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GATOS Y GATAS, por José Biedma López
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GATOS Y GATAS, por José Biedma López

martes 11 de abril de 2023, 18:22h
GATOS Y GATAS, por José Biedma López
GATOS Y GATAS, por José Biedma López
Hubo un tiempo en que a los gatos grises de reflejos azulados les decían en Madrid “gatos malteses” y en los libros de zoología “gatos de los cartujos”. También a los madrileños les llaman “gatos” –a saber por qué- y “gatas” a las mujeres encapuchadas que portan cruces en la procesión del Nazareno en Úbeda. María Zambrano, filósofa y mística andaluza y por ende cosmopolita, amaba a los gatos. A pie de su tumba se reunía a diario una tertulia felina. José Lezama le dedicó a la pensadora estos versos: “Tiene los gatos frígidos / y los gatos térmicos / aquellos fantasmas elásticos de Baudelaire / la miran tan despaciosamente / que María temerosa comienza a escribir”.

En 2017 desaparecieron los gatos guardianes del túmulo de la escritora en el cementerio de la capital de la Axarquía. No se supo por qué. María viajaba con una docena de gatos, uno por cada signo zodiacal -o por cada apóstol- y en Roma reunió a más de setenta. Pensaba que el gato que amaestraron los egipcios y la políglota Cleopatra VII llevó a Roma valía por símbolo de la libertad democrática, porque al gato no se le somete, no es súbdito porque aspira a ser autónomo ciudadano. Aunque yo he visto a gallardas parisinas pasearlos por las calles con correa y dogal, gatos siameses, que son un poco perrunos y más domésticos que los nuestros. En el país que inventó la guerrilla no extraña que un gato “se eche al monte”, mame de las tetas de una perra (lo tengo documentado) o se le suba a un mastín a la chepa.

Baroja decía del gato que es un animal independiente y divertido, añadiendo que si a un chucho se le puede tener cariño, el gato goza siempre de alta estimación porque es más pagano que cristiano, más aristocrático que obrero. Creía el anticlerical donostiarra que los gatos más tontos son los blancos de ojos azules. ¡No estoy de acuerdo! He alimentado gatos albinos capaces de oír con los ojos y de ver con las orejas.

Mi padre no se fiaba de los gatos. Yo tampoco. No hay ladrona más traicionera y desleal que una gata criando. Intuye que el futuro de sus genes (o de sus monadas mónadas) es lo que importa sobre todo.

En agosto de 1994, a la filósofa veleña y a su hermana Araceli las denunciaron por su exagerada gatada y se las expulsó de Roma y, aunque el mismísimo presidente de la república canceló el mandato de deportación (para María, segundo exilio), en septiembre, acompañadas por su primo Rafael, marcharon al caserío de La Pièce en la frontera suiza; eso sí, con toda su corte felina. Allí los gatos podrían medrar por sus respetos.

Es cierto que los gatos se complacen en el silencio, el orden y la quietud, por eso se llevan bien con los ratones de biblioteca bípedos y las viudas menopáusicas. Fuera de la caza (si el hambre aprieta), son holgazanes y soñadores empedernidos. La elegancia y plasticidad de sus movimientos es sobresaliente. Aparecen y desaparecen como trotamundos o vagacampos, por eso se dice que tienen siete vidas. He visto a una gata romana saltar por encima de un tablero de ajedrez repleto de piezas sin descolocar ninguna. Para la exiliada autora de El hombre y lo divino, el gato es “la perfección de algo”. Deus abscontitus.

Me acabo de enterar que el controvertido Fernando Sánchez Dragó ha fallecido con un gato en la cabeza. Su último trino (tweet), minutos antes de que le diera el infarto, decía: “El gato Nano me da los buenos días. Él sabe que en la cabeza está el secreto de casi todo”. Incluso el secreto del hedonismo mágico y del sensualismo erótico, añado.

En 1979 defendía yo la Literatura clásica, frente a aquellos que, fieles al evangelio materialista y adictos al estalinismo, querían reducirla a mera “expresión ideológica”, cosa que venía a ser como degradar el gran arte a “falsa conciencia”. Lo hacía en las páginas de El Viejo Topo (nº 36), donde por cierto Jorge Redó entrevistaba a una joven-madura Lidia Falcón “a la izquierda de la izquierda”. Lidia representaba entonces al Partido Feminista. Sí, la misma Lidia Falcón que hoy abomina de las imprudencias de la Ley Trans. Serafín Senosiaín escribía en aquellas páginas “En pos del andrógino”. Eran tiempos de ilusiones revolucionarias con ribetes y flecos ilustrados, cuando este servidor comenzaba su apología de la gran literatura citando a Virginia Woolf, muy emocionado por la prosa de su libro Las olas, con uno de sus fragmentos que cae muy a pelo de minino:

“Pero nosotros desconfiamos de los maestros. Si un hombre se alza y dice: ‘¡He aquí la verdad!’, instantáneamente veo a un gato de arenoso pelo robando el pescado al fondo. Y entonces digo: ‘Oiga, se ha olvidado usted del gato’”.

Mi gata Negri, que es todo negra con irisaciones chocolate, me sorprende a veces no queriendo comer de inmediato cuando le ofrezco pienso o piltrafas. En lugar de arrojarse sobre el alimento, espera que la acaricie y le pase la mano por el lomo o le rasque la panza. Como aquel personaje de Las olas que lamenta sobre todo no sentirse incluido, sentirse fuera del círculo, o ser clasificado y juzgado por decir esto o lo otro, la Negri parece pedir, sobre todas las cosas, ser abrazada con amor, dejar de percibirse como ser externo para verse cubierta por las protectoras olas de lo común, a la vez que divisa de soslayo un lejano horizonte…

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