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ÍÑIGO LÓPEZ DE MENDOZA Y LA CONQUISTA DE HUELMA, por José Biedma López

ÍÑIGO LÓPEZ DE MENDOZA Y LA CONQUISTA DE HUELMA, por José Biedma López
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En memoria del historiador huelmense Tomás Quesada Quesada

ÍÑIGO LÓPEZ DE MENDOZA Y LA CONQUISTA DE HUELMA, por José Biedma López

Hasta la conquista del alcázar de Cambil en 1485 y luego de Granada en 1492 el castillo de Huelma jugó un importante papel en las escaramuzas fronterizas entre moros y cristianos. Durante el reinado de Juan II el único avance cristiano fue protagonizado por el regente Fernando, tío del rey, llamado de Antequera porque conquistó esta plaza. Juan II, hombre culto, abandonó sin embargo los asuntos de Estado dejándolos en manos de su amigo y privado don Álvaro de Luna(1) que acabaría decapitado en Valladolid.

En 1243 el rey Fernando III el Santo había cedido diversos castillos, entre ellos el de Huelma, al Concejo de Baeza, estando dicho castillo y el de Bélmez “en tierra de moros”: “Si los podéis tomar o conquistar, tenedlos como heredad y término”. Pero desde entonces y hasta 1438 Huelma se conservó en poder de los musulmanes. Se sabe que el infante don Pedro en 1319 tuve intención de conquistarlo. De 1420 se conserva una carta dirigida por el alcaide musulmán de Huelma al Concejo de Úbeda quejándose del “apresamiento” de unos ganados en la zona de Cabra, pidiendo explicaciones “por amor de la vecindad e la amiganza”. En los años treinta se inician las acciones tendentes a la conquista de Huelma. En 1432 se hace daño “talando los panes e olivares de una villa que decían Huelma”, o sea Walma, cuyos primitivos pobladores árabes fueron los Banu Yuzayy.

En 1435 el Capitán Mayor de la Frontera, Fernán Álvarez de Toledo con el obispo de Jaén y otros caballeros intentan sin éxito la conquista de Huelma. Los moros desbarataron sus escalas tirándoles piedras y “hachos de esparto ardiendo”. Fueron heridos muchos cristianos y acudieron fuerzas nazaríes en socorro de la ciudad forzando a las mesnadas cristianas a refugiarse en Jaén, según cuenta Pérez de Guzmán. Para conseguir la rendición de Huelma tendríamos que contar con un genio militar sobresaliente, elegido por el rey seguramente por consejo de Álvaro de Luna(1), este extraordinario personaje, nacido en Carrión de los Condes en 1398, será don Íñigo López de Mendoza y de la Vega, señor de Hita y de Buitrago, que fue nombrado Capitán Mayor en la Frontera de Jaén.

Para ser elegido, Don Íñigo puso sus condiciones pues conocía las envidias, intrigas y perfidias de la nobleza y la venalidad de los jueces: durante el tiempo en que sirviera como Capitán Mayor le serían sujetados sus bienes y derechos ante los tribunales de los reinos y señoríos del Rey. Don Íñigo, militar y poeta, era tío de Gómez Manrique, pariente de Jorge Manrique y antecesor remoto de Garcilaso de la Vega y será conocido por los siglos y por la Historia de la Literatura universal como El Marqués de Santillana, aunque todavía no ostentaba este título cuando conquistó Huelma, ya que le fue concedido por el rey en 1445 a raíz de su intervención a favor de Juan II en la batalla de Olmedo.

El historiador contemporáneo José Manuel Troyano Viedma retrata a don Íñigo como excelente gobernante, sobresaliente estratega y enorme poeta, en su relación con Bedmar, Huelma y toda la Sierra Mágina (Sierra Máxima, Sumuntán) “ni muy llana ni muy fiera” -la describe el poeta-, donde anduvo entre 1437 y 1442. Escribió su V Serranilla en 1437 cuando iba a tomar posesión de la Capitanía Mayor. Allí canta a una mujer de Bedmar de la que quedó prendado toda su vida. Describe los lugares por donde pasa: Torres, Ximena, Bedmar, Jamilena, Pegalajar, Requena y la Dehesa de “Ayozar” en el término de Albanchez. En su viaje también canta las calidades de una “moça” que se dirige a un olivar para varear y recoger aceitunas, tocada de níveos lienzos que cubría con manto negro y se calzaba con ingrávidos “alcorques”. El Capitán Mayor intenta ligar sin éxito.

Desde su juventud, el caballero palentino estuvo vinculado a la naciente poesía castellana como discípulo y admirador del “astrólogo y nigromante” don Enrique de Villena(2), el cual le dedicó su “Arte de trovar” en 1416. A la cabeza de sus vasallos y hombres de armas puso don Íñigo a dos hijos: Íñigo López y Pero Lasso, deseosos de probar el temple de sus espadas con los enemigos seculares de su fe y de su patria. Antes de lanzarse al ataque, don Íñigo restableció la confianza en los “presidios” fronterizos restaurando sus murallas, torres y baluartes. Abasteció de armas y víveres castillos y fortalezas. Reformó guarniciones, estudiando las posibilidades de traslado rápido de hombres de una posición a otra. Aprendió de los ataques anteriores del caudillo nazarí Abdilbar sobre la línea defensiva cristiana de los ríos Segura, Guadalquivir, Jandulilla y Bedmar, pues los jinetes de Abdilbar habían señoreado estos territorios antes de su llegada desde el final de las Hermandades Fronterizas Andaluzas. El genio militar del señor de Hita ya se había dado a conocer en la frontera de Aragón en 1429, así como sus dotes diplomáticas en la firma de la paz de 1436 entre los reyes de Castilla, de Aragón y de Navarra.

Los capitanes de Castilla ya reconocían también en él su ingenio para inventar nuevos aparatos de guerra y renovar tácticas. Además consiguió contar desde el principio con la colaboración de los Concejos cercanos, de Jaén, de Cordoba, cuyas huestes de caballeros se unieron a las de sus vasallos de Hita y Guadalajara, de la Vega y Manzanares. A fines de 1437 dirigió su ejército hacia Guadix, taló, incendió y conquistó aldeas y alquerías, volviéndose con un cuantioso botín. Luego, con la colaboración del adelantado de Cazorla, cayó sobre la Vega de Baza, arrebatando reses, haciendo cautivos y burlando la vigilancia de Abdilbar, capitán de Muhammad-ben-Yusuf-el Hazari, rey de Granada. También cayó desde Alcalá la Real sobre la vega del Genil arrasando huertas y cegando azarbes, enfrentándose en varias ocasiones a la caballería nazarita.

Por fin, en los primeros días de marzo de 1438 puso cerco a Huelma con la intención de rendirla. Aben-Zulema, soldado curtido en la guardia de Abdilbar, era por entonces su alcaide moro y no se impresionó por el aparato militar del asedio. Conocía la importancia estratégica de su castillo y contaba con la confianza del Visir y el Emir de Granada. Presto avisó a la corte de la Alhambra y reparó sus defensas. Gentes de Jaén y de la Loma acrecentaron el número de sitiadores proveyendo de bastimentos y vituallas. Comenzados los ataques, los cercados se percataron de que no resistirían sin ayuda exterior. El socorro les llegó el 15 de abril comandado por Aben-Farax-ben-Yusef, pero las huestes de don Íñigo les presentaron batalla sin romper el cerco y desbarataron por completo el socorro. A pesar de ello, el valeroso alcaide Aben-Zulema se metió ejemplarmente en el fragor de la pelea y en ella encontró la muerte. No obstante, sus caballeros recogieron el cadáver y se enrocaron en el alcázar de la villa. Cuatro días costó rendirlos. Don Íñigo les consintió salir indemnes “solamente con sus cuerpos”, permitiéndoles que se refugieran en Cambil o Alhabar. Cuando el Capitán Mayor fue a tomar posesión de Huelma hubo discusión sobre qué banderas entrarían antes. Don Íñigo las tomó todas y haciendo con ellas un haz penetró en el castillo. Así demostraba que todos sus soldados participaban de la victoria, porque sabía ser “señor, compañero y juez de las gentes de su capitanía”.

La fortaleza de Huelma veía por fin ondear los estandartes de Castilla y el pendón de los Mendoza en su Torre del Homenaje. El Capitán pobló la villa con algunos hidalgos y buenos soldados, la guarneció y mandó a su hijo homónimo a dar noticias al rey don Juan. Luego encargó al mismo vástago la guarda del castillo y desde Huelma se apoderó de las Torres de Oralin y del Lucero, haciéndose dueño de un ancho y feraz territorio de la cuenca del Jandulilla con la mirada puesta en Granada. Después de poner cerco a la fortaleza de Bexis, Muhammad-el-Hazari pidió tregua y rogó clemencia al rey Juan II, prometiendo lealtad a Castilla. El rey encomendó a su Capitán Mayor de la Frontera que tratara en secreto las condiciones de paz con Aly-Alamin, hijo del Alfaqueque mayor (redentor de cautivos), que llegó a Jaén el 15 de diciembre de 1438. Gracias a su habilidad y buen juicio, las condiciones que don Íñigo consiguió imponer al rey musulmán fueron draconianas, las más beneficiosas que se habían firmado desde los tiempos de Fernando de Antequera.

El rey de Castilla señalaría como mercados libres y abiertos donde pudieran negociar moros, cristianos y judíos, las villas de Alcalá la Real, Huelma…, excepto con mercadurías vetadas: caballos, armas, pan, plata y ganado. Los mercaderes granadinos sólo podrían entrar a la marca castellana por el camino real de Puerto Lope y Alcaudete. Se concertó el precio e intercambio de cautivos y la alianza frente a enemigos recíprocos. Anualmente el rey de Granada pagaría 24.000 doblas de oro al de Castilla y 550 cautivos, de los que treinta serían seleccionados por don Juan. Estas, entre otras condiciones, tuvo que aceptar el monarca nazarita para que el futuro marqués de Santillana dejara de asustarle, y fueron publicadas en tres idiomas: castellano, ladino y árabe.

  • Sobre Álvaro de Luna:

https://nuevodiario.es/noticia/7448/cultura/soberbio-alvaro-de-luna-por-jose-biedma-lopez.html

(2) Sobre Enrique de Villena: https://nuevodiario.es/noticia/9448/cultura/villena-nigromante-por-jose-biedma-lopez.html

Del autor: https://filosofayciudadana.blogspot.com/?m=1

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