Desde la primera opción serían indudablemente productos de la infraestructura, respuestas adaptativas a factores materiales y económicos. La relación entre serenidad y sistemas de producción sostenibles, economía circular y justicia social son evidentes. Mientras que en sociedades altamente industrializadas, con ritmos de vida acelerados y demandas constantes, la calma no solo se convierte en un recurso escaso sino, casi, contraproducente pues no permitiría llegar a los resultados economicistas a los que se aspire. Eso del camarón que se duerme… Si consideramos la perspectiva del pensamiento lateral la calma sería una herramienta fundamental como reconfiguración de patrones que modifican la estructura cognitiva. La serenidad es la consecuencia inmediata, obsérvese la paradoja, de la reestructuración de la percepción. No debemos enfrentarnos al estrés desde la confrontación directa. Seis sombreros para pensar de Bono podría servirnos para conseguir este objetivo y modificar la manera en que interpretamos las situaciones desde la diversidad de enfoques con los que acercarnos a los problemas. Y así, no solo, disminuir la posible ansiedad generada sino ampliar el número y la calidad emocional de las respuestas haciéndolas más equilibradas.
En cierto sentido existe una convergencia entre ambas configuraciones. Aunque partan de supuestos distintos, ambos pueden integrarse para entender la calma y la serenidad. Para el materialismo cultural estos estados emocionales son productos de condiciones socioeconómicas y ecológicas mientras que el pensamiento lateral nos enseña que pueden ser fruto de una estrategia mental adaptativa. En última instancia, la calma no solo es una respuesta a lo externo, sino una construcción activa que puede ser cultivada con conciencia y flexibilidad.
Para el Estoicismo la serenidad se acercaba a la aceptación racional, íntimamente relacionada con la ataraxia, que se lograba mediante la aceptación racional de los acontecimientos y el control de los deseos.
Ya Séneca, en sus Cartas a Lucilio, aconsejaba mantener la calma ante la adversidad: “No es que las cosas sean difíciles y por eso no nos atrevamos; es que no nos atrevemos y por eso son difíciles”.
Marco Aurelio, en Meditaciones, practicaba la introspección para cultivar una serenidad inquebrantable frente a la incertidumbre política y militar.
Para Epicuro, la serenidad no se alcanzaba solo con la razón, sino con la eliminación del miedo y el dolor innecesarios. Su concepto de ataraxia se centraba en reducir los deseos y vivir con lo esencial. En Carta a Meneceo, recomienda limitar las ambiciones materiales para alcanzar la paz interior.
Dando un salto temporal considerable, dursnte la Ilustración, pensadores como Immanuel Kant promovieron la serenidad a través del ejercicio de la razón. Argumentando que la autonomía moral y el uso del pensamiento crítico generaban un sosiego interno al actuar conforme a principios racionales y universales (Crítica de la razón práctica).
Y si nos adentramos más en la modernidad, Schopenhauer rescató la idea de la serenidad, pero desde una perspectiva un tanto pesimista: la vida es sufrimiento, pero podemos hallar tranquilidad en el arte y la contemplación filosófica.
Desde la antigüedad hasta la actualidad, la serenidad ha sido un valor filosófico esencial, vinculado con la razón, la moderación y la autodisciplina. Su impacto ha sido evidente en momentos históricos donde la capacidad de mantener la calma ha permitido liderar cambios cruciales. En un mundo cada vez más acelerado, la serenidad sigue siendo una herramienta de resiliencia y claridad.
Podríamos fácilmente llegar a la siguiente conclusión, si hemos leído a Epicteto y su Manual de vida: “Nada altera más el alma que perseguir lo que no depende sino del destino” («No busques que todo suceda como deseas, si no desea que todo suceda como realmente sucederá, entonces tu vida fluirá bien»).
Intencionadamente he transitado entre los conceptos de calma y serenidad por considerarlos tan similares como para llegar a ser idénticos con leves matices de colores y aromas en función del contexto social e histórico en el que nos movamos.
Como dijera Soul Etspes: “Quien controla su impaciencia ya ha encontrado su recompensa”.