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BARBUDA DELICUESCENTE por José Biedma López

BARBUDA DELICUESCENTE por José Biedma López
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jueves 21 de noviembre de 2019, 11:54h

Uno escucha con preocupación que bandas organizadas de vándalos de Europa del Este saquean una de las riquezas naturales de nuestros montes: las setas comestibles. ¡Bien por el SEPRONA!, el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, si impide semejante sacrilegio y parejo despilfarro. A estos malandrines no les importa nada que se reproduzcan o no estas maravillas de la culinaria tradicional, ni que nuestra recolección de frutos naturales sea sostenible en el tiempo; estos miserables no acarrean, como el micólogo de pro y el cosechero discreto y honrado, su cestilla de mimbre para que salten las esporas a tierra, semillas que bendecirán con sus mágicas formas crecientes los suelos de nuestros bosques en el otoño próximo. Van los bellacos pertrechados con azadones y palas y, si consentimos su codicia, se las llevan a espuertas y en camiones

BARBUDA DELICUESCENTE por José Biedma López

A mí me gusta saborear níscalos, boletus, setas de cardo y de chopo, champiñones, hasta orejas de Judas en ensalada… Las setas son órgano reproductor de los hongos, ese tercer reino viviente. Las comestibles nutren, no engordan y presentan al paladar esa feliz ambigüedad de lo que no es ni verdura ni carne ni pescado, y podría saber a las tres cosas. Sin embargo, aún me emociona más retratarlas y estudiarlas. En nuestras serranías las hay de todos los colores, algunas, como cierta especie de Amanita, venenosísimas. He conocido a micólogos expertos que se han intoxicado. Con ellas hay que andar con mucho cuidado. El mundo de las setas es fascinante, a la vez sabroso y tóxico, como tantas cosas gustosas. Aun guardo en la memoria un precioso dibujo de mi madre que ensanchó mi fantasía infantil: una preciosa Amanita muscaria rodeada de duendes con gorros frigios, rojos como la Amanita mosqueada.

Coprinus comatus, que ilustra este artículo con foto del 20 del presente noviembre, es especie común. Al parecer, son deliciosas, incluso crudas, los ejemplares jóvenes. Pero date prisa, porque en unas horas estas setas tan elegantes se acampanan; blancas inmaculadas, se ennegrecen y, aparentemente sólidas, se licuan. Yo no las he probado, las dejo crecer debajo de dos viejos almendros (locus amoenus), entre equisetos, para que ricen sus barbas lanudas y el margen de su sombrero, se ennegrezcan sus láminas y se diseminen sus esporas. ¡Y ojo con confundir a comatus con su pariente Coprinus picaceus, la seta antialcohólica!, esta última se usó durante siglos para disuadir borrachos, servidores y lacayos de Vinicia, pues mezclada con alcohol produce náuseas, palpitaciones, retortijones y vómitos.

Pero me emociona, aún más que retratarlas, recordar que antiguamente los monjes más sabios, esos que se empeñaban en salvar en las bibliotecas de sus cenobios lo poco que iba quedando de la cultura Antigua, en medio de la barbarie y siempre que fuesen financiados y respetados por los señores de la guerra, a veces sin entender siquiera lo que copiaban, recolectaban y cocían cualquiera de los dos Coprinus, añadiendo una pizca de clavo y así obtenían tinta de gran calidad con que caligrafiar e ilustrar sus códices miniados, cuyos dibujos aún hoy nos maravillan.

El sombrero de la barbuda es primero aovado, como un huevo que se estira hacia uno de sus focos, el de mayor diámetro al centro, y luego acampanado, blanco. Su cúspide tira a crema y está libre de escamas lanudas y rizadas de las que le viene el bonito nombre popular: “barbuda delicuescente”. El pie es blanco y elegante, de diez hasta más de treinta centímetros, fibroso y hueco. El margen del sombrero, a medida que las láminas ennegrecen, se enrolla y deshace en lágrimas de tinta negra para diseminar esporas marrones.

Parece frágil, pero también me emociona saber que se ha visto a la barbuda perforando el asfalto de las carreteras. La parsimonia de un hongo es legendaria. Ya he dicho que no las devoro, sino que las admiro y las dejo crecer hasta confundirse con el rocío y el agua de lluvia, ¡no vaya a ser que mañana, en mitad de una nueva edad oscura (que todo es posible), expire la electrónica, se apaguen los ordenadores, desaparezcan los celulares, y haya que echar mano otra vez de lápiz, papel, tinta de barbuda y pluma!

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