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"Otra vuelta sobre la vuelta al cole" por Daniel García Posada

'Otra vuelta sobre la vuelta al cole' por Daniel García Posada
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martes 01 de septiembre de 2020, 07:57h
'Otra vuelta sobre la vuelta al cole' por Daniel García Posada
Cuando estas líneas salgan a la luz, la mayor parte de los centros educativos de nuestro país habrán comenzado el nuevo curso académico y las pruebas de septiembre se realizarán sin ningún problema y con todas las medidas sanitarias. Atrás habrán quedado las clases online y los desvelos de los equipos directivos por asegurar, dentro de sus posibilidades, entornos seguros para los alumnos, los profesores y el personal no docente.

Durante los meses de junio y julio muchos institutos han hecho una serie de reformas para adaptarse a las necesidades sanitarias y, en el mes de agosto, sin apenas vacaciones, han ido pergeñando, con más voluntad que información, con más interés que certezas protocolos que facilitaran a todos la vuelta al cole. A todos esos compañeros, a todos esos equipos directivos que se han encontrado solos y abandonados, a todos ellos, mi más sentido aprecio y consideración, mi más profunda admiración porque, pese a los rumores malintencionados, muchas veces procedentes de la clase política y de personas de a pie que lo único que muestran con sus comentarios es una ignorancia supina que causa vergüenza ajena, han antepuesto la seguridad y la salud de todos a su merecido descanso veraniego. No de todos podemos decir lo mismo.

Después de dos meses sin reunirse y después de tener diecisiete “planes” diferentes de cara a la vuelta al cole, la única certeza es que la presencialidad es innegociable. Cualquier profesor de cualquier etapa quiere y desea las clases presenciales porque, en el trato continuo y persistente entre el profesor y el alumno y en contacto y cercanía entre alumnos se trabaja un aspecto muy importante del ser humano: su condición social, el hecho de que, por pertenecer a una sociedad, debe involucrarse en ella e interactuar con los distintos miembros, aceptando opiniones adversas, respetándolas pero, también, siendo crítico con lo que piensan los demás. Este hecho irrebatible y sólido cimiento de la vida en sociedad lo estableció, allá por el siglo IV a.C Aristóteles y sigue teniendo plena vigencia.

Todos apostamos por la presencialidad en las aulas y, de hecho, la educación a distancia y semipresencial está más encaminada a atender a aquellas personas que, trabajando, quieren volver a estudiar y no pueden asistir todos los días a las clases, pero, como todos comprendemos, si no existen unas mínimas garantías de que seguridad, si no podemos estar seguros de que los centros educativos sean lugares libres de covid, empezar de manera presencial es una irresponsabilidad política sin precedentes. Resultan del todo inaceptables las palabras de la Ministra Celaá cuando dice que «los beneficios de la escuela son muy superiores a los riesgos». ¿De verdad está queriendo decir que antepone la presencialidad de los niños a la salud de todos? ¿Cúantos muertos ha causado ya el covid 19? ¿De verdad me dice, Ministra, que, con la tasa de contagios, una clase en un lugar cerrado de más de treinta personas es más beneficioso que quedarse en casa? No, señora Ministra, lo que realmente quiere decir y no puede es que es mejor arriesgar unos posibles contagios, en el mejor de los casos, a volver a frenar la economía y a agravar la situación financiera. ¿Por qué nos hacemos trampas al solitario? La Ministra y los Consejeros tienen que abrir los centros educativos porque no hay conciliación y hay padres que no tienen con quién dejar a los alumnos (los que menos) y los hay que ya están cansados de soportar a sus hijos en casa cinco meses.

Entiendo que, si abrimos las aulas, no habrá problema ninguno en abrir al público de manera normal los centros de salud, los bancos, las administraciones etc. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que en Murcia no podamos cenar en casa más de seis personas y, en cambio, sí puedas dar clase a treinta alumnos? Es más, en Andalucía ya ni se habla de la distancia de seguridad porque la mascarilla es más que suficiente. No nos engañemos. Se mantiene la ratio porque no hay espacio físico en ningún centro para reducir la ratio a quince alumnos con metro y medio de separación, como se dijo desde el principio. No hay espacio y no hay dinero. Díganlo, no pasa nada y nos ahorramos muchas entrevistas surrealistas.

¿De verdad el trabajo sesudo y competente de muchos consejeros y del Ministerio es distancia de seguridad, mascarillas y geles hidroalcohólicos? Con semejante despropósito, si en España no fuéramos como somos, la Ministra sería cesada fulminantemente y, con ella, los distintos consejeros. La justificación de que la presencialidad supone igualdad de oportunidades es una falacia para tontos. Incluso con clases presenciales las desigualdades las marcan, por ejemplo, los deberes, los materiales escolares, las actividades extraescolares, los distintos recursos y, también, modelo educativo: privado-concertado y público.

En Andalucía los directores no tienen aún nada claro, los profesores prometidos, de momento, ni están ni se les espera y eso genera una serie de dudas y problemas realmente enormes para cuadrar los horarios. Es más, ni se contempla pagar al profesorado equipos informáticos, teléfonos y conexiones a internet en caso de volver a confinarnos. Una empresa privada que hiciese cargar sobre sus trabajadores esos gastos sería duramente sancionada y tendrían que lidiar con una huelga instantánea.

Yo recomendaría a la Ministra y al Consejero de Andalucía que recibiesen en sus grandes y lustrosos despachos a treinta alumnos, con mascarilla, con las ventanas abiertas y con geles desinfectantes, eso sí, y que, pasada una hora, volvieran a entrar otros treinta y así, sucesivamente, desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde, una semana, un mes, un curso entero. Sería lo justo pero Celaá e Imbroda prefieren reunirse telemáticamente y no de manera presencial, por eso de los posibles contagios. Además, si pisasen un aula para impartir docencia, algo remotamente improbable, quizás tendrían que recodar cómo se coge una tiza. Es lo que tiene pontificar cuando uno ya no se acuerda de cuándo fue la última vez que pisó un aula.

Cuando un representante público no está desarrollando bien su trabajo, debería ser cesado o debería dimitir. Una pandemia como la actual es tan realmente grave que no necesita ejercicios de funambulismo para intentar demostrarnos que lo mejor es ir a contagiarse en un lugar cerrado y sin distancia de seguridad. Nos tratan como a imbéciles o como a enanos mentales y lo peor es que, a veces, parece que les damos la razón.

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