No sé por qué motivo, desde que Ramón Alcaraz publicó en redes la fotografía de la portada de su libro, adiviné la sensación que iba a tener, y que de hecho he tenido, a lo largo de su lectura; una sensación que ha ido transcurriendo entre la inquietud , el asombro, la desazón y un incomprensible rechazo que siempre me ha producido el mundo del circo y de los zoológicos.
No, no me gusta el mundo del circo, no me entusiasman los animales, aborrezco los bichos. Sin embargo, más allá de los hechos concretos que se narran en estas poco más de ciento cincuenta páginas, alcanzo a apreciar un realismo mágico, merecedor de todos los elogios, en el que el mundo de las sombras, las conductas humanas, las vanidades, los recelos, los miedos, las verdades adulteradas y la imaginación conducen a conclusiones que obligan a su protagonista a emprender la huida en medio de una situación desquiciante .
Veo en ese desquiciamiento y en esa huida una crítica al comportamiento humano y un guiño a mitos consagrados como el de la Caverna o consagradas películas del estilo de "Bienvenido Mister Marshall".
En el pueblo de San Antonio, donde se desarrolla la acción, los habitantes son capaces de elevar a alguien a la condición de dios o demonio y la masa es capaz de encumbrar o pretender matar a los fabricantes de sueños. "Nunca quieras comprender la conducta humana", leo casi al final del libro y al releer esta frase, me doy cuenta de que entre campos semánticos, y dosis de elegante humor, discurren acontecimientos disparatados a través de los cuales el autor parece hacer una crítica a las miserias mundanas de una humanidad capaz de hacer de un grano de arena una montaña que, en unas ocasiones, se desvanecerá y en otras no, quedando , en este caso, el recurso de dar la espalda a esa masa que " se mueve al son del grupo, de la novedad o de lo que les interese creer según las circunstancias" y reanudar cualquier proyecto perdido empezando desde cero.
Sonia M Saavedra. Abogada.