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A mis padres: Luis García Martínez, Carmen Collado Sánchez (la Madrid)

A mis padres: Luis García Martínez, Carmen Collado Sánchez (la Madrid)
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jueves 22 de octubre de 2020, 13:14h
A mis padres: Luis García Martínez, Carmen Collado Sánchez (la Madrid)

Y aunque la vida murió,

nos dexó harto consuelo

su memoria

(Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre, XL, 478-480)

El pasado día 2 de Julio moría mi padre Luis García Martínez y, desde entonces, decidí dedicarle unas líneas que han tenido que reposar para que brotaran de manantial sereno.

Si vuelvo la vista hacia atrás, si recuerdo los tiempos pasados no puedo más que admirar aún más la figura de mis padres. Entiendo que, para cada hijo, sus padres es lo mejor y que la pérdida de los seres queridos agranda esa figura esencial en nuestras vidas, alumbrando los mejores recuerdos y ensombreciendo aquellos momentos más tristes o más duros. De mi padre, de un trabajador incansable, de un agricultor, de un luchador, aprendí una serie de valores que, sin su presencia y su ejemplo, nunca hubiese podido tener. Y es que, como todos en aquella época, la vida de mi padre no fue fácil ni cómoda.

Pasó su infancia y adolescencia, hasta el servicio militar, en Barcelona donde, desde apenas cumplidos los catorce años ya trabajaba dieciocho horas al día llevando una finca y una cuadra de vacas. Terminado el servicio militar vuelve a su Almajalejo del alma para ver a sus abuelos, a los que hacía muchos años que no veía, y allí se enamora de mi madre. La Madrid, o Madricilla, como él le solía decir, que con nueve años emigró y pasó su infancia desterrada junto a su padre, mi abuelo, Comisario de la Compañía en el frente de Deifontes, que sufrió cárcel y estuvo tres veces delante de las ametralladoras y que, finalmente, fue absuelto por no haber tenido delitos de sangre. Fueron desterrados a Vilabella, en tierras tarraconenses donde pasó su infancia mi madre recogiendo avellana y vendimiando en los trabajos de campo con una familia de payeses, trabajos que compaginaba haciendo recados en una carnicería hasta que, por fin, pudieron volver a su tierra, a su Almajalejo del alma, al terruño que los unía a la vida. Mi madre, La Madrid, que fue obligada por el “glorioso” alzamiento militar que destrozó la República, a ser bautizada y a desterrar, oficialmente, su nombre Madrid por el de Carmen. La brisa sosegada que mi madre le aportaba, la tranquilidad y el amor lo ataron, definitivamente, a Almajalejo, el pueblo que no abandonaría, salvo contadas visitas a la familia en Barcelona, hasta que, en 1964, como tantos otros españoles, emigró a Colonia. Allí, en Alemania, trabajó de sol a sol en una fábrica de hilo de cobre para instalaciones eléctricas y de telefonía. Una rotura de menisco y ligamentos cruzados rompe el periplo alemán de mi padre y, después de dos años, vuelve a España. En Barcelona visita a mis abuelos Luis y Juana Antonia, sus padres y sus hermanos, se saca el carnet de conducir, llega a Almajalejo y compra una camioneta con motor de gasolina Chevrolet AL-1192, donde doy mis primeros escarceos como conductor, mas tarde y en una nueva visita a Barcelona a ver a la familia encuentra un trabajo de viajante. Con una furgoneta Citroën 2CV recorrerá Andalucía, Murcia, Castilla la Mancha y Las islas Baleares vendiendo artesanía para el turismo. Junto a su trabajo de viajante, también trabajaba en la agricultura y en una pequeña tienda de barrio en nuestro querido Almajalejo, donde estaba asentada la familia: su mujer y sus dos hijos, Luis y Juana Antonia y los abuelos maternos Salvador y Damiana.

Ya en 1975 compra unos locales comerciales y dos viviendas en la cooperativa Virgen del Río de Huércal Overa, donde montan el primer supermercado del municipio, supermercado “MADRID”, que mantienen hasta la jubilación. Desde ese momento hasta su muerte, Almajalejo, de nuevo, vuelve a ser su sitio y allí perderá a mi madre en 2012, por culpa de una terrible enfermedad, y allí estará rodeado siempre del amor y el cariño de sus hijos, nietos y biznietos. Mi madre merece una mención especial en estas líneas. Mujer luchadora y batalladora, la Madrid, Carmen Collado, era especial, era el alma de la tierra, de los animales, de la familia y del supermercado. Cuando mi padre se pasaba la mitad del año fuera de casa buscando el sustento de su familia, ella se hacía con todo y todo lo llevaba para adelante. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, y así lo pueden atestiguar quienes la conocieron y quisieron, que mi madre era, sin lugar a dudas, el motor de todo. El Alzheimer fue minándola poco a poco pero nunca pudo la cruel enfermedad borrar su recuerdo y el recuerdo de quienes la quisimos y admiramos. Aquella mujer fue, cuando lo normal era que las mujeres fuesen amas de casa, una empresaria y trabajadora infatigable. Aún hoy, tan lejano ya de aquel triste 2012, al recordarla, al repasar en mi memoria las vivencias con mi madre, no puedo evitar emocionarme y una furtiva lágrima recorre mis mejillas y mis ojos se humedecen. Querida mamá, sean también estas palabras un recuerdo cariñoso para ti, que siempre sigues ahí, como si estuvieras entre nosotros, para darnos fuerza y valor para enfrentarnos a la vida y a sus vaivenes.

Esta breve reseña de la vida de mis padres sirve para encuadrar los valores que quiero resaltar de mi padre y de mi madre, porque eran una unidad dual, y las enseñanzas que nos legaron. El trabajo, la constancia, las ganas de superación y la familia siempre han sido sus pilares básicos. Ese trabajo y esa entrega siempre por el bien de la familia y para que no nos faltara de nada resultan realmente admirables. No le caían los anillos en trabajar en lo que fuese (viajante, agricultor, empleado en una finca, obrero en una fábrica de hilo de cobre) si eso servía para ir alcanzando los sueños y las ilusiones de su familia, si esas horas de desvelos y agotamiento servían para que sus hijos tuviésemos lo necesario para vivir. Quizás no tuvimos los lujos que otros tuvieron, quizás no tuvimos las facilidades que a otros les ofrecieron, quizás no tuvimos la ayuda que otros recibieron, pero siempre fuimos felices en casa y siempre mi padre y mi madre tenían para nosotros un plato de comida caliente encima de la mesa. Cuando uno mama esto, cuando uno lo ve en sus padres, aprende que nunca hay que rendirse y que alcanzar las metas que queremos cuesta y que, precisamente por eso, cuando alcanzamos aquello que tanto nos ha costado, lo conseguido sabe mejor, gusta más y se sabe valorar en su justa medida.

De la cercanía de mis padres, de su manera de ser y de entender la vida surgió en mí la vocación política. Quise siempre, desde las distintas responsabilidades que tuve, hacer que gentes como mis padres que tuvieron obligaciones y no derechos, que tuvieron imposiciones y no propuestas, fuesen por fin escuchadas, fuesen tenidas en cuenta, fuesen, en definitiva, valoradas y se les ayudara en su día a día. Ser socialista, pensar y sentir como un socialista no es más que hacer que el obrero, el que se levanta temprano para trabajar, para levantar el país, pueda ofrecer a sus hijos las mismas posibilidades que aquel que tiene recursos y tiene posibles. Mi padre trabajó en Alemania y fue agricultor, mi madre fue ama de casa y tendera, yo soy profesor y mis hijos han podido estudiar y han tenido la misma igualdad de oportunidades que quienes más tenían.

Queridos padres, no sabéis cuánto os echamos de menos, no sabéis cuántas veces pienso en vosotros y cuántas veces me apena saber que ya no estáis aquí. Papá me queda tu alegría, tu fuerza, tu ilusión, tus ganas y tu optimismo, cualidades, todas ellas, que tenías cuando el 27 de junio pasado soplabas las 94 velas de tu último cumpleaños. Me gustaría creer, que en verdad, hay un cielo y que la muerte no es más que el principio de una nueva y mejor vida. Me gustaría creerlo y me gusta pensar que, ahora, ya juntos de nuevo, con mamá y los abuelos Salvador y Damiana, nos cuidáis como antes y estáis con nosotros, al laico, como siempre. Espero estar a la altura y pasar por esta vida como vosotros lo hicisteis.

Un gran poeta, Jorge Manrique, escribió unas coplas por la muerte de su padre, no tengo yo el don poético ni puedo componer nada que os sirva de homenaje y epitafio, pero puedo deciros los últimos versos de Manrique y con ellos dejar patente que vuestro recuerdo siempre nos hará mejores. Os quiero, os queremos, papá y mamá.

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