No obstante, a pesar de los méritos del bajito, Agamenón, que antes de partir para Troya a la caza de Helena se aburría soberanamente, se hizo a la equívoca gracia de meter al enano en una piel de liebre y echarlo a los galgos. Seguramente ya andaba a la gresca o a la greña con su esposa y se vengaba indirectamente, a sabiendas de lo que ella apreciaba al maestro lector. Menos mal que cuando los gráciles perros lo acosaban, Solotetes imitaba el horrible cacareo de la gallina-búho de Ponto Euxino y los galgos quedaban congelados de terror aunque Agamenón los azuzara.
Sorprendido porque fuera gallina-búho y no gallo-búho y deseando identificarla, bien como animal imaginario o como criatura real y extinta, he revuelto un centenar de libros de ciencia y de bestiarios antiguos, sin hallar nada seguro. Cunqueiro, en un párrafo obscuro, dice que la gallina-búho nació de un huevo que puso en la playa, del pisotón de un pirata, la infiel Persílida, aminovia de Trimalción. Parece inverosímil. Es rarísimo que una mujer ponga huevos, aunque se han dado casos.
Plinio cuenta que el búho no era bien apreciado por los romanos, al revés que los griegos que le tenían por símbolo de la atención concentrada, principal virtud de aprendiz y de discípulo. Los latinos lo tenían por ave fúnebre y de mal auspicio. Se creía que sólo era común en lugares siniestros e inaccesibles. Monstruo de la noche, no se le atribuía canto, sino gemido y vuelo sesgado, como el de los políticos tránsfugas.
A las gallinas siempre se las trató económicamente, con perspectiva marxista, no se vio en ellas misterio alguno. No es el caso del gallo. Plinio cuenta del gallo maravillas y que en Pérgamo todos los años el Estado ofrecía un espectáculo de gallos como si fuesen gladiadores. Y afirma que durante el consulado de Lópido y Catulo en la casa de campo de Galerio habló un gallo. Los cristianos también vieron en él un símbolo de Cristo.
De las gallinas cuenta Plinio que las empezaron a cebar los habitantes de Delos, para su engorde y posterior sacrificio y guisado se escogían las de collar graso. Por buena raza tenían a las de cresta erguida o doble, alas negras, pico rojizo y dedos desiguales. Se pensaba que las que lucían espolones eran raramente fecundas y, si se las ponía a incubar, malograban los huevos.
Pero nada sabe Plinio de las gallinas-faraonas ni de la gallina-búho del Mar Negro ni de su cacareo prominente. Ser gallina y búho a la vez, mucho antes de que se desarrollara la ingeniería genética y se fundara el laboratorio de Wuhan, es cosa difícil, pues los búhos como los halcones son animales de presa y un peligro para las gallinas, particularmente el búho cornudo, y es congruente pensar que un ave que fuera a la vez ambas cosas, búho y gallina, se llevaría mal consigo mismo, padecería disforia y estaría predispuesto/a al suicidio.
No obstante, hemos de reconocer que existe una gallina owl beard, “cabeza de búho”, pero es raza de pequeño tamaño y de carácter amable y tranquilo. Eso sí, como Agamenón, Trimalción y el búho antes dicho, parece tener cuernos a causa de la bizarra conformación de su cresta. Crían con facilidad y abundancia, y esto lo digo por si fuera útil durante la confinación que no cesa criar gallinas owl beard, incluso en pequeñas covachas urbanas, en cocheras o terrazas, por ejemplo.
¿Y de Persílida ovípara? ¿Qué sabemos de ella? ¿Y de Trimalción? De este por lo menos dice Cunqueiro que estuvo en prisiones del tirano de Siracusa por negarse a vestir de mujer y no hacerle los gustos al soberano. Sin embargo, no especifica si el tirano fue Dionisio I, que vendió a Platón como esclavo, o Dinisio II su hijo, que era todavía más vicioso que el padre.
Seguramente Persílida y Trimalción son amantes inventados. Y ya que los creaba ¿no hubiera debido el ingenioso gallego crearlos felices en lugar de desdichados? Si la vida es triste, ¿por qué no alegrarla? Y si es alegre, ¿por qué entristecerla? (ese es mi dilema constructivo). Tal vez, y es sólo una hipótesis, el autor pensaba en el Persiles cervantino con cambio de género autodeterminado.
Habrá quien por especular de esta manera me tache de bizantino. No me importa. La cultura bizantina merece mucho más aprecio del que le profesamos. Durante mil años los bizantinos frenaron sin tregua la barbarie que cercaba al Imperio romano de oriente y en el Levante hispánico dejaron hermosos nombres de mujeres fuertes, que desgraciadamente se están perdiendo: Teodora, Asclepigenia, Atanasia, Despina, Eudoxia, Tamar, Eugenia, Eusebia, Ágata, etc. Resultaban tan griegos, tan sonoros y santos, que los bizantinos suprimieron los apellidos que tanto gustaban a los romanos.
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