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Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero

Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero
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lunes 25 de abril de 2022, 14:14h
Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero
Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero

Como este trabajo para un solo artículo es muy largo lo hemos partido para que la información sea más completa. Ya dijimos que nos atenemos exclusivamente a un análisis de las primeras noticias escritas a lo largo de los primeros sesenta años de la expansión, desde el Diario de a bordo del primer viaje de Colom hasta la Crónica del Perú, de Pedro Cieza de León, publicada en 1553.

Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero
Plantas americanas según las primeras Crónicas de Indias (Segunda parte), por Pedro Cuesta Escudero

Frutas

Cristóbal Colón, ya el mismo 12 de octubre de 1492 cuando bajaron a tierra por primera vez, señaló la gran variedad de frutas que había en la tierra a la que acababan de llegar: “Puestos en tierra vimos árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras”. O sea, desde un primer momento, los europeos fueron conscientes de la enorme variedad de frutos que existían en el Nuevo Mundo. Encontraron frutas como las europeas, aunque hubo muchas de difícil identificación. Hernando Colom cita a una de ellas, las “caxinas” que describió como “unas manzanillas algo arrugadas”. Por su parte, Cabeza de Vaca en su recorrido por el sur de los actuales Estados Unidos, tuvo que alimentarse de “hieros” y de “chacón", un fruto áspero y amargo que crecía en los márgenes de Río Grande. Asimismo, vio algo parecido al limón ceutí en Paraguay. Tampoco se han podido identificar cuatro frutas descritas por Anglería: el corito, el guacomine, el guanalalá y el guanananá. Muy distintas son las referencias a vides y a nueces (o nogales), puesto que ambas eran habituales para un europeo de la época, y existían en el Nuevo Mundo. “Pero allende desto –escribe Fernández Oviedo- digo que ansí en esta ysla como en otras circunstantes y en la tierra firme ay parras salvajes y que llevan buenas uvas tintas”. En el caso de las nueces, Fernández de Oviedo señaló la presencia de nogales muy similares a los europeos en la isla Española. Hay menciones en diversos autores a ciruelas y cerezas, e incluso manzanas. Fernández de Oviedo describió otros siete frutales antillanos: el anón, la auzuba, el gaguey, la guazuma, el hicaco, el irén y la macagua, frutas que, aunque habituales en América, son prácticamente desconocidas en Europa. El mameyes otra fruta tropical, de sabor parecido al melocotón, que no se ha dispersado, pese a su abundancia en la zona antillana y mesoamericana a la llegada de los españoles, tal y como lo atestiguan Cuneo, Hernando Colom, Anglería y Oviedo.

El tomate, el pimiento, el aguacate, la guayaba y la piña tropical

El tomate era originario de los bajos Andes y también era cultivado por los aztecas en México. La palabra azteca “tomail” significaba “fruta hinchada” y los conquistadores la llamaron “tomate”. Al no cultivarse en las Antillas este alimento no fue mencionado por Colom, pero, al igual que ocurre con la patata deben existir actualmente miles de platos en los que el tomate es el ingrediente principal o el elemento clave. Debido a su color, sabor y versatilidad, el tomate ha recorrido un largo camino desde las antiguas civilizaciones aztecas hasta convertirse en un elemento omnipresente en las cocinas de hoy. Aunque el tomate se considera una verdura debido a sus diversos usos culinarios, es de hecho una fruta de la familia de las solanáceas. Es un pariente próximo de la patata, el pimiento y la berenjena. Hoy en día el tomate es una de las claves de la dieta mediterránea y son numerosos los beneficios que aportan a la salud como prevención de enfermedades cardiovasculares, prevención de algunos cánceres, tratamiento de diabetes o refuerzo del sistema inmunológico, tanto es así que se considera el tomate un superalimento. Al principio se pensaba que era una planta venenosa por la presencia de tomatina, un alcaloide que se encuentra en sus hojas y frutos inmaduros. Así que inicialmente sólo se usaba como planta ornamental.

Probablemente, el tomate llegó en primer lugar a Sevilla, que era uno de los principales centros del comercio internacional, en particular con Italia. En 1544, el herborista italiano Mattioli se refirió a los frutos amarillos de la planta del tomate como "mala aurea", manzana de oro, y más adelante, en 1554, mencionó una variedad roja. El mismo año, Dodoens, un herborista holandés, realizó una descripción detallada del fruto y éste se ganó la reputación de afrodisíaco. Esto explica los nombres como "pomme d´amour" en francés, "pomodoro" en italiano y "love apple" en inglés. Lo curioso, es que los primeros tomates que llegaron a Europa eran de color amarillo. Esto explicaría, que su nombre italiano sea pomodoro (pomo de oro)

El pimiento es originario de la zona de Bolivia y Perú donde se cultivaban hasta cuatro especies diferentes, pero ya se consumía en las Antillas, por lo que fue traído al Viejo Mundo por Colom en su primer viaje en 1493. En el siglo XVI ya se había difundido su cultivo en toda España, desde donde se distribuyó al resto de Europa y del mundo. No se sabe exactamente cuando se empezó a secar y moler ciertos tipos de pimientos como la paprika y la ñora para hacer pimentón. Pero todo apunta que los indígenas americanos ya lo hacían.

El aguacate recibió en un principio el nombre de pera, por su forma parecida a la de esta fruta Tenía uso alimenticio importantísimo en toda la América intertropical. “…entre ella [la pepita] y la corteza primera está lo que es de comer- escribe Oviedo- que es harto, y de un licor o palta que es muy semejante a manteca y muy buen manjar y de buen sabor, y tal que los que pueden haber los guardan y los precian”.

La guayaba estaba también muy difundida en toda la América tropical, como lo muestra la multitud de citas y descripciones de esta planta que aparecen en las fuentes. La primera cita procede de Ramón Pané, que recoge una creencia indígena según la cual: “Durante el día los muertos están recluidos; por la noche van de recreo y comen cierto fruto que se llama guayaba”. El cultivo de estos árboles debía estar muy difundido en la costa pacífica, dada la cantidad de veces que lo vio Cieza en su recorrido. Concretamente, vio guayabas en Panamá, en Urabá, en Antíoco, en Arma, en Quimbaya, en Cali, en Puerto Viejo, en la costa norte de Perú, y en Cuzco.

Otra fruta que alcanzó una mayor y temprana difusión en Europa es el coco. Pero la discusión sobre la existencia o no de cocoteros en América antes de la llegada de los españoles ha sido larga y compleja. Actualmente, sin embargo, parece confirmada la presencia de Cocus nucifera en zonas muy concretas del istmo de Panamá, además de en la isla de la costa del Pacífico, llamada precisamente isla de Cocos. La presencia de una especie de origen asiático sólo puede explicarse por una dispersión accidental, no debida a causas humanas y de datación no muy anterior al siglo XV. Una prueba a este respecto la constituye el hecho de que en toda la América tropical sólo se conocen los nombres castellano y portugués del coco y cocotero, y no se ha registrado ninguna denominación indígena. Anglería, que ya debía conocer esta fruta puesto que no la describe, al informar de su presencia en la región panameña de Nata, se refiere a esta dispersión accidental: “Hay quien piensa que el flujo del mar lleva aquí las semillas de aquellos árboles desde ignotas regiones. Dicen que de otras regiones de Indias, son nativos, han sido llevados a la Española y a Cuba”. No obstante, en las fuentes que hemos manejado, la descripción más precisa es la de López de Gómara, pero no se refiere a los que crecían en el continente americano, sino a los de la isla de Cebú, en el Pacífico, a raíz de su narración de la vuelta al mundo de El Cano.

Una fruta tropical muy tempranamente conocida en Europa pero no cultivada, fue la que en castellano se continúa denominando piña (tropical), y en casi todos los demás idiomas europeos ananás. Como ocurrió con otros muchos vegetales americanos, las primeras descripciones de la piña se hicieron mediante el recurso a la analogía. Esas primeras descripciones fueron recogidas en las Décadas de Anglería, quién gracias a su estrecha relación con los círculos de la Corte, informó sobre la llegada a la Península de piñas que fueron probadas por Fernando el Católico. “Otra fruta, dice el invictísimo rey Fernando que ha comido, traída de aquellas tierras, que tiene muchas escamas; y en la vista, forma y color se asemeja a las piñas de los pinos; pero en lo blanda al melón, y en el sabor aventaja a toda fruta de huerto; pero no es árbol, sino hierba muy parecida al cardo o acanto”. La piña fue una de las primeras frutas tropicales conocidas y consumidas por los europeos, pese a los problemas que tenían en la época para el transporte de las mismas, y su casi imposible aclimatación en la fría Europa. Solamente, en las zonas más cálidas cercanas al Viejo Continente como Canarias o las Azores, se cultivaron ocasionalmente.

Todo lo contrario al fracaso del cultivo de la piña y de otras muchas frutas tropicales fue el caso de la tuna, chumbo o fruto del nopal, sin duda alguna la planta americana que más temprana y extensamente se aclimató e, 'incluso, se asilvestró en todo el Mediterráneo. A la llegada de los españoles, el nopal crecía espontáneamente por casi todo el continente, pero parece que solamente en México se cultivaba. Sin embargo, algo tan común en América resultó enormemente extraño a los primeros europeos, al igual que el resto de cactáceas, por no existir en Europa nada que se pareciera. En los textos colombinos no hay mención a este fruto, a excepción de la posible referencia que hizo Cuneo cuando dijo que en las islas se cultivaba un fruto “que tiene el tallo como un chícharo, y de forma y de sabor semejante a los higos”. “EI año de MDXV viniendo de la Tierra Firme a esta ciudad de Santo Domingo –escribe Fernández de Oviedo- venían en mi compañía el piloto Andrés Niño y otros compañeros. Y como algunos dellos eran más pláticos en la tierra y conocían esta fruta comíanla de buena gana, porque en el campo hallábamos mucha della, y yo comencé a les hacer compañía en el manjar y comí algunas dellas y supiéronme bien. Y quando fue hora de parar a comer apeamos de los caballos en el campo a par de un río. Y yo aparteme a verter aguas y oriné una gran cantidad de verdadera sangre (a lo que a mí me parescía)... sin dubda creí que tenía todas las venas del cuerpo rompidas y que se me había ido la sangre a la vexiga”. Andrés Niño le tranquiliza diciendo que ese color de la orina es por haber comido tunas, pero no tiene más consecuencias. En zonas desérticas donde era difícil encontrar otro tipo de alimento, como le ocurrió a Núñez Cabeza de Vaca en su larga travesía por los desiertos del sur de los actuales Estados Unidos y norte de México. Para los indios iguacos la tuna era su alimento básico. Los exprimían, los abrían y los ponían a secar como higos para poder comerlos después de la temporada en que crecían. Esta misma tribu molía y hacía polvo de las cáscaras y bebían el zumo.

Otros alimentos americanos

En las fuentes aparecen mencionados otros alimentos difícilmente c1asificables pues presentan problemas de identificación dada su similitud con alimentos europeos. Es el caso de las calabazas. Cabeza de Vaca hizo referencia a su consumo entre los habitantes de las riberas de Río Grande y de la Sierra, Poco precisa es la referencia de Cieza a unos «olorosos y sabrosos pepinos, no de la naturaleza de los de España, aunque en el talle les parescen algo», que vio en el valle de Chincha.

Por otro lado, aparecen otros tres productos que podríamos clasificar como verduras. Se trata de la acedera, la acelga y el apio, todos ellos, citados de pasada por Gómara y Anglería. Evidentemente es imposible saber a qué se están refiriendo, más aún si se tiene en cuenta que son denominaciones que corresponden a productos claramente europeos y que las noticias proceden de autores que no estuvieron nunca en América. Este mismo escaso interés presenta la relación de verduras europeas que Cortés vio en el mercado de Tenochtitlán y la cita de Gómara sobre la existencia de altramuces en Perú.

Otro alimento americano recogido en las fuentes es el mezquite, mencionado por Cabeza de Vaca y Cieza. Ambos cronistas lo vieron en sus respectivas expediciones y lo denominaron algarrobo, dada su similitud formal con dicho árbol mediterráneo, aunque botánicamente pertenezcan a géneros muy diferentes. Cabeza de Vaca lo describió como: “una fruta que cuando está en el árbol es muy amarga, y es de la manera de las algarrobas, y cómese con tierra, y con ella está dulce y bueno de comer”. Relató el sistema que para su consumo utilizaban los indios de la costa sur de los actuales Estados Unidos, consistente en moler en un hoyo el mezquite hasta que mezclaba con la tierra y se ponía dulce. Este mismo autor, en su expedición al Río de la Plata, volvió a ocuparse de este árbol, en esta ocasión al hablar de los indios guaycurúes, una tribu nómada que se alimentaba de pescado y “de unas algarrobas que hay en la tierra, a las cuales acuden por los montes donde están estos árboles (…) y de ella hacen harina y vino, el qual sale tan fuerte y recio, que con ello se emborrachan”.

Plantas medicinales americana

Como tuvieron que enfrentarse a determinados problemas de salud y encontraron testimonios directos del uso y efectos de determinadas plantas, bien entre los propios colonizadores, bien entre las diversas poblaciones indígenas. Todo ello les llevó a incluir algunas de esas noticias en sus escritos, lo que permitió, en la mayoría de los casos (ya que no todos tuvieron difusión en la época), que los lectores europeos comenzaran a disponer de informaciones concretas acerca de esta cuestión. Oviedo cita como plantas medicinales el bledo, los helechos, las hierbas de mar, los juncos, las zarzas, la salvia y la verdolaga. A lo que López de Gómara añade el ajenjo y la hierba escorzonera.

El número de especies de plantas medicinales citadas es mucho más escaso en las fuentes colombinas, aunque alguna de ellas, como la almáciga y otras resinas medicinales (generalmente agrupadas bajo la poco apropiada denominación de anime), aparece reiteradamente en los escritos de Cristóbal y Hernando Colom y, naturalmente, en los del médico Álvarez Chanca. Solamente tres plantas medicinales exclusivamente americanas aparecen citadas en las fuentes. Fue Pané quien dio noticia del digo y del güeyo, dos hierbas de difícil identificación que tuvieron un uso ritual y medicinal entre los taínos. El otro remedio medicinal americano citado en las fuentes es un purgante, el llamado «manzanillo», mencionado por el Almirante y cuyos efectos describió Álvarez Chanca en los siguientes términos: “Allí [en la isla Marigalante] avía unas frutas salvaginas de diferentes maneras, de las cuales algunos, no muy sabios, provavan y del gusto solamente tocándoles con las lenguas se les hinchavan las caras, y les venía tan grande ardor y dolor que pareçían que raviavan, las cuales se remediavan con cosas frías” .

En torno a 1515, los colonizadores de la Española comenzaron a utilizar como “bálsamo" una sustancia, elaborada a partir de la corteza de goacona, pues poseía benéficas propiedades medicinales “para las heridas frescas", así como para “otras grandes e graves enfermedades de las que se suelen tener por incurables”. Pedro Cieza de León dedicó un importante texto a la zarzaparrilla de Guayaquil. Este texto de Cieza nos permite conocer cómo y para qué se usó la zarzaparrilla y la razón esencial que la convirtió en tan apreciada: “Las raíces desta yerba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, a los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber agua destas raíces (…) purga la malaltía del cuerpo de tal manera que en breve queda más sano que antes estaba (. .. ) y sin señal ni cosa de las que suelen quedar con otras curas,”.

Si las zarzaparrillas americanas gozaron de tan grande predicamento y de forma tan temprana, fue porque se ofrecieron como remedio contra el llamado mal de bubas, es decir, el terrible morbo gallico, una «nueva» enfermedad que, en opinión de algunos, había llegado de América, por lo que, como repitieron una y otra vez los partidarios de mantener la tesis del origen americano de este mal venéreo, los remedios para él tenían que venir también de aquellas partes. De hecho, esta idea fue repetida insistentemente en los escritos de numerosos tratadistas, no sólo en la primera época, sino en fechas posteriores. Fernández de Oviedo así lo expresa: “Assí como es común el mal de búas en todas estas partes quiere la misericordia divina que assí sea el remedio comunicado e se halle para curar tal dolencia, porque aunque en otras partes se halla esta enfermedad, el origen donde los xristianos vieron las búas y esperimentaron e vieron curarlas y esperimentar el árbol del guayacán fue en esta ysla Española”. Cuando el origen americano de la enfermedad comenzó a tener defensores abundantes y el primer sudorífico antisifilítico de procedencia americana, el guayaco, estaba sujeto a un control monopolístico, gracias a una concesión imperial y alcanzaba altos precios en el mercado. Desde la primera década del siglo XVI, apenas diez años después de la llegada de Colón a América, la madera de este árbol se utilizaba en las Indias y en la península ibérica, esencialmente como remedio contra el llamado “mal de bubas”, o morbo gallico. Aunque en este sentido, tampoco puede descartarse la hipótesis que plantea que el tratamiento con guayaco comenzó a asociarse con otros remedios vegetales ante la ineficacia, poco a poco demostrada, del que fue llamado leño santo.

Las drogas americanas

La cohoba, de la cual Pané proporciona la que iba a ser la más completa información disponible para los europeos a lo largo de muchos años: “y para purgarse toman cierto polvo, llamado cohoba, aspirándolo por la nariz, el cual les embriaga de tal modo que no saben lo que se hacen; y así dicen muchas cosas fuera de juicio, en las cuales afirman que hablan con los cemíes, y que éstos les dicen que de ellos les ha venido la enfermedad”. Pané lo explica: “cohoba es un cierto polvo, que en ellos toman a veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán. Esta la toman con una caña de medio brazo de largo, y ponen un extremo en la nariz y el otro en el polvo; así lo aspiran por la nariz (…) y esto les hace purgar grandemente”.

El tabaco.- La primera vez que se recoge la palabra tabaco lo cita Colom cuando comisiona a Luis Torres para que actuara de trujamán en un poblado de la isla Juana “Hemos visto a muchos hombres con un tizón en las manos y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios,- comenta Luis de Torres - que son unas hierbas secas, metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel, de los que hacen los muchachos la pascua del Espíritu Santo, y encendida por la una parte de él, por la otra chupan o sorben o reciben el resuello para dentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborrachan, y dicen que no sienten cansancio. A estos mosquetes, o como los nombraremos, llaman ellos tabaco., El nombre de tabaco es un vocablo taíno que no se aplicaba (o, en todo caso, no sólo se aplicaba) a la planta de la que se tomaban esas hojas secas, sino a uno de los instrumentos con los que se inhalaba el humo que éstas producían al ser prendidas. El propio Las Casas explicó esta acepción del término tabaco y Fernández de Oviedo la confirmó también, cuando escribió: “E los Indios (…) tomavan aquel humo con unos Cálamos o Cañuelas de carrizos. E aquel instrumento con que toman el humo, o las Cañuelas que es dicho, llaman los Indios Tabaco; e no a la yerva”. El tabaco se consumía como alimento mascando las raíces o las hojas, se preparaba en polvo para aspirar por la nariz con fines terapéuticos, se elaboraba en emplastos a partir de la decocción de las hojas para sanar heridas, o se aprovechaba de mil formas más. La marinería no tardó en consumir el tabaco, pero aquí en España no fue bien visto, pues la Inquisición mandó a la hoguera al primero que fumó en público al considerar que estaba endemoniado por echar humo por la boca y la nariz.

En cuanto a las primeras noticias europeas acerca de la coca, hay, que tener en cuenta que la distribución geográfica del cultivo y uso de la coca era diferente a la del tabaco. Al parecer, está probada la ausencia de coca en las islas caribeñas, al menos en las primeras colonizadas por los europeos, lo que, de ser cierto, explicaría que las primeras descripciones sean un poco más tardías y se refieran a las primeras expediciones al continente. Existe una narración del cura Tomás Ortiz, datada en 1499, en la que comunicaba a sus superiores que en la costa septentrional de Sudamérica, los indígenas usaban con fines «voluptuosos», “una planta llamada hayo”, noticia que recogió Anglería en su obra. Fernández de Oviedo, por su parte, registró su uso entre los indígenas de Nicaragua y de las riberas del lago de Maracaibo. La primera referencia que se conoció en Europa del consumo de la coca la dio Américo Vespucio en 1505: “todos tenían los carrillos llenos por dentro de una hierba verde que la rumiaban continuamente como bestias, que penas podían hablar, y cada uno llevaba al cuello dos calabazas secas, y una estaba llena de aquella hierba que tenían en la boca, y la otra de una harina blanca que parecía yeso en polvo, y de cuando en cuando con un palillo que tenían, mojándolo en la boca, lo metían en la harina y después lo metían en la boca, con los dos extremos en cada una de las mejillas, enharinando la hierba que tenían en la boca, y esto lo hacían muy a menudo; y maravillados de tal cosa no podíamos entender este secreto, ni con qué fin lo hacían así”. Pero la información más amplia, la que más se difundió la dio Pedro Cieza de León en su Crónica del Perú, No ofreció apenas detalles morfológicos de la planta de coca, limitándose a señalar que su hoja”es a manera de arrayán”. Por el contrario, se preocupó en comentar el valor que los indios daban a la planta y el gran interés económico que, para los españoles, adquirieron las plantaciones de coca desde el primer momento. A finales de los años cuarenta, nos dice, los repartimientos efectuados en Cuzco, La Paz o Potosí, ofrecían hasta ochenta mil pesos de renta.

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