatriz ha perdido toda la ilusión por la vida…!¡Y yo ya no tengo fuerzas para darle ánimos y consolarla!

Un cálido llanto sacude el cuerpo de este anciano dolorido. Los dos visitantes respetan su dolor con el silencio. Parte el alma ver a este anciano zaherido por la injusticia y la desgracia. Se seca las lágrimas y ahoga los últimos suspiros. Diego Barbosa continúa:

-Se decidió dar tiempo al tiempo, por si regresaba la escuadra de Magallanes y así se pudiera fallar la sentencia adecuada. Y se acordó que los presos fueran llevados a Burgos, que es donde estaba la corte. Ya no he visto más a mi sobrino Álvaro. Dicen que se está pudriendo en aquellas sórdidas cárceles. Y el tiempo ha ido exculpando a esos traidores. Al no tener noticias de Magallanes, la razón ha quedado de parte de los desertores. Jerónimo Guerra, que venía como capitán de la San Antonio, fue el primero en quedar en libertad sin cargo alguno. La influencia de su pariente Cristóbal de Haro lo puso en libertad.

-Ah, ese financiero es quien se ha hecho cargo de la Victoria y de todo su cargamento de especias- aclara Pigafetta-, y nos ha pagado a cada uno 690 ducados de oro.

- Si está en algún apuro económico cuente con nuestro dinero- ofrece generoso Colmenero-. Si lo hemos ganado ha sido gracias al genio de Magallanes.

-Gracias, muchas gracias. Siempre hay gente buena. Yo solo necesito justicia. Y que mi hija recobre la alegría que siempre tuvo. Pero me temo que ya es tarde. Mi Beatriz es un alma en pena. ¡Si hubiera regresado su esposo…! Si, ese Cristóbal de Haro también se hizo cargo de la San Antonio. Y la vendió por 295.000 maravedíes con sus armas y pertrechos. Dijeron que con ese dinero se empezaría a despachar una nueva armada para seguir el descubrimiento de la especiería. No estoy seguro, pero me parece que el mando de esa armada se lo han dado al traidor ese de Estaban Gómez.

- ¿No estaba encarcelado?- pregunta intrigado Colmenero.

-Salió enseguida de la cárcel porque le dieron el cargo de piloto de una escuadra que tenía la misión de apresar a los corsarios que interceptaban el comercio con las Indias. Y para colmo de injusticias, parte de los bienes embargados a mi sobrino se los dieron a Esteban Gómez. Y el éxito le sonrió porque frente al cabo de San Vicente encontraron a los corsarios, que eran siete naves francesas, a las que batió y persiguió, apresando dos de ellas y haciendo huir a las demás. Esteban Gómez fue recompensado generosamente y ahora está haciendo descubrimientos. Pero habiendo llegado vosotros todo se aclarará y se podrá hacer justicia.

-Me temo que no – responde Pigafetta-. Juan Sebastián del Cano, a quien le están dando todos los honores, fue cómplice de los desertores. Fue uno de los conjurados contra Magallanes en el Puerto de San Julián.

-Ya no importa nada –habla abatido Diego Barbosa-. Sólo pido que dejen en libertad a mi sobrino Álvaro.

- Del Cano, por muchos honores que le quieran dar, no es ni más ni menos que como uno de nosotros- declara Pigafetta-. La única gloria de este éxito se debe solo a Magallanes.

- ¿Y mi hijo Duarte? – pregunta el anciano.

- Murió en Cebú – le explica Colmenero- en una encerrona que preparó el rajá de aquella isla. Allí murieron los más cualificados de la escuadra.

-¡Dios santo…, qué tragedia! ¿Y solo habéis regresado dieciocho?... ¡Qué locura!... ¡Qué locura más grande!...

Una sombra, más que una mujer de carne y hueso, se acerca al grupo. Los ojos los tiene enrojecidos, pero sin lágrimas. Ya no quedan más lágrimas. ¿Cuántas habrá vertido en estos dos últimos años? Primero llegó la nefasta noticia de que el esposo había muerto. No podía ser. Eran unos vulgares desertores. El primo Álvaro dijo que vivía y que estaba en las puertas del triunfo.

¡Pero qué larga es la separación! ¡Qué largas las noches de insomnio, qué largos los días! Los frutos del amor alegran la casa y hacen más llevadera la espera. Si la zozobra y la angustia no eran suficientes, la Pérfida se interna en esta casa inadvertidamente, sin previo aviso, para arrebatar los tesoros más preciados. Los dos retoños de Beatriz y de Magallanes, tras unas raras fiebres, mueren casi simultáneamente. ¡Ya no hay fuerza capaz que consuele a esta joven madre! ¡Ya no importa nada! ¿Qué queda de aquella Beatriz que Magallanes conociera en la plenitud de la juventud? ¿Dónde están sus sonrosadas mejillas y su perpetua sonrisa?

La viuda de Magallanes, la que se acerca al grupo, ahora es una mujer descarnada, de grandes ojeras, vestida de luto y una extraña fijeza en la mirada. ¡Un pálido reflejo de lo que fue!¡Es una tragedia perder de golpe la juventud y la esperanza y las ganas de vivir! Nadie le ha dicho que es viuda, pero hacía tiempo que lo presentía. Cuando arribó la Victoria sin él, no le extrañó. No le extrañó que nadie corriera a su casa para avisarle de que su esposo había regresado. Ya lo sabía. Hay un sentido oculto, una premonición que anuncia, generalmente, la fatalidad. Y no ha derramado ni una lágrima. No quedan.

  • ¿Estuvisteis con él…?

-Estuvimos con él – responde conturbado Colmenero-. Señora, no sabe lo que sentimos el que no haya regresado con nosotros. Mucho le hemos echado de menos desde que murió.

- ¿Cumplió con su destino?

-Supo domeñar a su destino- aclara Pigafetta- Espero que la fama de un capitán valeroso como fue él jamás se borrará de la memoria del mundo. Entre otras muchas virtudes que le adornaban, sobresalía la de su firmeza, superior a la de los demás, hasta en medio de la mayor desgracia. Soportó el hambre con más paciencia que otro alguno. No hay otro hombre en toda la tierra tan entendido de los mapas y de la náutica. Y la verdad de esto se manifiesta en que llevó a cabo lo que antes nadie supo, ni tuvo ánimo para llegar a descubrir.

- Sin dejarse doblegar sacrificó todo cuanto tenía a la idea, a la misión que se marcó a sí mismo- afirma Diego Barbosa.

-Cuando una idea – comenta Pigafetta- vuela en alas del genio, cuando se lleva adelante denodadamente y con pasión, se vence al propio destino.

- ¿Cómo murió?

- Murió como un capitán- explica Colmenero- Fue un combate desigual. Miles de indios se lanzaron contra nosotros salvajemente. Un griterío de muerte nos llenó a todos de pánico. Él luchaba con la mayor bravura que jamás haya visto. Su yelmo había caído ya varias veces. Los indios dirigían todos sus ataques contra él, porque comprendían que él era el jefe y que sólo él importaba. Un indio logró herirle con su lanza en la frente y él le atravesó con su lanza. Quiso sacar la espada, pero su brazo herido no se los permitió. Un tremendo tajo en su pierna hizo que cayera y todos los indios como aves de rapiña se lanzaron contra él para masacrarlo.

Un quejido profundo surge de Beatriz, como si ella sintiera en sus entrañas un desgarrón.

-Caído en el suelo aún volvió la cabeza hacia nosotros para ver si los demás nos podíamos poner a salvo- manifiesta con voz quebrada Pigafetta- ¡No os importe mi muerte!, nos gritó. Si él no podía salvarse, que se salvara su obra.

- ¡Todos contra él…!- gime Beatriz con los ojos fijos en la nada.

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