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'Iconografía de los retablos', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retaule gòtic de Sant Martí Sarroca

"Iconografía de los retablos", por Pedro Cuesta Escudero autor de El retaule gòtic de Sant Martí Sarroca

sábado 09 de abril de 2022, 07:58h
'Iconografía de los retablos', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retaule gòtic de Sant Martí Sarroca
'Iconografía de los retablos', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retaule gòtic de Sant Martí Sarroca

El comitente o encargado de contratar en un taller o botega la elaboración de un retablo había de ser experto en iconografía, o sea un canónigo o fraile erudito, catedrático de Sagrada Escritura o Teología Dogmática. De todas formas gran parte de los modelos iconográficos eran comunes y repetitivos, aunque hemos de tener en cuenta que cada taller tenía su propio estilo y sus fórmulas técnicas peculiares. Con el retablo se considera ya la hagiografía como una de las finalidades de la pintura. Los temas se inspiran en escenas de la vida de Jesús, de la Virgen o de los santos.

'Iconografía de los retablos', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retaule gòtic de Sant Martí Sarroca

Culto a la Virgen María y a Jesús

La gran innovación iconográfica en la época del gótico es resultado de la nueva sensibilidad en el culto a la Virgen María. Bien es cierto que en la iconografía cristiana la representación de la Virgen siempre ha tenido fundamental importancia desde los primeros tiempos de cristianismo. Ya en el siglo III aparece la Madre de Dios con el Hijo en la falda y que es el arte bizantino el que fija entre los siglos V y VI los tipos iconográficos fundamentales de la Virgen María: la Kyriotissa (María es representada simplemente como trono de su Hijo Niño -la Sabiduría infinita-, el cual se sienta en su regazo) y la Hodigitria, en que María tiene en brazos al Niño Jesús componiendo una escena de amor materno filial.

Pero en la Baja edad Media es cuando se conmemoran todas las advocaciones de la Virgen María. Es todo un canto a María que se refleja en el arte. La preferencia continúa con la Virgen Madre y el Niño en sus brazos, pero ahora la Madre acaricia a su Hijo o lo distrae con frutas o un pajarillo. Es el tema preferente tanto de pintores como de escultores, pero no el único, pues se buscan escenas de la Virgen Niña, de la Anunciación, de la Epifanía, etc.

La representación iconográfica de Jesús planteó desde los primeros tiempos del Cristianismo difíciles problemas. En esa época predominaba, por múltiples razones, el monofisismo (consideraba sacrilegio el representar iconográficamente la forma humana de Cristo) por lo que se suscitó el problema de si convenía o no representar la figura de Cristo, pues si de un lado la historicidad obligaba a una representación realista, de otro lado el temor a la profanación de lo que es digno de veneración y respeto y, asimismo, el miedo a caer en la idolatría, aconsejaba la sustitución de la representación concreta por los símbolos o alegorías correspondientes. Así es como en el arte paleocristiano se multiplican los símbolos que se relacionaban directamente con la representación de Cristo.

Pero la necesidad catequista a una sociedad analfabeta exige de la imagen para el adoctrinamiento. Las primeras representaciones de Jesús es la de un hombre joven, adolescente. La difusión de este tipo helenístico de representación se explica por el deseo de los cristianos de esa época de evitar la confusión con las imágenes del hombre barbado, que se podía relacionar con la iconografía del dios Júpiter. En esa iconografía de Júpiter se inspirará después la iconografía cristiana para representar a Dios Padre. No obstante, esta representación de Cristo como joven, popular en las comunidades cristianas occidentales impregnadas del helenismo alejandrino, se vio desplazado por el modelo que surge en las comunidades sirias y, que al ser adaptado por el mundo bizantino pasó a Occidente, adquiriendo un carácter universal en el románico. Las comunidades cristianas siriacas fijan la iconografía de Jesús como un hombre de aspecto solemne de amplia cabellera y abundante barba, generalmente partida.

Iconografía del crucificado

También en el arte bizantino es donde se gestan dos tipos iconográficos de la Crucifixión respondiendo a las dos concepciones que hemos visto con respecto a la Madre de Dios con el Niño, la que solo se fija en el carácter divino de Jesucristo y la que evoca su aspecto humano. Cronológicamente el primer tipo es anterior, pero cuando llega a Occidente en Bizancio ya se han desarrollado los dos. Sin embargo durante el románico preferentemente se adopta el primer modelo, que hace pensar en la eternidad y en la grandiosidad divina. Y poco a poco se fue evolucionando hacia formas más humanas hasta que, en el gótico, los artistas se dedican plenamente y de una manera exclusiva a representa al Dios del amor y del dolor.

Los cuatro evangelistas narran los sucesos referidos al descendimiento y entierro de Cristo en términos muy parecidos. José de Arimatea, obteniendo el permiso de Pilatos, y acompañado por Nicodemo y las Santas Mujeres, descuelgan el cuerpo de Jesús, lo envuelven en una sábana y lo depositan en sepulcro excavado en la roca y cuya entrada fue cerrada por una losa. Esta concisa referencia evangélica dio lugar, a partir de la Edad Media, a un riquísimo repertorio iconográfico – descendimiento, unción, lamento o llanto sobre el cadáver, entierro- con gran diversidad de personajes, matices e interpretaciones.

A la difusión y popularización de estos temas contribuyeron varios factores: el interés de los gremios y cofradías por ofrecer representaciones teatrales sobre distintos aspectos de la vida de Cristo (Navidad, la Pasión, etc.) y que tenían lugar en el interior de los templos, que estipulaban la piedad popular y el afán de los fieles por introducir personajes reales, a la gran labor divulgadora realizada por los franciscanos y a una abundante literatura religiosa de visiones místicas. Por ejemplo, las representaciones más antiguas de la Resurrección eran figuradas, con un simple sarcófago vacío y una cruz desnuda. Más adelante se representó de una manera zoomórfica. Cristo se mostraba en forma de ave fénix (que resucita de sus cenizas), de león, etc. O se utilizaban prefiguraciones alegóricas o simbólicas tomadas del Antiguo Testamento, principalmente la de Jonás expulsado a los tres días del vientre de una ballena, o a la de Sansón derribando las puertas de Gaza como alusión a las puertas del infierno derribadas por Cristo. Es, como hemos dicho, avanzada la Edad Media cuando el tema de la Resurrección abandona las figuraciones para ser representado de una forma real, con la figura de Cristo protagonizando la escena, aunque en los evangelios no aparece como tal.

La figura de San José

Los Padres de la Iglesia prácticamente ignoraron la figura de San José y cuando lo tienen que mencionar sólo es por algún hecho relacionado con el misterio cristológico. Hasta los siglos XII y XIII hay un gran silencio sobe la figura de San José. Y cuando aparece en las pinturas, como en las representaciones del Nacimiento o en la Epifanía, a San José lo vemos como un hombre viejo, cabello y barba blanca, porque era necesario afianzar la doctrina de la virginidad de María, de modo que los artistas debían representar a San José como un anciano incapaz de poder engendrar un hijo.

Pero el pensamiento cristiano comenzó a interesarse por San José a finales de la edad Media y en el concilio de Constancia en 1416 se planteó que se elevara a José a un rango superior al de los Apóstoles y próximo al de la Virgen. Además se propuso una fiesta universal para conmemorar los Desposorios de María y José, que no se aprobó, pero contribuyó a intensificar su culto. En 1522 el dominico Isolamus publicó La suma de los dones de San José que hace crecer en los fieles el respeto por San José. Según ese autor San José poseía todas las virtudes, los siete dones del Espíritu Santo y las ocho beatitudes del Sermón de la Montaña. Muchas órdenes monásticas toman a San José como modelo, porque practicó las virtudes de la pobreza, la castidad y la obediencia. Santa Teresa se encargó especialmente de promover su culto y lo llamó “el padre de su alma”. El país que probablemente aceptó más los cambios del tipo de representación fue España. San José tomó un lugar importante en la producción de Murillo, quien sacó de la sombra al personaje para resaltar sus valores como trabajador y padre de Jesús, representándolo con vigor y nobleza, sólo o en el grupo de la Sagrada Familia. Otros pintores que también lo reproducen fueron Zurbarán y El Greco.

Las fuentes de la iconografía cristiana

Las fuentes oficiales donde se inspira la icnografía cristiana son los Evangelios canónicos, o sea, los que la Iglesia ha reconocido como aquellos que transmiten auténticamente la tradición apostólica y están inspirados por Dios. Son los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Pasaron a formar parte del canon o lista de libros inspirados del Nuevo Testamento y que el Concilio de Trento (1545- 1563) asumió como dogma de fe. Es evidente que los Evangelios tienen una intencionalidad biográfica de Jesús, pero el criterio que siguieron los evangelistas al componer sus obras fue claramente pastoral. Los Evangelios no son solo la narración de unos acontecimientos históricos, sino esencialmente son la proclamación de la Buena Nueva: el gran acontecimiento de la salvación (que esto es lo que significa etimológicamente evangelio) Los Evangelios contienen relatos escuetos y sucintos, lo que permite poco vuelo a la imaginación artística. Es por ello que para completar las narraciones se han venido utilizando otros escritos, los denominados Evangelios apócrifos, que también surgieron en los primeros siglos del cristianismo, pero las Iglesias, tanto la Oriental como la Occidental, no han aceptado como auténtica tradición apostólica. Estos Evangelios apócrifos se escribieron para satisfacer la piedad popular narrando detenidamente lo concerniente a aquellos momentos que en los Evangelios canónicos no se cuentan o se exponen de una manera sucinta. Se les dio el nombre de evangelios por su aspecto similar a los canónicos, aunque la mayoría no tienen el estilo evangélico de anunciar la Buena Nueva. Algunos de estos escritos surgieron en comunidades gnósticas, con la intención de contener palabras ocultas (en griego apokryphos) Estos mensajes ocultos entre los discursos atribuidos a Jesús estaban reservados a los iniciados en esas comunidades.

Entre los evangelios apócrifos, que proliferaron en el siglo II y posteriormente, los hay fundamentalmente de tres clases: a) aquellos de los que sólo han quedado fragmentos escritos en papiros y se asemejan bastante a los canónicos; b) los que se conservan completos y narran cosas acerca de Jesús y de la Virgen que no cuentan los canónicos; c) aquellos otros que bajo el nombre de un apóstol contienen doctrinas distintas de las que la Iglesia cree como verdadera tradición apostólica. Podemos decir que existen más de 64 escritos, entre fragmentos y obras completas: Evangelios gnósticos, de Felipe, de Tomás, de María Magdalena, de Judas, de los egipcios. Evangelios de natividad e infancia, evangelio de la infancia de Jesús, evangelio árabe de la infancia, evangelio armenio de la infancia, de la natividad de María, protoevangelio de Santiago, de pseudo-Mateo; Evangelios de Pasión y Resurrección: Evangelio de San Bartolomé, de Nicodemo; otros: Evangelio secreto de Marcos, de Pedro, pseudo-Santiago, pseudo-Juan, de los hebreos, de Bernabé, de los nazarenos, apócrifo de Galilea.

Los apócrifos llegaron a tener una influencia notable en la iconografía a través de la Leyenda Dorada, escrita en 1264 por Jacobo de Vorágine, arzobispo de Génova. Fue uno de los libros más copiados de la Baja Edad Media. Recoge leyendas de más de 180 santos y mártires. Buena parte de las escenas de martirio que llegan a poblar el repertorio iconográfico de Occidente alcanzaron difusión por este libro, el desollamiento del apóstol Bartolomé, el asaetamiento de San Sebastián, el combate de San Jorge de Capadocia y el dragón, etc. El prestigio de esta obra fue enorme entre los artistas del gótico, del renacimiento y del barroco, que utilizaron sus conmovedoras narraciones para pintar y esculpir escenas devotas.

Muchos episodios aceptados hoy proceden de los apócrifos

Los evangelistas facilitan pocas y escuetas noticias sobre el nacimiento e infancia de Jesús. Hablan genéricamente de Belén como lugar de nacimiento de Jesús, con ocasión de un censo ordenado por Roma. Son los apócrifos los que completan los relatos con detalles anecdóticos. A tres millas antes de llegar a Belén, según el Pseudo Mateo, un ángel hizo “parar al burro porque el tiempo de dar a luz se había echado encima”, por lo que San José dejó a María en una cueva destinada a animales, tal y como existen en muchas zonas de la cuenca mediterránea y él marcha a Belén en busca de una partera. Cuando regresa con la partera encuentra a María sentada y con el Niño envuelto en pañales en un pesebre. El hecho de estar sentada habiendo parido tan recientemente indica que el parto no le produjo ningún efecto, demostrándose así que, si era virgen antes del parte, también lo fue en el parto. María no necesitó la más mínima intervención de la partera que lleva José. O sea, la cueva y la mujer que hay detrás de la Virgen, como se ve en múltiples versiones del Nacimiento –en el retablo de la Virgen de Jaume Serra y en el de Sant Martín Sarroca- son datos totalmente apócrifos. El protoevangelio de Santiago justifica la pareja de animales, la burra que es la que utiliza San José para trasladarse con su familia a Belén y el buey, que ya estaba en el establo, pues en el capítulo XXII se dice que María reclinó a Jesús en un pesebre de bueyes. Lo cierto es que la presencia del asno y del buey ha tomado carta de naturaleza en la iconografía y en la tradición cristiana, hasta el punto que muchos lo consideran hecho histórico.

La proclamación como dogma de virginidad de María en el concilio de Letrán en el año 649, suscitó una contradicción con respecto a la mención de “hermanos y hermanas” de Jesús en los textos canónicos. Es el Protoevangelio de Santiago el que lo aclara relatando que José era viudo antes de casarse con María y que tenía seis hijos en su primer matrimonio, a los que Jesús considera sus hermanos y crece con ellos. Precisamente en la Huida a Egipto acompañan a la Sagrada Familia algunos de los hijos de José, como el supuesto autor del relato Santiago el Menor.

El desarrollo de la Adoración de los Magos se basa esencialmente en el relato evangélico de San Mateo, a los que se incorporaron otras fuentes literarias que se nutren del protoevangelio de Santiago, del Pseudo Mateo y el evangelio árabe de la infancia. San Mateo no hace referencia alguna a los nombres, ni al número de Magos (en las representaciones que hay en las Catacumbas, en una hay dos, en otras cuatro, algunas tradiciones coptas hablan de doce como las doce tribus de Israel o los doce Apóstoles), ni tampoco concreta el tiempo en que la Adoración tuvo lugar, si sucedió en el momento del nacimiento de Jesús o unos dos años después como se relata en los apócrifos. El niño del retablo de Sant Martí Sarroca no parece un recién nacido, pues está bendiciendo a un rey mago. La transformación de magos o astrólogos en reyes se produce en textos de la Iglesia paleocristiana. El teólogo Tertuliano (160-220) en su Adv. Marcion afirma que los magos debían ser reyes que procedían de Oriente. A partir de ahora adquieren la corona y el cetro. El número de tres, que fija el teólogo Orígenes, supone razones de tipo evangélico y símbolo litúrgico. Evangélico por ser tres los presentes que, según San Mateo, ofrecen al Niño como regalo: oro, que simboliza la realeza de Cristo, incienso, su divinidad, y mirra, que se usaba para embalsamar a los muertos, significa que su destino es morir para redimir al mundo. Y litúrgico porque el relicario de los Reyes Magos de la catedral de Colonia contiene desde su traslado de Milán en el siglo XI tres cadáveres. En el Evangelio armenio de la Infancia del siglo VI se pone nombre a los Reyes:”Y los reyes de los magos eran tres, Melkon, que reinaba sobre los persas; Baltasar, que reinaba sobre los hindúes, y Gaspar, que tenía en posesión el país de las árabes”. Durante la edad Media también se fundamentó la idea de que eran tres, por representar las tres edades de la vida, por las tres partes del mundo conocido hasta finales del siglo XV, y porque muchos símbolos cristianos contienen el número tres, la Trinidad, la Sagrada Familia o las Virtudes. A partir del siglo XIV aparece la diferencia étnica en el aspecto del rey Baltasar, al vincularlo al famoso reino del Preste Juan. Todo este culto motivó la iconografía y su desarrollo plástico en el episodio de la Epifanía con el tema evangélico de la Adoración.

También se siguen utilizando los símbolos en los retablos góticos

A pesar de la tendencia realista de las escenas que aparecen en los retablos se continúa con la tradición de seguir utilizando los símbolos, pero ahora para precisar a los personajes que se pintan. Así el elemento específico que define la santidad es el nimbo, un círculo luminoso que se coloca detrás y alrededor de la cabeza de la imagen, como símbolo de la gracia de Dios. También se le denomina halo y aureola. Si en el círculo se inscribe una cruz de brazos iguales se le llama nimbo crucífero, que es exclusivo de la persona divina. Como también lo es de Dios Padre el nimbo triangular. El nimbo poligonal se reserva a los personajes del Antiguo Testamento. También hay nimbos de forma romboidal o cuadrangular, que definen la divinidad en estado parabólico. Para dar un mayor carácter a la presencia del nimbo a fin de diferenciarlo de fondos bruñidos se remarca, bien puncionándolo con buril en sentido circular, o bien con estructuras estucadas. El nimbo ya lo emplearon los egipcios, los griegos y los romanos en imágenes de dioses y emperadores como símbolo de poder y grandeza. A partir del siglo VII es cuando se generaliza el nimbo a todos los santos. La diadema o la corona es expresión de dignidad, de poder y de santidad y frecuentemente se usa dobre la cabeza de la Virgen. La corona es un símbolo antiguo.

A los mártires cristianos se les representa sosteniendo en la mano derecha una palma como símbolo de su triunfo sobe la muerte. Pero para identificar a cada mártir se les suele colocar como atributo lo más sobresaliente de su martirio. Así una mujer con una bandeja que contiene dos ojos representa a Santa Lucía, ya que ella aún siguió viendo, a pesar de que sus verdugos le arrancaron los dos ojos. La rueda de cuchillos es atributo de Santa Catalina por ser el instrumento de su martirio. El de San Blas es el peine de cardar con el que fue desgarrado. A san Vicente de la Roda se le representa con una rueda de molino, porque le ataron una al cuello y lo arrojaron al mar. A San Andrés con una cruz en forma de aspa por ser utilizada como potro de tortura. Los atributos de Santa Bárbara son el rayo, un cáliz y una torre con tres ventanas. El de Santa Águeda o santa Ágata es un plato o frutero con dos pechos cortados que fue su tormento más singular.

A San Juan Bautista se le representa con el cordero que simboliza a Cristo por aquello que dijo cuando lo bautizaba “He ahí el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Jesús es el cordero pascual sacrificado para alimento de los hombres. El gallo es emblema de San Pedro, quien negó a Jesús tres veces antes de que cantara el gallo por segunda vez. A San Pedro también se le representa con pelo y barba blanca y doble llave de oro y de plata, la primera le da poder de absolución y el de plata de excomunión. El icono de San Pablo es calvo y con barba negra puntiaguda. Santiago Mayor siempre aparece con un bastón, símbolo de peregrino. Santa Magdalena con un bote de perfume, con el que ungió los pies de Jesús. San Martín repartiendo su capa. A Lucas se le representa con un buey, a Mateo con un ángel (hombre) a Marcos con un león y a San Juan Evangelista con un águila. La paloma simboliza el Espíritu Santo; el triángulo equilátero a las tres Personas de la Santísima Trinidad. La barca es el símbolo de la Iglesia, la Cruz de la fe cristiana. JHS es el nombre de Jesús “Iesus Hominum Salvatore”. En fin la simbología cristiana es particularmente rica ya que el Cristianismo ha estimulado el arte.

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