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¿Por qué no hay consenso en las leyes de Educación? , por Pedro Cuesta Escudero, Doctor en Historia Moderna y Contemporánea

¿Por qué no hay consenso en las leyes de Educación? , por Pedro Cuesta Escudero, Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
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miércoles 02 de diciembre de 2020, 10:41h
¿Por qué no hay consenso en las leyes de Educación? , por Pedro Cuesta Escudero, Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
El 26 de Noviembre de 2020 es aprobada en el Congreso con 177 votos a favor (uno más de los necesarios) la LOMLOE, más conocida como Ley Celaá, por la ministra que la presentó. Antes de la votación hubo un debate tenso, muy bronco donde se escenificó la irreconciliable posición entre las derechas y las izquierdas en este asunto. Justo terminada la votación las derechas irrumpen al grito de “libertad” “libertad”. Y esa misma tarde, sin esperar a que el Senado diera su aprobación, a coche o a pie, miles de personas repartidas por treinta provincias mostraron su rechazo a esta ley colgando lazos y globos naranjas de los retrovisores, ondeando banderas nacionales y carteles donde se decía StopleyCelaá o Sentido Común y coreando consignas como “los hijos son nuestros, dejadlos en paz” o “Nuestros hijos no serán como Lastra ni Rufián”, en referencia a los Portavoces en el Congreso del PSOE y de Ezquerra Republicana de Catalunya.
¿Por qué no hay consenso en las leyes de Educación? , por Pedro Cuesta Escudero, Doctor en Historia Moderna y Contemporánea

Detrás de todos ellos estaba la plataforma MÁS PLURAL que aglutina a organizaciones de la Escuela concertada, patronales, la CONCAPA, la FERE, familias católicas y acompañados por políticos del PP. Ciudadanos y Vox, luciendo un lazo naranja en la solapa. Entre ellos el Presidente del PP Pablo Casado que califica a esta ley “mala para la unidad de España” y la denunciará al Tribunal Constitucional, aunque el primer día que llegue al Poder la derogará sin más contemplaciones.

Otro episodio lamentable

Acabamos de asistir a otro de los episodios más lamentables, cuando, aún no llevando media centuria de democracia, en la alternancia de los dos partidos que han tenido la posibilidad de gobernar, ha habido, entre reformas y contrarreformas, diez leyes educativas, sin lograr el necesario consenso de Estado. Hemos de tener en cuenta que sin una educación popular seriamente organizada no hay democracia, ya que escuela pública y democracia son dos factores estrechamente unidos en su destino. A través de su propia existencia, la escuela pública hace viable la democracia como realidad, no solo institucional, sino esencialmente cultural y social. La escuela pública es la institución más adecuada para arrancar de la pluralidad de la sociedad unos mínimos éticos y culturales que constituyen la base de una visión compartida de sociedad y de país. Sin una educación popular seriamente organizada toda propuesta social y política es estéril, porque en la escuela pública, donde convive la pluralidad de la sociedad, es donde se aprende a reconocer al “otro” como otro legítimo.

En las sociedades donde predomina la religión –la que sea- el desarrollo social y político e, incluso, el económico, es muy difícil, ya que la educación, de la que generalmente queda excluída la mujer, es privilegio de determinadas clases. En las escuelas de esas sociedades se inculca una sumisión ciega a la autoridad y no hay ninguna preocupación por cultivar las facultades del educando, ni su espíritu de crítica. De ahí que la enseñanza tenga un carácter dogmático. La definición y el precepto, la fórmula y la regla son su principal objetivo y el memorismo su método. Siempre prevalece lo estático, lo tradicional y cualquier cambio en la manera de pensar, de sentir o de hacer está anatematizado por la religión. Todo se basa en el culto a Dios, en el respeto a la tradición y en la sumisión absoluta. La educación gira siempre alrededor de un libro sagrado, al que se le atribuye origen divino, donde están contenidos los únicos y verdaderos conocimientos y cuya posesión constituye la virtud, la felicidad y toda la sabiduría posible. Es por ello que mientras las religiones no queden relegadas al ámbito privado, mientras que las sociedades no sean laicas, es muy difícil el desarrollo, la concordia entre las sociedades, puesto que cada una de las religiones se cree la única verdadera.

A partir de la Revolución francesa los Estados sienten una imperiosa necesidad de la laicización, es decir, de desposeer a la Iglesia de sus responsabilidades temporales. Con la Revolución francesa nace la escuela pública y el fin que se le asigna no es preparar miembros obedientes y fieles a una teocracia determinada, sino ciudadanos, de cuya inteligencia y capacidad depende el porvenir y el progreso. A medida que los estados democráticos se fortalecen, lo que corre parejo con la revolución industrial, y van asumiendo todos los servicios a la vida de la sociedad, por estimar necesario el tener preparado al ciudadano para los nuevos modos de vida, entran en conflictividad con la Iglesia, la cual no está dispuesta a perder ascendencia sobre la sociedad. Se siente desposeída de sus derechos, por lo que responde con condenas y fulminaciones: “Los liberales son herejes que debemos sumergir en lo más profundo del rio”.

Sólo tiene de aliados a todas aquellas fuerzas del Antiguo Régimen que sintieron en sus entrañas los desgarros de la marea revolucionaria. Aunque al arraigarse el liberalismo, el Papa León XIII reconsidera los tiempos modernos con la encíclica Rerum novarum donde aprueba el sistema capitalista. Esta postura de reconciliación con el mundo burgués levantó agrias polémicas en la Iglesia española y más de una “novena” se ofició para hacer volver al buen camino al Sumo Pontífice. Por su parte, los burgueses capitalistas, las clases acomodadas, y disipado el temor de una reacción absolutista, aceptan ese acercamiento de la Iglesia, acariciando la idea de utilizar la religión, no su verdad, para contener la marea del segundo ciclo revolucionario, el socialista. (Véase CUESTA ESCUDERO, Pedro, La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923). Capítulo 2: Pugna entre la Iglesia y el Estado por el control de la educación, págs. 31-59.

Las órdenes religiosas acaparan la enseñanza de las clases acomodadas

En 1.880 Ferry ordenó la expulsión de las Congregaciones no autorizadas en Francia. Entonces Cánovas dicta una R.O. para que pudieran venir a España todos los individuos de esas Órdenes expulsadas y la mayoría se asentaron en Barcelona, Madrid y Valencia, dedicándose a la enseñanza. Los colegios de estas órdenes religiosas acaparan los hijos e hijas de las clases acomodadas y semiacomodadas, ya que al ser la enseñanza una empresa privada de los religiosos no iban a instalar sus colegios en los lugares no rentables. Esa afluencia del clero francés, que llega a proporciones considerables, se vio incrementada con el regreso de miles de eclesiásticos españoles procedentes de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La espectacular crecida del clero regular en 1900 suscita la consiguiente alarma entre los políticos de la izquierda, que ven que su influencia en la sociedad está tomando unos caracteres insospechados.

Cuando a principios del siglo XX el Estado español quiere coger las riendas del aparato escolar, creando el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y se hace cargo del sueldo de los maestros, tropieza con una feroz resistencia por parte de la Iglesia, que alega que Ella es la única con derecho a dirigir la enseñanza, porque es la única que posee la verdad, ya que le fue revelada por Dios.

La organización escolar lograda por las órdenes religiosas hace que la Iglesia se encuentre lo suficientemente fuerte como para reclamar plena LIBERTAD de enseñanza. Es decir, la Iglesia que siempre ha defendido el monopolio y uniformismo educacional, se coloca en el terreno del adversario y le combate con sus propias armas. “El monopolio de la enseñanza (por parte del Estado)- protesta el Arzobispo de Sevilla en el Senado el 8 de Noviembre de 1901- es el camino abierto a la esclavitud de los espíritus”. Pero esa proclamación de libertad de enseñanza por parte de la Iglesia resulta ser una falacia, pues, cuando puede, ataca con saña la escuela laica, como ocurrió con la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia, el Presupuesto Extraordinario de Cultura de 1.908 del Ayuntamiento de Barcelona o durante la Dictadura franquista.

La escuela única

(Para ampliar sobre este tema CUESTA ESCUDERO, Pedro, ob. cit., segunda parte, capítulo 1 “La Institución Libre de Enseñanza”, págs. 113-187)

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