Conocí a Rodrigues gracias a la generosidad de un alumno que quiso regalarme La fórmula de Dios, me encantó esa ficción y me dio que pensar, y en estos otoños que vivimos mi tocayo portugués (nacido en Mozambique en 1964) me ha enganchado con su bien documentada biografía de Baruch Spinoza (1643-1677), ese genial sefardita huido con su familia portuguesa a Amsterdam, donde los judíos que la Inquisición desterró de nuestra península alentaron el progreso de la moderna sociedad liberal y construyeron la mayor sinagoga de Europa.
La filosofía de Spinoza provocó una revolución de las ideas cuyos efectos, positivos y tal vez también degenerados, todavía perduran. Su aventura vital e intelectual merece sin duda está rigurosa y ecuánime recreación: El secreto de Spinoza, 2023.
El Dios de Spinoza es sustancia infinita, es todo lo que hubo, hay y puede haber. Tiene cuerpo, la Naturaleza (que es su otro nombre, Deus sive Natura), posee un inmenso e infinito cuerpo del que formamos ínfima pero sustancial parte, puede que un físico supermaravilloso, ¡pero "sin gracia"!, pues la naturaleza o dios de Spinoza reina en el imperio de la Necesidad: no sigue ningún plan que podamos reconocer, ni persigue ningún fin moral; ni crece ni mengua, que sepamos; y no conoce ni el bien ni el mal, aunque Dios o la Naturaleza también nos incluya y contenga.
Dado que nosotros somos parte del dios espinocista y puesto que hacemos planes, distinguimos el bien del mal y elegimos entre conductas alternativas, ¿no es su determinismo naturalista contradictorio? Leibniz, que se entrevistó con Spinoza en La Haya, no le daba la razón en esto y mantuvo, a pesar de su riguroso racionalismo, una confianza inquebrantable en el Soberano del mundo.
Los hechos son meramente posibles, es decir, son contingentes para Leibniz, hay otros mundos posibles y todo es empeorable; para Spinoza, sin embargo, las leyes naturales o divinas, las de la física-matemática, son un sistema tan necesario como fatal, que Spinoza asume con estoicismo heroico. Lo sabio para el maestro portugués es buscar la alegría en el descubrimiento y aceptación de dichas leyes. "No ridiculizar, no lamentar, no detestar, sino comprender" –es la cita que adorna el prólogo de esta novela emocionante y rica en ideas modernas, que vemos brotar con dificultad en guerra con las costumbres y mitos del Antiguo Régimen.
Rodrigues dos Santos recrea con solvencia el mundo de las Siete Provincias Unidas de los Países Bajos, cuando, ya liberadas del yugo imperial español, hacen competencia colonial y mercantil al resto de potencias europeas. España se ha ensimismado en su catoliquísima decadencia. Los holandeses sacan partido de su tolerancia y colaboran con los yehudim, con los judíos refugiados, que prosperan, sobre todo los sefarditas, en sus ricos mercados metropolitanos.
Spinoza leyó a Descartes y llevó su racionalismo donde el francés no quiso o no se atrevió a llevarlo, a la exégesis bíblica y la crítica de la superstición religiosa. La Biblia no es la verdad absoluta. Quien pensaba así y lo proclamaba en aquel momento era inmediatamente considerado blasfemo, tanto por los rabinos como por calvinistas o por católicos y se arriesgaba a morir por sus ideas, como Servet o Bruno.
El joven y valiente Bento o Benito o Benedicto Spinoza (Baruch, en hebreo) quiso construir una Religión Racional demostrada por el método deductivo de axiomas y teoremas, método copiado de Los Elementos de geometría de Euclides, una ontología lógicamente ordenada, bien pulida, como los lentes para telescopios con cuya elaboración se ganaba la vida.
Su inteligencia excepcional requirió desde edad temprana mucho y variado alimento: ciencias y letras; su curiosidad, su pasión por la verdad le costó la expulsión de su comunidad étnica y religiosa, al ser considerado blasfemo, hereje y ateo. Intentó escribir con cautela, lo cual no le libró de la exclusión y el ostracismo. Aunque vivió solitario como proscrito, tuvo amigos y crió fama de cartesiano original y meritó prestigio de sabio.
Su influencia revolucionaria ha sido también sobresaliente e inquietante. La idea de una "religión de la razón" que sustituyera a las religiones tradicionales "del libro", aunque bien intencionada, acabó degenerando en proyectos políticos de religiones totalitarias que marcaron profundamente los siglos siguientes. Y eso que Spinoza pugna por la separación definitiva de la religión y la política y habla a favor de la tolerancia (antes que Locke). Spinoza ayudó a fundar la democracia liberal, pero desconfiaba de la muchedumbre irreflexiva (de la turba que linchó en su tiempo a los hermanos De Witt, inocentes) porque la muchedumbre se mueve por pasiones y no por razones. Al contrario que Marx, Spinoza no creía en el poder redentor de las masas. Paradójicamente, la visión espinocista acabaría prevaleciendo cuando George Sorel propuso que el papel revolucionario fuera asumido por una élite que guiara a las masas proletarias, élite que acabó convertida en una oligarquía en nombre de la igualdad: la Nomenklatura. El bolchevismo leninista interpretó como "vanguardia" la élite soreliana. Mussolini prefirió el concepto de "jerarquía". Los extremos, rojipardos, se tocan.
Nietzsche también negará como Spinoza la libertad de la voluntad. Simplemente nos creemos libres porque no conocemos todas las motivaciones que causan nuestra conducta. Si Spinoza no mató a Dios como el alemán, por lo menos lo ninguneó al reducirlo a Naturaleza o sustancia cósmica. Y antes que Nietzsche, ya Spinoza dijo que bien y mal son cosas nuestras. La naturaleza carece de finalidad y de orden moral. El Conatus de Spinoza es el germen de la Voluntad de poderío nietzscheana. Ambos pensadores sin embargo se manifestaron muy morales al creer en la capacidad humana de perfeccionarse. No olvidemos que el judío llamó "Ética" a su obra principal. Obrar bien por miedo o por interés carece de valor ético para Spinoza. Uno debe hacer el bien por convicción. Se ve fácil que este rigorismo influyó en el imperativo categórico kantiano. Quien nos impone la ley es la Razón, no Dios.
Lo cierto es que el poeta Heine, también hebreo, que tanto influyó en Marx, tuvo razón al decir que "todos los filósofos contemporáneos, quizá sin saberlo, miran a través de las lentes que Spinoza pulía". El idealismo alemán intentó conciliar las dos vertientes de su Ilustración: la espinocista y la kantiana.
John Locke fue apóstol de la tolerancia como Voltaire, uno de sus discípulos, John Toland, inventó en Inglaterra el término "panteísmo" para describir la propuesta espinocista de fusión de Dios con la Naturaleza. Friedrich Jacobi lanzó en Alemania "la querella sobre el panteísmo". Es apropiado ver en el idealismo absoluto de Hegel un sistema panteísta. Spinoza aparecía en el gran siglo de la filosofía alemana como el más consecuente de los racionalistas.
Al contrario que Spinoza, el otro gran racionalista, el admirable Leibniz, sobre el que Javier Echeverría acaba de publicar una biografía admirable sin el componente imaginativo que añade Rodrigues a la suya de Spinoza, fue un amante de Dios, un Teófilo. Y el mismo Kant, heredero de los racionalistas dejó espacio para la fe aunque, eso sí, dentro de los límites de la razón. Su libro sobre este asunto también le costó una reprimenda de las autoridades, aunque no arriesgó con ello ni la libertad y la vida como el valiente Spinoza.
El impacto que los tratados de Spinoza tuvieron en el pensamiento, la epistemología, la exégesis bíblica, la hermenéutica filosófica y el surgimiento de las modernas religiones políticas llevó tiempo en ser reconocido. Rodrigues muestra en qué duro y contingente contexto y circunstancia humana surgieron aquellas ideas revolucionarias, su potencia y sus limitaciones, el amor suicida a la verdad de este sefardita neerlandés que, sin llegar a cumplir ni los cuarenta, dejó escritos su Tratado theológico-político y su Ética en latín cuando su lengua literaria era todavía el castellano.