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SOBRE LA CONDICIÓN HUMANA: RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD, por Martín Momblant Momblant
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SOBRE LA CONDICIÓN HUMANA: RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD, por Martín Momblant Momblant

jueves 17 de octubre de 2024, 07:21h

Hace pocos días leía un artículo de opinión, escrito desde un punto de vista psicológico, que decía: “Comprar lotería es una decisión absolutamente irracional”. Vaya por delante que soy contrario a frases tan rotundas en contra, o a favor, de decisiones que tomamos las personas basándonos, en nuestra condición humana. No podemos tratar estos dos conceptos como si fuesen construcciones mentales objetivas, pues en cualquier época y contexto han tenido un componente emocional.

La racionalidad, según la RAE “es la cualidad de lo racional, razón, lógica, sensatez, juicio, coherencia y cordura”. Podríamos decir que, en su forma más básica, se refiere a la capacidad de pensar, razonar y tomar decisiones basadas en la lógica y la evidencia. Por otro lado, la irracionalidad, según la RAE se asocia a “comportamientos o expresiones descabellados, faltos de racionalidad”. Es decir, lo asociaríamos a decisiones que tomamos y parecen carecer de lógica, de coherencia y que están impulsados por emociones, creencias, mitos o tradiciones. Pues muchas decisiones, en nuestra vida, parece que no son nada racionales.

La racionalidad y la irracionalidad son construcciones culturales con significados temporales. Lo que ayer nos parecía racional hoy no lo es y, exactamente, al revés. La forma en que entendemos, utilizamos y ponemos en práctica estos términos no solo reflejan nuestras creencias individuales, sino que también están profundamente enraizadas en el contexto cultural y social de cada época en la que vivimos. Pongamos un par de ejemplos sobre estas dos cuestiones. Los sioux vestían ropa, siguiendo sus creencias, que les hacía invulnerables a las balas de la caballería blanca. ¿Irracional? Sin embargo, basados en este convencimiento infligieron varias derrotas a la caballería de EEUU. Por otra parte, en 1988 turistas europeos viajaban a Papua Nueva Guinea, videocámara al hombro, para inmortalizar cualquier momento sobre la ocupación o prácticas de los nativos, compraban artesanía y regateaban en las tiendas, todo ello compulsivamente. Un nativo preguntó: “Cannibal Tour” (sic). ¿Racional?

Sin embargo, seguir una línea moral, basada en principios actuales, sobre estas definiciones nos puede llevar al engaño. Como indicaba C. Levi-Strauss, la relación entre lenguaje y cultura es muy compleja (1953) a la que habría que añadir un invitado, al que nadie ha llamado a participar en este fenómeno, cual es el espíritu humano. Lo que hoy, en nuestra sociedad, puede ser considerado racional en otra cultura puede ser visto como algo totalmente irracional. Por ejemplo, en algunas culturas de cazadores-recolectores la toma de decisiones, basada en la intuición o la tradición, puede ser valorada más que el análisis lógico de los sucesos mientras que, en las sociedades desarrolladas tecnológicamente, el pensamiento crítico y científico se considera la norma.

Insisto en este tema, nuestras percepciones de la racionalidad o irracionalidad están profundamente influenciadas por el contexto cultural en el que vivimos. Clifford Geertz, antropólogo americano, argumentaba que la cultura es un "sistema de significados". Es decir, un sistema de marcos simbólicos compartidos por los humanos y que nos suministran una referencia en relación a la comprensión del mundo que nos rodea. Desde esta perspectiva, lo que consideramos racional o irracional no es un absoluto, sino que lo podemos encuadrar dentro de un contexto sociocultural específico.

Durante el transcurso de los siglos XIX y XX podemos observar un aumento significativo en valorar la racionalidad, particularmente en el terreno científico/académico. En muchos ámbitos de la vida moderna, este concepto ha permitido un enfoque utilitarista en la toma de decisiones, sobre todo en la política económica. Sin embargo, esta exaltación de la racionalidad también ha tenido sus desventajas, pues se ignoran, o menosprecian, las formas de conocimiento que durante miles de años nos han acompañado: las creencias religiosas, las tradiciones, mitos, símbolos o, incluso, las emociones que son particularmente consideradas como irracionales.

Lo fundamental para situarnos entre la racionalidad y la irracionalidad, y entender su construcción, no se basaría ni en la razón objetiva y pura ni en la irracionalidad absoluta, pues ambos conceptos se entrelazan en la condición humana. Nuestras vidas y la sociedad, en la que vivimos, está llena de matices y, por lo tanto, ambos términos valen para los momentos en que nos pueden ser útiles, tanto en su lógica como en sus emociones. Nuestras decisiones son a menudo el resultado de una combinación de factores racionales y emocionales y ambos nos ayudan a comprender el comportamiento que nos hace humanos.

Estos dos conceptos dicotómicos son construcciones culturales que han sido moldeados por contextos históricos y sociales. Nuestras nociones de lo que es racional o irracional son profundamente subjetivas y cambian, o se modifican, en diferentes contextos y comunidades. En última instancia, nuestro desafío actual radica en encontrar un equilibrio que nos permita integrar la lógica y la emoción, la ciencia y la tradición, en una búsqueda equilibrada del conocimiento y su significado.

Concluimos: mañana me compro un décimo de lotería.

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