nuevodiario.es
LA ERA DEL HORROR por José Biedma López
Ampliar

LA ERA DEL HORROR por José Biedma López

miércoles 01 de noviembre de 2023, 07:55h
LA ERA DEL HORROR por José Biedma López

Entendido el terror como ejercicio violento contra el enemigo con el fin de exterminarlo o someterlo, el terrorismo no es práctica nueva. Por mucho que el Siglo XX haya sido terrorífico, en la Antigüedad ya se envenenaban aguas, se quemaban cultivos, se arrasaban aldeas y ciudades enteras, se crucificaba o desmembraba públicamente a la gente. Roma sembró Cartago de cal viva después de destruirla. A medida que hemos “progresado” tecnológicamente, el alcance y eficacia del exterminio se ha hecho tan severo que el propio exterminador corre el riesgo de arder en su fuego atómico.

LA ERA DEL HORROR por José Biedma López

Los nazis deshumanizaron a los judíos para fumigarlos como a parásitos. A las víctimas se les animaba a tomar una “ducha purificadora” en las cámaras en que serían asesinados en masa por la potencia más desarrollada tecnológicamente de su época. La misma naturaleza puede ser terrorífica cuando desata tornados, erupciones, huracanes y terremotos… La “madre naturaleza” engendra de vez en cuando monstruos que causan horror o terror.

Puede que no fuera sólo la sorpresa y la admiración lo que impulsara a las inteligencias más despiertas a hacer física y filosofía, sino también el terror el que las impulsara a indagar las causas de semejantes desastres con el afán de limitar sus efectos o prevenirlos. “El temor de Dios es el principio de la Sabiduría”, reza el adagio testamentario. Y no lo entiendo muy descaminado si por “Dios” comprendemos el designio despiadado de las fuerzas que no comprendemos, sean diluvios o plagas, sea la propia crueldad humana que las guerras desatan o destapan como el que quita el corcho al tarro de un veneno peligroso y volátil.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk habla en Esferas III del “atmo-terrorismo” que practican Estados y particulares desde el uso bélico de gases tóxicos en la Primera guerra mundial. ¡Fin de la épica; llegó la guerra del clima! Ya no se trata de enfrentarse al enemigo cuerpo a cuerpo, ni siquiera es cuestión de dispararse a distancia, sino de volverle la atmósfera irrespirable, de acabar con sus condiciones de vida ahogándolo en el mar como se propone hacer Hamás con los israelitas, o dejando a Gaza sin luz, sin agua y sin alimentos como hace el vecino, que en este caso se parece más al filisteo Goliat que al pastor David (por cierto, que árabes y hebreos pertenecen a un mismo tronco étnico y los filisteos tal vez sean los antecesores de los “palestinos” arabizados y musulmanes).

Es normal que el aire y el clima dentro del que vivimos, como sus pupilos, se haya convertido en asunto central y urgente de investigación y diseño. Los trabajadores y ciudadanos de las sociedades desarrolladas medramos en espacios climatizados, invernaderos que funcionan como burbujas de inmunidad más o menos permeables y telecomunicados. La pandemia ha sembrado además el miedo –incluso el terror- a que el medio ambiente sea criadero de miasmas. Prescribió la mascarilla después de que la guerra de trincheras impusiera la máscara.

El caso es que, frente al calentamiento global antropogénico, uno paga ya por respirar. El que no puede costear la energía que consume el aire acondicionado (que recalienta aún más el aire exterior de la gran burbuja que compartimos globalmente) peregrina al mar para asarse allí, vuelta y vuelta, o se refugia en esas catedrales artificialmente enfriadas de los Supermercados. El embarque para emigrar volando a los paraísos turistificados entraña el análisis exhaustivo de pasaje y pasajero para impedir explosivos contratiempos terroristas en el aire.

Es natural que desde la publicación del Frankestein de Mary Shelley y del Drácula de Bram Stoker el género de terror se haya vuelto popular en un mundo aterrorizado por los humanos inventos. No es desde luego el atmo-terror exterminador de Nagasaki ni la bomba de fanáticos nacionalistas que mata y hiere indiscriminadamente, sino un terror artístico que –según Noël Carroll- suscita en el lector o el espectador dos emociones elementales: miedo y asco. Y si el género, con su extremoso subgénero gore, no resulta lo suficientemente recurrente por haberse convertido en condimento inexcusable del arte, incluido del comic contemporáneo, ahí tenemos el Halloween (o Jalogüin) vuelto liturgia anual y márquetin festivo.

Parece que vestir a nuestros hijos o nietos de brujas, de esqueletos o monstruitos, revolvernos el estómago y ponernos los pelos como escarpias, sean fines estéticos superiores y loables. Sloterdijk ve en la utilización del horror como violencia contra la normalidad un principio de la “revolución modernista”. Una modernez, diría yo. El famoso corte navajero de ojo en la peliculilla de Dalí y Buñuel Un perro andaluz, uno de los momentos más impactantes de la historia del cine, ya nos puso sobre aviso. Lo feo, lo horroroso e imprevisto se abrían camino con vocación de escándalo. Se trata tal vez –como insinúa Sloterdijk- de superar la angustia (la paranoia) representándola (exponiéndola críticamente como pretendió hacer Dalí), creando iconos surreales o mediante performances kitsch. El horror hace valer así el primado de lo artificial: tatuaje, piercing, implantes, cirugía… El monstruo de Frankestein es también hijo del quirófano. Decía Gramsci que en las épocas de transición emergen monstruos. Los de Lovecraft fueron en verdad terroríficos.

Los horrores nocturnos de Poe, tardorrománticos, están también en el inicio de la contemporaneidad literaria. La “revolución permanente” busca y ansía el espectáculo del terror permanente en una sociedad anestesiada pero que duerme inquieta, permanentemente amedrentable aunque ya no crea en fantasmas. Cualquiera puede saltar a la calle y disparar a ciegas a la multitud, o cualquiera puede degollarte por infiel o blasfemo al grito de “Alá es grande”. Según manifestó Bretón, Papa del surrealismo, eso de disparar ciegamente a la multitud es la “acción surrealista más simple”. Y es curioso que muchos espectadores de delitos atroces describan la situación como “surreal” o “surrealista”. Incluso en su vertiente “progresista” o vanguardista, el modernismo díscolo abre la realidad consciente en canal para mostrarnos los horrores de la subconsciencia, las miasmas en que chapotea la bestia.

El modernismo agresivo cancela a los clásicos o, por lo menos, ya no los reverencia ni los imita. Pinta bigote a la Mona Lisa o mancha los girasoles de Van Gogh en una performance activista. La regla de la imitación de lo superior, sobre la que se basaba la gran cultura hasta ahora, ha sido dinamitada por el hábito neo-bárbaro de convertir en ley la imitación de lo inferior, de lo feo, de lo siniestro, de lo asqueroso, de lo sórdido; el artista, como vocero de las cloacas del todo social hace compatible la asepsia con la suciedad mental. Y hay incluso un público entregado a aplaudir lo que no entiende, como el teatro absurdo o la música horrísona e inarmónica. Por eso tal vez el pijo se viste de indigente y el locutor televisivo se presenta con vaqueros y zapatillas de deporte tuteando al sumiso espectador. Podría hablarse –y Sloterdijk lo hace- de “terrorismo estético”. La mierda del artista en lata. Así que nuestros nietos ya no coleccionan estampas de santos ni de ángeles custodios, ni siquiera de futbolistas. En lugar de la jeta de Amancio (RIP) llevan en sus bolsillos o en sus móviles la de un monstruoso pokémon [sic, mal acentuado]. ¡Que se quite el álbum de mariposas o de obras de arte reconocidas donde se ponga uno de zombis comecerebros o de dinosaurios feroces!

Seamos positivos y, con Rafael Guardiola Iranzo (en su miscelánea poético-filosófica “¿El actual rey de Francia es calvo?”, Algorfa 2022), añadiremos que las ficciones de terror y las distopías horrorosas tal vez nos ayuden a controlar emociones o nos endurezcan ante lo que pueda pasarnos en el incierto futuro. Puede que la superación de esa prueba del miedo y el asco mediante su teatralización nos haga más fuertes. Lo cierto es que lo terrorífico cautiva nuestra curiosidad y nos seduce con sus góticos “encantos”. Cena de las cenizas y culto a los muertos (pobrecitos, tan quietos en sus tumbas). Usted vampirice, o será vampirizado.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios