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TERAPIA FLUVIAL, por José Biedma López

 Ha'penny Bridge (Dublín), foto del autor (JBL).
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Ha'penny Bridge (Dublín), foto del autor (JBL).
TERAPIA FLUVIAL, por José Biedma López

“Toda la imaginaría que no ha brotado del río, barata bisutería”

Machado

Tuve oportunidad de viajar a Francia adolescente por intercambio familiar de estudiantes, en el tren Puerta del Sol, que cambiaba la distancia entre sus ruedas en la frontera pirenaica. Atravesé la meseta en verano, seca, inhospitalaria, y me sorprendió el verde acogedor de “La douce France”, pero sobre todo el amplio caudal de sus ríos. Allí no escaseaba, como entre nosotros, el líquido elemento, el agua. No me cansaba de contemplar aquellas riberas, hembras feraces. Por eso es verosímil la leyenda de que el doctor Laurentius recetaba la contemplación de determinados tramos de ríos contra la melancolía, que era el mal psíquico de su época; como de la nuestra, el estrés.

“Bilis negra” significa en griego la palabra “melancolía”, o sea “mala leche”. Y a Laurentius no le parecía que hubiera nada mejor para aclarar el mal humor y dulcificar la existencia que la contemplación de los cursos de agua, por eso instaló en el jardín de su casa un sistema fluvial en miniatura con tramos de corriente rápida y otros de marcha lenta. A continuación, el doctor Muir de Edimburgo desarrolló también la terapia de las corrientes fluviales. Para su sanación, sentaba a los melancólicos pertinaces en sillones con funda de hierba fresca y plantas medicinales y fondo de lino. Entre las oficinales, la Angelica archangelica que ahorra flatulencias y el Marrubium vulgare contra disturbios hepáticos.

Con la farmacopea de Muir se averiguó que a ciertos melancólicos ni siquiera les hacía falta la contemplación visual del fluir del agua, pues les bastaba con el rumor del río para mitigar su patológica tristeza. Ni corto ni perezoso, Muir reclutó en Escocia nueve imitadores de corrientes de agua a los que llamó Rumores, cada uno especializado en un río distinto e incluso en un tramo particular. Cada día despachaba a sus Rumores, bajo receta, a casa de sus pacientes. Actuaban sobre todo desde la caída de la tarde hasta la madrugada, que es el momento climatérico y patético de los melancólicos. Entre los Rumores destacó un enano que era capaz de reproducir todas las voces del rio Trent y que sólo trabajaba en los casos más desesperados.

Por desgracia, la ciencia del lazo terapéutico de los ríos contra la melancolía se perdió en el siglo XIX, aunque entre las clases pudientes sirvió de sucedáneo el recreo y vacación en balneario. Ni siquiera tenían que bañarse o fregarse, bastaba a veces con el murmullo de las fuentes salobres. Se ha dicho que el enano del doctor Muir murió ya ancianito cuando la barba blanca le llegaba a los pies, de síncope, por querer imitar el rumor del Támesis saliéndose de madre, y que fue enterrado en un gran frasco de porcelana de Chelsea.

Cuando los musulmanes conquistaron Hispania, como venían de los desiertos y secarrales orientales, sirios, persas, arábigos y africanos, se conformaban, para moderar sus nostalgias y melancolías, con el gotear de fuentes y el murmurar de acequias. A ellos el Guadalquivir les pareció un río “grande”. Eso, ¡porque no pasaron de los Pirineos!

El hondo sentimiento del paisaje es el del tiempo que somos, el de su circular eterno y el de su fluir transformante. Oliva Sabuco, que ya recomendó el uso de mascarilla para evitar el contagio de la peste en su Nueva Filosofía (1587), sabía también que los rumores naturales de los poblados sotos son magníficos para serenar y alegrar el alma. Define al humano como “un árbol del revés”, enraizado en el cielo por los zumos, humores y retículas de su cerebro. Antes que la alcacereña, Juan Huarte en su Examen de ingenios (Baeza 1575) ya había considerado que la contemplación de las maravillas del mundo elevan el espíritu humano. Por desgracia, la avaricia humana reduce los sotos favoreciendo la erosión y aniquilación de especies.

Javier Echeverría pone a los árboles a hablar en su Ciencia del bien y el mal (2007): “Cuando el viento es suave, nos mecemos alegremente produciendo nuestra propia música: el rumor”, dicen las plantas. Cada árbol entona su particular melodía. Densa y misteriosa resulta la de los olmos, coral si son muchos, hasta que los seca el hongo de la grafiosis, también en serie.

Machado pensó mucho a Heráclito, el melancólico efesio que hace veinticinco siglos dejó escrito que todo fluye, como el curso sin repetición de un río. El poeta andaluz comparó nuestras vidas con los ríos que se confunden en el mar y estuvo muy atento a los enigmáticos mensajes de riberas, olmos y álamos…

… los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Del autor:

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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