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VILLALOBOS Y LA BALBONERÍA, por José Biedma López

VILLALOBOS Y LA BALBONERÍA, por José Biedma López
VILLALOBOS Y LA BALBONERÍA, por José Biedma López

En Iberia la tradición de médicos humanistas es larga y memorable. Hunde sus raíces en el Al-andalus de Maimónides y Averroes, médicos y filósofos, ambos cordobeses, uno judío y el otro musulmán, y se prolonga hasta el siglo XX con Ramón y Cajal, Marañón o Laín Entralgo. En nuestro siglo de Oro fueron muchos los médicos que dejaron tanto obra científica como literaria, uno de los más brillantes fue Francisco López de Villalobos (1473-1549).

VILLALOBOS Y LA BALBONERÍA, por José Biedma López

Procedía de una familia conversa del reino de León, tal vez naciera en la localidad de Villalobos (Zamora), protegido, a pesar de su ascendencia sefardita, por los marqueses de Astorga, llegó por su incontestable y probado talento a ser médico del duque de Alba (1507), del rey Fernando el Católico (1509) y del emperador Carlos (1519) hasta su jubilación en 1542.

Muy apreciado en la corte por su ingenio, vasta cultura y afabilidad, fue acusado de nigromancia en Córdoba y pasó por ello ochenta días en prisión, de la que escapó libre de cargos. Se hizo famosa su “Canción a la Muerte·, que dicen escribió frustrado por no haber podido curar de sus males a la reina Isabel… “Venga ya la dulce muerte, / con quien libertad se alcanza; / quédese a Dios la esperanza / del bien que se da por suerte. / Quédese a Dios la fortuna, / con sus hijos y privados; / quédense con sus cuidados / y con su vida importuna; y pues al fin se convierte / en vanidad la pujanza, / quédese a Dios la esperanza / del bien que viene por suerte”.

A parte de sus libros sobre enfermedades y curas (Sumario de Medicina, 1498) y una glosa sobre los primeros libros de la Historia natural de Plinio, tradujo Villalobos el Anfitrión de Plauto hacia 1515 (primer intento de adaptación castellana de la comedia latina) al que añadió el colofón de unas Sentencias que son un breve tratadito sobre el amor. Existe una excelente edición reciente de dicha traducción introducida y anotada por el filósofo ubetense José Luis Villacañas Berlanga (Ediciones Antígona, 2017).

También nos dejó Villalobos unos Problemas naturales y morales, colección de preguntas en verso que luego glosa en una prosa llana, sin afectaciones. A pesar de la calidad literaria de esta obra, no ha merecido una edición crítica actualizada y el nombre de su autor ni siquiera aparece en los manuales más comunes de nuestra Historia literaria. Pregunta Villalobos en su metro XVIII de Los Problemas: “¿Por qué los viejos amargos / pleitean tan sin medida, / pues es tan corta la vida / y los pleitos son tan largos? / Y ¿por qué nunca escarmienta / un viejo cano, arrugado? Por qué anda enamorado / faltando[le] la herramienta”.

El Diccionario Bompiani destaca su obra Las tres grandes, disección moral y psicológica de tres pasiones: la parlería o extrema locuacidad, la gran porfía o empecinamiento y la risa falsa. De estos excesos dice Villalobos que tienen parte de enfermedad, parte de locura, parte de necedad y parte de liviandad, a la vez que participan de otras “sabandijas”.

De los parleros o charlatanes cuenta el “físico” que padecen de balbonería y por eso se les llama balbonetos o blaterones. Son hombres o mujeres que nunca se hartan de hablar importunísimamente y con ello matan a quien tiene la paciencia de escucharles no dándole tiempo ni para un sí ni para un no. El blaterón no deja escapar a la víctima y le agarra y aprieta la mano o le da golpes en el brazo o el pecho hasta producirle cardenales. No es casual que “locos” venga de “locuaces” que quiere decir parleros, dice el filósofo natural.

(Al principio pensé que la etimología de locos que ofrece Villalobos era fantástica y falsa. No obstante, descubro que no hay seguridad ni consenso sobre la etimología de la palabra “loco” y puede que Villalobos acierte pues una de las posibilidades que se barajan es que venga del latín loquendo, hablando, “porque los locos suelen con la sequedad del cerebro hablar mucho, y dar muchas voces". Corominas apuesta por el árabe hispánico láwqa, femenino de alwaq, estúpido).

Los parleros o balbonetos son de humor melancólico, hecho por adustión de sangre colérica que con su turbieza ofusca el espíritu y lo destempla apasionando la potencia irascible, en desarmonía. El parlero se enoja de lo que no debe, teme sin concierto y sospecha de todo (hoy lo podríamos equiparar a ciertos “negacionistas”, pero no a todos, pues también hay negacionistas taciturnos y silentes). Los parleros dicen siempre mal de los que gobiernan, lo hagan mal o bien, y presumen de lo que hablan teniendo por honra que sólo ellos se atreven a hablar mientras los otros escuchan.

No hay que confiar secreto alguno a un parlero. Y, aún si no consigue la atención de su sufrido público regalando verdades, mentirá, difamará, creará rumores falsos, amplificará o desfigurará los que ya circulan. A los parleros los conceptos les baten en el corazón como las ondas de un mar tempestuoso. Los hay que echan espuma por la boca y espurrean la saliva a quienes tienen a más de dos metros. Ni qué decir tiene, que estos deben ser aislados durante una pandemia por su peligrosa contumacia contaminante.

Si un parlero o blaterón no halla oídos que martirizar, atormenta con sus cuitas a su mascota, que le mirará con ojos de carnero ahorcado durante horas, como diciéndose “¡este de qué va!” mientras se mea en la alfombra. Los parleros tienden a iracundos y jamás se desengañan, caen en tristes por envidia y en murmuradores por resentidos o vengativos y, aunque sean avisados o castigados por su charlatanería, vuelven renuentes, erre que erre, a las malas costumbres.

Hecho el diagnóstico, el doctor Villalobos prescribe rudos castigos durante la tierna edad para corregir el exceso de charla antes de que el joven se lignifique en parlero hecho y torcido, o sea, antes de que la mala costumbre se haga segunda naturaleza y mal carácter y la madera flexible se vuelva leño tortuoso e irreformable.

Lo peor del parlero o barboneto es la liviandad de su discurso pues raramente informa o hace gracia, ni trae noticias ciertas, ya que las exagera o deforma, ni cosas de admiración ni doctrinas de edificación ni avisos de provecho, por lo que todos le temen y se apartan del parlero dejando al miserable solo. Y ya se sabe que la soledad es locura para el humano. Villalobos se maravilla de que en algún caso no se le desprenda la lengua al charlatán y se vaya a continuación dando saltos por los tejados, como mona que se escapó de la jaula. Muchas veces, el pobre parlero que no domina su pasión dice lo que no debe y pasa la noche lamentando los efectos de sus infamias. Que nadie le escuche más, que pierda la atención y el crédito de todo el mundo, esa es la peor pesadilla del parlero.

Creo que el parlero en nuestra época lo tiene fácil, quiero decir que tiene dificultosa su cura, pues tanto si se apunta a un partido político, corre a los estadios o le chilla a la televisión, como si se registra en cualquier red social pudiendo gritar con mayúsculas hasta desgañitarse (al parlero le da igual que las mayúsculas telemáticas equivalgan a gritos), lo peor será que en su solitaria logomaquia y macrológica inopia pensará que al otro lado de la luz, en cualquier antro oscuro, hay alguien que le oye y se cree lo que escucha. Para estos, mi amigo y gran poeta del breve quejío, Manuel Lombardo Duro, recomendaba encarecidamente una dieta larga de silencio.

Del autor:

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