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COLONIAS DINÁMICAS, por José Biedma López

Dos recolectoras y una guerrera del género Messor barbarus.
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Dos recolectoras y una guerrera del género Messor barbarus.
COLONIAS DINÁMICAS, por José Biedma López

No hay que confundir al famoso antropólogo francés Claude Lévi-Strauss con el ingenioso bávaro-judío-norteamericano que convirtió los sacos de patatas en pantalones para mineros y en la prenda más fabricada de todos los tiempos: el jean o pantalón vaquero, que las masas visten por barato y cómodo, sin serlo.

Grabado del libro de Edward O. Wilson: Biofilia, Madrid 2021.
Grabado del libro de Edward O. Wilson: Biofilia, Madrid 2021.

Pues bien, el eminente antropólogo distinguió entre sociedades-reloj y sociedades-máquinas-de-vapor. Las primeras funcionarían siempre igual, como un reloj de movimientos repetitivos, necesarios, determinados. Las segundas serían sociedades desiguales y dinámicas, innovadoras, libres.

El premio nobel de Química Ilya Prigogine se preguntó en su comunicación “La lectura de lo complejo” (1982) si existen las formas fuertes del binomio, o sea sociedades que cristalicen o mineralicen como autómatas y otras que fluyan como ríos perdiendo caudal durante su estiaje, aletargándose o decayendo durante su edad obscura, aún cambiando de ruta para sobrevivir.

Desde luego las que más se parecen a las sociedades-reloj son las de los llamados insectos sociales del orden de los himenópteros: sociedades multitudinarias de hormigas o abejas. Las hormigas, desde luego, pueden presumir de un éxito ecológico incomparable. Se calcula que en nuestro mundo pueden vivir un millón de hormigas por cada ser humano. Sus colonias funcionan como máquinas de precisión. Por ejemplo, cuando en el incipiente nido de una reina de Messor barbarus, especie granívora común en Europa, se inhibe el crecimiento de su propia casta para que nazcan exploradoras, más grandes e inquietas, que abrirán el nido en busca de alimento; o cuando, con una cincuentena de obreras y durante el segundo año de su fundación por la reina fecunda, el cambio del ambiente bioquímico de la colonia provocará que aparezca una nueva casta de obreras cabezonas capaces de conservar, limpiar y ampliar el hormiguero. A partir de ese momento, como si se disparara un resorte, la población aumenta rápidamente y aparecen nuevas castas...

A pesar de la apariencia mecánica de esta interacción semiológica, de soporte químico por feromonas, con causas y efectos gregarios, Prigogine insiste en que no todo es ciego mecanismo y que la parte del azar, lo probabilístico, es más importante en el comportamiento de los insectos sociales de lo que hasta ahora se creía, particularmente respecto a sus estrategias de caza y recolección, exponentes de una enorme variabilidad del comportamiento en la que intervienen distintas modalidades de lo aleatorio.

Cabe tener en cuenta también que un hormiguero no es un simple agregado o agrupación de partes, sino un todo con personalidad propia o, como dicen los lógicos, una suma “mereológica” real, un ente único. De hecho, las Messor barbarus reconocen a las congéneres de su hormiguero y las distinguen de las competidoras de hormigueros próximos, aun siendo de la misma especie, con las que pueden entrar en escaramuzas bélicas, para lo cual cuentan con una casta de poderosas mandíbulas de amazonas agresivas. Sí, las hormigas están “tan evolucionadas”, que también se hacen la guerra. Un hormiguero parece funcionar como un solo organismo y, como tal, también crece, se desarrolla, envejece y decae…

Prigogine se atreve a hablar de la “imaginación de la colonia” que mantiene un flujo de innovaciones exploratorias, regulado y amplificado también por el complejo sistema bioquímico de comunicación. A este respecto, las especies que funcionan en base a la rapidez de explotación de sus fuentes de alimentación exhiben un comportamiento más determinista, de “sociedad-reloj”, que las que adoptan la estrategia de explotar hasta agotar las fuentes de aprovisionamiento, en este caso se produce una correlación entre “el ruido” en la comunicación y la dispersión de las fuentes de alimentación.

A la mayor autoridad mundial en hormigas, el entomólogo Edward O. Wilson, suelen preguntarle a menudo si percibe rasgos humanos en las colonias de sus insectos favoritos. Los insectos y los seres humanos –explica- están separados por más de seiscientos millones de años de evolución, pero existió un antepasado común que fue uno de los primeros organismos pluricelulares…:

“Cuando abro una colonia de hormigas, es como si abriera la caja de un reloj suizo. Me fascina la complejidad de sus componentes, su precisión certera y constante. Pero nunca percibo la colonia como algo más que una máquina orgánica”.

Wilson matiza esta metáfora del reloj hablando de cada colonia como de un superorganismo. La reina es su vértice vibrante a partir del que se originan todas las obreras y las nuevas reinas (hasta veinte millones de descendientes puede tener una sola reina), pero no es un líder ni un caudillo con un discurso y un proyecto organizativo. No existe un gobierno, un centro de mando que dirija el hormiguero. El plan maestro está dividido entre los cerebros de las obreras, todas hembras, cuyos programas individuales encajan formando un conjunto equilibrado. Cada hormiga efectúa automáticamente ciertas tareas y evita otras de acuerdo con su tamaño y edad. El cerebro del superorganismo sería la sociedad entera; las obreras, el equivalente burdo de nuestras células nerviosas. “Vista desde arriba y en la distancia, la colonia de cortadoras de hojas se parece a una ameba gigante”. No son los individuos los que aquí se reproducen compitiendo y encontrando una pareja compatible, son las colonias las que engendran colonias.

Un funcionamiento como este deja poco espacio para la innovación que caracteriza hoy a la mayoría de las sociedades y culturas humanas, pero ¿no progresó, no innovó en algún momento del pasado una colonia de la que proceden todas las demás? En efecto, Wilson se refiere a las hormigas cortadoras del trópico sudamericano, que cultivan hongos en sus cámaras subterráneas alimentándolos con hojas. Ningún otro animal ha desarrollado la habilidad de convertir las plantas frescas en hongos. Este suceso evolutivo no fue la repetición de un plan mecánico, ocurrió una sola vez hace millones de años y proporcionó una ventaja enorme a las hormigas cortadoras de hojas (géneros Atta y Acromyrmex) que hoy dominan las selvas brasileñas.

Un reloj repite una y otra vez su tic-tac, no tiene historia, no acelera o desacelera su ritmo, su pálpito, ¡pero la vida nunca se repite, ni en los hormigueros!; las especies vivientes sí tienen historia. Igual que las emociones cambian nuestro sentido de la duración, las melodías de nuestro existir, porque “El tiempo a todos consuela; / sólo mi mal acibara, / pues si estoy triste, se para, / y si soy dichoso, vuela” (Campoamor). Sucede que nuestra percepción del tiempo para comprender la historia natural de otras especies, y tal vez de la propia, es muy limitada, pues el momento crítico de sus astutas innovaciones puede caer en un pasado lejanísimo y la extensión de sus cambios, tal vez graduales, puede abarcar millones de años. Un buen pintor paisajista sabe lo que cambia el colorido del mar o del monte en una hora, en un minuto…

El control del fuego, la invención de la escritura, la domesticación de animales y plantas, la alfarería…, ampliaron nuestras posibilidades de innovación y crecimiento desde el final de la última glaciación. ¡Hace un rato como quien dice!, pues ¿qué son diez mil años? Como los veinte del bolero, diez mil años no son nada. ¿Qué son diez mil años en una escala que abarque la historia completa de la vida en la Tierra?

Comprendo que Kant hablase de “obscura intención de la naturaleza”, de su secreta razón de ser y devenir historia. Su evolución, lenta o rápida pero irreversible, tiene un sentido que apenas vislumbramos.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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