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SENTIRES Y QUERENCIAS (cantares de Manuel Andújar), por José Biedma López
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SENTIRES Y QUERENCIAS (cantares de Manuel Andújar), por José Biedma López

sábado 31 de octubre de 2020, 10:14h
SENTIRES Y QUERENCIAS (cantares de Manuel Andújar), por José Biedma López
En 1987 publicaba Fanny Rubio un artículo sobre la poesía de Manuel Andújar titulado “Regreso a las raíces”. Nacido en La Carolina (Jaén) en el cabalístico 1913, ilustre exiliado republicano, conocido sobre todo por su obra narrativa y ensayística, tardó mucho en publicar su primer cantar: La propia imagen, 1961. En nuestros tiempos de “selfis” ese título propicia malentendidos, pero nadie más generoso con la obra ajena y menos ensimismado con la imagen propia que Manuel Andújar.

Nace su canto como desvelo de la noche oscura del decir, noche que traerá “peldaños de alba”. Quiere cantar lo que no se puede contar, en analogía con María Zambrano, busca –como Beethoven consigue- hacer lugar con sus notas al más “purísimo silencio”.

El tiempo es uno de sus temas recurrentes: su fluencia exterior e interior. Cáscara de los siglos, huella de lo perdido, ese viento oculto; pero también, aquel tiempo añorado, latido en “el tibio antro materno”, recuerdo de lo que ardió. Hay algo de quejumbre andaluza, de cante jondo, en los versos de Manuel Andújar, pero aún más de diálogo celebrativo e interrogativo con la Naturaleza y el paisaje, y como testamento una pizca de estimulante y consoladora esperanza.

En 1965 publicó Campana y cadena, enlazando con la gran poesía del exilio español por un cauce similar al de Alberti (Retornos y Baladas), Luis Cernuda (Las Nubes) o León Felipe (Ganarás la luz), poesía escrita en América, pero también pendiente de los que se quedaron, los poetas del interior (Otero, Hierro, Celaya), con su corazón dividido entre uno y otro lado del Atlántico como se reconoce en Fechas de retorno (1979).

Sorprende y conmueve que Manuel Andújar sea tan receptivo a la amistad de otros poetas, que no les regatee elogios, teniendo en cuenta los feroces celos que son constantes entre los vates del oficio trovadoresco. No tiene el menor reparo en celebrar con admiración sincera a Juan Ramón, a Domenchina, a Aleixandre, Juan Rejano, Machado o León Felipe “el gran blasfemo”…, “de encendida e incendiada palabra”.

Después de su regreso a España en 1967, publica su penúltima obra poética: Sentires y querencias (1984), obra de síntesis –según Fanny Rubio- que aloja las preocupaciones anteriores. En ella renace un ritmo asociado a la luz y la tarde andaluza, al retrato campesino en una sentimentalización del medio rural. No deja de clamar sotto voce contra los “jerarcas soberbios / malhechores del poder / aduaneros de un mentido cielo…”. “Los poderosos / -condecorados, / togados, / lustrados, / máscaras del falaz pastoreo”, cuyo contrapunto son “los hombres enteros / de sencillez curtidos”.

Sin embargo, lo importante es ya el círculo que se cierra con el regreso a las raíces, a las fuentes, al origen del viento: el esencial retorno, donde merece enconada pregunta el crujir fugaz de una hoja otoñal, la contemplación del atardecer de un domingo cualquiera, que es también por analogía el declive vital del poeta que aguarda un “racimo de eternidades” y un “cielo de perennidad”, algo sin duda muy superior a una noche nihilista. Poesía recia e inventora de verbos (otoñecer), que busca la intemporalidad recreándose en el arcaísmo, voluntariamente ayuna de imágenes, “sin la droga nativa / de una lustrada imagen”, aunque las ofrezca originales o recree las clásicas (sus ojos, “con triscos de gacela, ¡oh almendra terne!”). A Esperanza Roy la aclama “racimo de sirenas”.

Tienen algunos de estos sentires un tono ocasional, religioso, de petición y ruego; como súplica de UN ATISBO, AL MENOS:

Pues he de morirme

y el Falso Monedero

cuenta ya mi tiempo,

gemelo sentir busco

y pido al silencio

gotas de luz

que restañen mis tiemblos.

Sabiendo que es en vano,

vislumbre y rescoldo anhelo,

un atisbo, al menos,

del capricho o fervor

con que me zurcieron.

Desea ya el poeta acercase al castillo del alma, “olvidar sabidurías falaces” para ofrecer “extraña entraña”. Busca respuestas dialogando con Naturaleza, cuyos “paisajes todo lo encierran y entierran” y se pregunta si “el esplendor nos nació o abortó”, / y si la sequía nos socava o eleva”. Neoplatónico, espera al fin la liberación de su mortal coraza, en el “Tiempo de los campos” que son también “Campos del tiempo”, “cifras de cuna y tumba”, “en el crepuscular tejido, / a través de las cerradas comarcas / del silencio”.

La respuesta a todos nuestros interrogantes se aniebla turbia en el misterio, en ese “todopoderoso fenecer que se debate y nos nace”. Desde la humildad socrática que conoce bien los límites de todos nuestros saberes y su reducción “a las fuentes de la sangre,/ a la cadencia del viento”, que reconoce “lo que temo haber callado, / aquello todavía por mi mismo / ignorado”. Queda la esperanza de que

Bajo el prisma de morir

nada sería en vano

y quizá accedamos

a la palabra huidiza

del infinito humano.

Después de Sentires y querencias, todavía publicará Manuel Andújar el año de su tránsito un Decálogo particular inconcluso (1996) en el que se mantiene fiel al verso corto, la expresión reconcentrada, muy pensada y corregida, conceptista:

Con vuelo de pájaros

quintaesenciados

y fulgor de solares plumas.

Voló alto y nos dejó como Ícaro el fulgor íntegro, el resplandor solar de su bondadosa entraña, quintaesenciada en la gravedad amable y concisa de sus versos.

Del autor:

https://filosofayciudadana.blogspot.com/?m=1

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