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Ilustración de Miguel Agudo Orozco, poeta visual.
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Ilustración de Miguel Agudo Orozco, poeta visual.

ASCENSIÓN Y DECLIVE DE LA TELE, por José Biedma López

lunes 12 de octubre de 2020, 10:42h
ASCENSIÓN Y DECLIVE DE LA TELE, por José Biedma López

La “caja tonta”, el “tótem” o la “niñera electrónica”, la tele es el Icono “sagrado” alrededor del cual se organiza el mobiliario hogareño. Sustituyó a la radio, que sustituyó al Sagrado Corazón de Jesús. Es la melodía y el ruido de fondo mientras se come y se bebe, se habla, se realizan tareas domésticas, se dormita, se favea o comparte en redes y hasta se lee. Es el factor común del paisaje doméstico. Quien no tiene tele o no la mira alguna vez es extravagante y raro, un tipo solitario.

Tras la guerra civil y los duros años de autarquía, el símbolo de la Nueva España fue el Seat 600 (su fea larva, el Biscuter). El primer Seiscientos se adjudicó en 1957 a un hijo del general Muñoz Grandes. Pero a España no la unificaron las armas, sino la televisión, bajo el signo de un nuevo colonialismo cultural: la americanización de nuestras costumbres. Con la tele llegó la Coca-cola, “chispa de la vida”. Con la tele, la telegenia, el carisma televisivo pasó a ser el factor esencial para ganar unas elecciones.

Primero emitió Madrid (1956), luego Barcelona (1959) y el brazo de Mariano Medina, como el venerado de Santa Teresa, nos adivinaba el tiempo. En 1964 la tele ya se veía en todos los rincones de la Piel de toro, en blanco y negro, con nieve y vestida de celofán, encima un pañito de croché, peana de toro o flamenca. Se disfrutaba en grupo o en familia porque no todo el mundo podía comprarse un receptor.

Se inició entonces su “década prodigiosa”. La de Bonanza, el Fugitivo y los Picapiedra, la de los austriacos que huidos del nazismo alegraron las noches de los españoles del “desarrollismo” (emigración y turismo). Herta Frankel y su perrita Marilyn entretuvieron a los niños de la maizena. La Escuela de Barcelona aportó programas que marcaron el imaginario de una generación: Reina por un día, Un millón para el mejor, Cesta y puntos… A ello contribuyeron también los éxitos deportivos de Santana, del Real Madrid y del Barça. Y la UHF sirvió de abrevadero para la minoritaria España culta.

De 1962 a 1975 la televisión conoce en España su Edad de Oro, con guionistas de lujo como Armiñán, Marsillach, Antonio Gala, innovadores como Valerio Lazarov, creativos sobresalientes como Ibáñez Serrador, reporteros aventureros como Miguel de la Cuadra Salcedo o Félix Rodríguez de la Fuente, periodistas de mérito como Amestoy o José María Íñigo. El mejor teatro se podía disfrutar gratis en aquellas extraordinarias sesiones de Estudio I, con la participación de excelentes actores que sabían articular el mejor español. El debate educado, político, cultural y enriquecedor, se podía seguir con las interminables tertulias de La Clave.

En esto, llegó el “destape”. Como antecedente, los años sesenta fueron ya la década prodigiosa de la Revista de posguerra, con supervedettes como Gogó Rojo y Addy Ventura. Para los de provincias, el Teatro Chino de sucios cortinones y sal gorda de Manolita Chen. También y por contraste ascendió más o menos en la sombra al poder el Opus Dei mientras el régimen comenzaba a “abrirse de piernas”. El ideólogo del aperturismo es don Manuel Fraga. “Con Fraga, hasta la braga”. Y como reacción, a principios de los setenta la reminiscencia más cutre del catolicismo medieval con el Palmar de Troya y su papa Clemente. En 1976 un programa musical mostró a la opulenta y extraordinaria voz Rocío Jurado en un desvelamiento que hizo época. A principios de los ochenta un anuncio de jabón permitió contemplar unos pechos femeninos asociados a los “limones salvajes del Caribe”. En 1983, dirigida por Calviño, la televisión española introdujo en su “Cine de Medianoche” películas míticas del erotismo internacional como El Imperio de los sentidos de Oshima, El último tango en París de Bertolucci o La grande bouffe de Ferrari.

De 1976 a 1990, la tele conoce todavía una etapa esplendorosa. En ella se elabora el discurso sensato y pragmático de la reconciliación y la transición: “libertad sin ira”, con Ansón o Pilar Miró, es también la época de Lobatón y Sotillos. Circularon por ella magníficas series británicas y españolas como “Fortunata y Jacinta”… Luego, llegan las cadenas privadas y con ellas la decadencia de todas juntas, la abyección de una tele con monstruos como reyes y reinonas del share, entregada al populismo –o peor- al populacherismo chabacano, que impone una estética kitsch.

Tampoco hay que rasgarse las vestiduras por ello. Es muy hipócrita lamentarse de la telebasura cuando está en poder de cualquiera apagar el receptor y coger un libro u oír Radio 2 mirando cuadros clásicos o admirando paisajes de montaña. Además, hoy hay más televisiones encendidas que nunca sin que nadie les preste atención. El medio ha perdido atención y crédito, al tiempo que multiplicaba y extendía su oferta hasta el absurdo, salvo para aquellos desesperados que confían en videntes y echadores de cartas financiando cadenas locales. Desembarazada de los arcaicos valores del Régimen, no parece que otros valores ilustrados, tolerantes y cívicos, los hayan reemplazado con éxito. Lorenzo Díaz describe el fenómeno como el de una secularización atrasada que no ha conocido soportes éticos y educativos suficientes.

En su lugar, la difamación, el desencanto, el guerracivilismo o la pseudo-indignación de los que no dan palo al agua, el “activismo” de los que carecen de oficio o de actividad productiva. Las autonómicas, insolventes cuando no insostenibles, sirven a los caciques regionales que las alimentan o a sus sectas políticas, o al secesionismo fanatizado como TV3, despilfarrando recursos públicos.

Campan por su poco respeto a la dignidad de las personas y causan vergüenza ajena los reality-shows, los concursos para torpes y los lumpen-culebrones. El único arte que parece interesar a los televidentes es el efímero de la culinaria. La España profunda acaba imponiendo su sórdido mal gusto, entre rosa furcia y amarillo sensación. Famosillos sin oficio ocupan parrilla de máxima audiencia ofreciendo pornografía sentimental y chismorreo. La tele se ha entregado a la ordinariez facilitando de paso su sustitución por el triunfo de la Red de redes y las plataformas streaming de pago.

Quedan por supuesto modos y formas de usar la tele gratuita sin que su abuso nos haga perder la razón crítica o mascar publicidad a todas horas como hojas de coca. Y darse una vuelta por su feria de vanidades o un baño de banalidad televisiva, aunque sólo sea por tener tema de conversación con los amigos, tampoco es que sea pecado de lesa humanidad. No obstante, es inevitable rememorar con añoranza y melancolía aquellos años en que la tele entretenía, conmovía y enseñaba sin ofender a la inteligencia.

Del autor:

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