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'Le hemos arrebatado un día al tiempo' , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo.

"Le hemos arrebatado un día al tiempo" , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo.

'Le hemos arrebatado un día al tiempo' , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo.
domingo 12 de junio de 2022, 09:54h
'Le hemos arrebatado un día al tiempo' , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo.

Nos encontramos en la recta final de las conmemoraciones del Quinto Centenarios de la Primera Vuelta al Mundo. Han proliferado las publicaciones y ha tenido que ser un director británico el que ha filmado una serie de cierta calidad sobre este viaje tan importante para la Historia, cuando son los ingleses, precisamente, los que vienen explicando en sus centros educativos que fue Drake el primero en dar la vuelta al mundo. Como no estamos muy seguros si se han dado a conocer los grandes logros que se hicieron en este importante periplo me veo en la obligación en reproducir fragmentos del libro que publicamos en 2012, el cual, por diversas razones, no ha tenido la adecuada promoción para darlo a conocer al gran público. Ha habido intentos de llevarlo a la grande y a la pequeña pantallas, pero la falta del presupuesto adecuado no lo ha hecho posible. Como explico en la introducción, para hacer compatible el rigor científico que exige el trabajo de historiador con un relato comprensible, cómodo y atractivo utilizo lo que podríamos llamar historia novelada, historia en el fondo y novela en la forma. O sea, que para acercarnos lo más posible a las vivencias de los personajes y penetrar en sus ansias y emociones ha transferido en forma conversacional el mismo hecho histórico.

Recalan en las islas de cabo Verde

La Victoria va viento en popa. No da mucho trabajo en su manejo. El tiempo no puede ser más favorable. La línea equinoccial ha sido atravesada. No más de un mes y se llega por fin a casa.

-Sólo falta el último empujón- proclama el capitán Juan Sebastián del Cano.

-Sí, pero un reguero de vidas viene dejando la Victoria desde que cruzamos el terrible cabo de Buena Esperanza – comenta el sobresaliente Juan Martín-. En mes y medio ya han muerto veintiuno. Y sobrevivimos treinta y dos europeos y tres malayos.

- ¿Sobrevivimos? – le replica el lombardero Hans Vargue-. Yacemos sobre las tablas.

- ¿Cuántos llegaremos a casa si el ritmo de los que mueren es implacablemente progresivo? –se pregunta Juan Martín.

- ¡No hay nada, absolutamente nada para echar a la boca!- se queja el despensero Pedro de Tolosa-. ¡No sobreviviremos más de tres días si no ponemos inmediato remedio!

-Estamos a la altura de las islas de Cabo Verde- refiere el piloto Francisco Albo.

- Ya, ya lo sé- responde del Cano-. Y también sé que allí hay una factoría portuguesa que nos podría socorrer. Pero también nos podrían matar a todos. Pienso que anclar en las aguas de esas islas significa capitular a un paso de casa. ¡Si ya estamos llegando!

-¿Qué nos quedará para llegar a casa, un mes?- pregunta el escribano Martín Méndez.

- Más, más, échale dos meses largos- le rectifica Albo.

- ¿Y si en vez de ir a las islas, fuéramos a tierra firme?- propone el capitán-. Allí podríamos coger mantenimientos y no correríamos ningún riesgo de encontrarnos con los portugueses.

-Ir a tierra firme sería perder el tiempo- razona Martín Méndez-. Ya lo hemos intentado y hemos encontrado una tierra yerma.

-Bueno, eso fue junto al cabo – responde del Cano-, pero por estas costas no necesariamente ha de ser una tierra pelada.

-Desde el momento en que no tienen los portugueses factorías en tierra firme, será por algo- dice Pedro de Tolosa.

-Además, necesitamos esclavos que nos ayuden a achicar el agua- dice el maestre Martín Rodas- Nosotros ya no tenemos fuerzas y cada vez entra más agua.

-Bueno, yo no quiero imponer nada en estas circunstancias tan precarias en que nos encontramos- admite del Cano.

- Lo mejor sería convocar a la gente y que dé su parecer – sugiere Francisco Albo.

- Me parece razonable – responde el capitán.

A mano alzada la gente se decanta por las islas de Cabo Verde. Se prefiere la seguridad de encontrar alimentos, aunque haya riesgos. En las islas de Cabo Verde se podrán comprar víveres. Riquezas hay en la Victoria para pagar lo que fuera necesario.

-Bien, pongamos rumbo a las islas de Cabo Verde de inmediato- acepta el capitán-. Pero pensemos que vamos a tierras enemigas y hemos de evitar, por todos los medios, que sospechen que venimos de las islas de la especiería.

- Inventemos una treta para que no sospechen de dónde venimos, ni que pertenecemos a la escuadra de Magallanes- dice Albo-. No sé, podríamos decir que venimos de las Indias Occidentales, ¿no? No es nada descabellado, pues la ruta castellana a las Indias Occidentales ya no queda muy lejos.

- Eso, que hemos sufrido un fuerte temporal viniendo de las Indias Occidentales, justo al cruzar la línea equinoccial, y nos ha dejado malparados. Además, nos hemos disgregado de la escuadra de la que formábamos parte y que los demás han seguido rumbo a España –establece el capitán.

-El estado de la Victoria sin el mástil del trinquete y la imagen lastimera que presenta hará verosímil el embuste – dice Pedro de Tolosa.

-Que llevamos varios días en solitario y nos hemos quedado sin suficientes mantenimientos –explica del Cano.

- ¿Suficientes…?, ninguno- aclara Martín Yudícibus.

-Además, necesitamos alquilar esclavos, para que nos achiquen el agua, pues nos entra mucha- añade Miguel Rodas.

-Por todas estas razones tenemos que decir que nos dirigimos a los hermanos en Cristo para que nos saquen del grave apuro en que nos encontramos- especifica el capitán-. ¿Habéis entendido…? ¿Estáis de acuerdo…? Ya sabéis lo que hay que decir, y que nadie diga otra cosa, no vaya a ser que sospechen, ahora que estamos a las puertas de casa, y echemos a perder todo lo que hemos conseguido con enorme esfuerzo. Bien, no perdamos más tiempo, Albo, pon rumbo, pues, a las islas de Cabo Verde.

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- Oye, Albo, ¿a qué día estamos hoy?- pregunta Pigafetta.

- A 9 de julio, ¿por qué?

- No, me refiero al día de la semana.

- Miércoles.

- Lo mismo que yo tengo anotado en mi diario. Pues los portugueses me han dicho que hoy es jueves. Y lo he preguntado a varios. Y todos me han dicho lo mismo. Esto si que es raro. Yo te podría jurar que no me he equivocado en ningún día. Aquí en mi diario marco escrupulosamente los días de la semana y la data del mes. ¿Ves?, día por día anoto la situación y la altura del sol. Sí que es raro.

- ¿Qué han dicho de los víveres?- pregunta del Cano.

- El gobernador nos ha dicho –responde Pigafetta- que nos podrá facilitar arroz, vino y cuantos víveres necesitemos para llegar a España. Mañana ya podremos embarcar unos cuantos fardos de arroz que ya tienen preparados. Y en dos o tres días tendrá a punto todo cuanto necesitamos. También mañana nos alquilarán unos cuantos esclavos negros para que nos achiquen el agua. Me ha preguntado cómo pagaremos todo esto.

- ¿Y en cuánto nos vende las vituallas y los mantenimientos?- pregunta del Cano.

- Yo desembarcaré mañana- interviene el contador Martín Méndez- y ajustaremos precios. Lo que no sé es con qué podremos pagar, como no sea con especias.

-Llévale tres quintales de clavos de olor y con ello ya estarán de sobras pagados- decide del Cano-. Hemos de ser generosos por aliviarnos de la lamentable situación en que no encontramos.

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-Os exigimos que os rindáis –dice el contramaestre de la barcaza en un mal castellano-. En aquellas carabelas que han llegado de las Indias iréis a España. Y allá en Portugal daréis cuenta de vuestro viaje y del hecho de llevar especias, que son del exclusivo comercio de nuestro rey. Nuestra gente gobernará vuestra nao, pues la incautaremos en nombre de nuestro soberano el muy magnífico señor Don Manuel el Afortunado.

-¿Quién os manda decir esto?-pregunta del Cano desde su puesto en la Victoria

- Es lo que nos han ordenado nuestros señores.

-¿Dónde está nuestra gente y nuestro batel?- vuelve a interrogar el capitán.

-Han quedado retenidos en el puerto.

- ¡Id prestos a decir a vuestros señores que nos devuelvan a los nuestros! De lo contrario todos cataréis el hierro de nuestros cañones y os juro que no tardaréis en ser pasto de los peces!

La barcaza regresa a puerto y la Victoria toma otro bordo y espera. Juan Sebastián del Cano y los suyos empiezan a observar como las carabelas que hay en el puerto están levando anclas.

-¡Izad todas las velas! ¡Rápido!- decide sin titubeos el capitán de la Victoria-. Nos vamos antes de que nos apresen. Nuestro emperador se encargará de exigir el rescate de nuestros camaradas. Pero nos hemos de salvar nosotros para que ellos puedan también salvarse. ¡Avante a toda vela!

La escasa tripulación pone en movimiento a la Victoria, que enfila rumbo a España. El viento favorable del nordeste hace que la última nave magallánica saque suficiente ventaja. Al internarse en mar abierto y, a favor de las tinieblas de la noche, burla a sus perseguidores, quienes tienen que desistir de sus propósitos.

En la isla de Santiago, del archipiélago de Cabo Verde, han quedado trece compañeros. Otros que también se ven privados del regreso triunfante a su tierra, del abrazo de los suyos y de la alegría de haber acabado el viaje más fantástico que jamás se haya realizado. Después de tantas fatigas, de tantas penalidades, de hacer tanto por la Humanidad, se ven encarcelados en una lóbrega mazmorra como vulgares delincuentes.

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¡La vuelta al mundo! ¿Pero es que al mundo se le puede dar la vuelta? Pues sí, la nao Victoria y una mermada tripulación lo están demostrando. Los tripulantes están demacrados, macilentos. Las enormes ojeras violáceas acentúan las órbitas de los ojos, dándoles un aspecto cadavérico. Parecen espectros con apariencia de vida. No pueden ni arrastrarse. Y, sin embargo, cada uno se ha de multiplicar para hacer el trabajo de varios, ya que no hay suficientes brazos para el manejo de la nao. Hay que achicar el agua, pues las viejas tablas de la nave rezuman sin interrupción. Día y noche se han de turnar sin descanso en la pesada y monótona tarea de accionar las bombas; día y noche resuena gravemente la pesadilla atroz de la succión acompasada derramando en cubierta arroyos salados. Los turnos son agotadores. Sólo la promesa de la cercana arribada a casa mantiene en pie a estos espectros.

Pero al mismo tiempo hay que manejar, también día y noche, el timón. Hay que cuidarse de las velas, arrizarlas, traerlas, sacarlas… Hay que comprobar continuamente la derrota, hay que enramarse a la gavia para otear el horizonte, hay que medir la altura del sol, hay que arrebatar alguna presa al mar, hay…

No son suficientes. Veintidós hombres no son suficientes para manejar una nao que está terminando de dar la vuelta al mundo. Y no son veintidós, son dieciocho europeos y dos isleños, porque los otros dos ha días que no se puede contar con ellos. Desde antes de arribar a las islas de Cabo Verde. El escorbuto los tiene atrapados en una cruel agonía. Y un atardecer, porque siempre es por los atardeceres, las negras aguas abismales les dan sepultura.

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La comida es floja y monótona. Y menos mal que de las islas de Cabo Verde se pudo embarcar arroz en abundancia. El cansancio es tremendo. No hay prácticamente tiempo para descansar. Todos van como sonámbulos, después de muchos días y muchas noches sin poder dormir lo necesario.

-Me preocupa el que nos falte un día –comenta Pigafetta-. Es muy raro.

- Y no se nos ha pasado ningún día por alto –dice Francisco Albo.

-¡Qué va! Yo anoto cada día en mi diario y lo tengo dispuesto de tal manera que si me saltase un día lo notaría enseguida. Todos los amaneceres y todos los atardeceres los señalo con una cruz. No hay posibilidad de error.

-Además todos coincidimos en el mismo día. Sí que es raro que a todos nos falte un día.

- Aquí tiene que haber un secreto –interviene el alemán Hans Vargue.

-Hemos vivido un día menos y no nos hemos dado cuenta –comenta con cierta sorna el merino Martín Yudícibus.

-Fuera de bromas, pero aquí tiene que haber un secreto de la Naturaleza- discurre Pigafetta-. Nuestro viaje siempre ha transitado en conjunto hacia el oeste y…

- Claro, como que le estamos dando la vuelta al mundo por el camino del sol- confirma el marinero Diego Gallego.

-Sí… no, me parece una necedad lo que pienso –explica Pigafetta-. Bueno pensaba que al ir el sol hacia el oeste y nosotros también hacia el oeste…, no son tonterías.

-¿Cómo tonterías? ¡Aclárate de una puñetera vez! –exige Colmenero.

-Pensaba que en nuestro navegar hacia el oeste le habíamos arrebatado un día al tiempo –comenta Pigafetta-. Pero para eso tendría que dar vueltas la Tierra. Y es una tontería pensar que la Tierra se mueve.

-A mí me parece –le espeta Colmenero- que el sol te está comiendo la cabezota que tienes de pepino. Siempre has sigo un grillado, y ahora te estás volviendo como una chiva. ¿No estarás bebiendo agua del mar?

- Me tiene preocupado este fenómeno- insiste Pigafetta-. Pero creo que habiendo navegado siempre al oeste siguiendo el curso del sol, al volver al mismo sitio hemos tenido que ganar veinticuatro horas sobre los que siempre han estado quietos en un lugar. Basta reflexionar para convencernos.

- Yo ya estoy convencido- asegura Colmenero- Estás majareta.

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