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EL CID CAMPEADOR, por Pedro Cuesta Escudero. Catedrático emérito de Historia
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EL CID CAMPEADOR, por Pedro Cuesta Escudero. Catedrático emérito de Historia

sábado 04 de marzo de 2023, 09:14h
EL CID CAMPEADOR, por Pedro Cuesta Escudero. Catedrático emérito de Historia
EL CID CAMPEADOR, por Pedro Cuesta Escudero. Catedrático emérito de Historia

La figura de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido con el sobrenombre de El Cid Campeador, pronto fue legendaria y cantada en todas las tierras de Aragón, Cataluña y Navarra, para pasar después a Castilla. Tanto impresionó su actuación que dio origen al primer cantar de gesta conocido de la literatura castellana, El Cantar del Mio Cid, compuesto en el año 1207. Antes, en 1093, se habían escrito en catalán en Santa María de Ripoll unos versos en su honor titulados Carmen campidoctoris.

EL CID CAMPEADOR, por Pedro Cuesta Escudero. Catedrático emérito de Historia

La figura del Cid ha sido utilizada políticamente una y otra vez a lo largo de la historia de España. Cánovas del Castillo lo mitificó como uno de los grandes héroes, a fin de recordar que España es un país glorioso, precisamente cuando atravesaba un periodo de gran decadencia moral con la pérdida total de aquel imperio donde nunca se ponía el sol. Tuvo que salir el León de Graus, Joaquín Costa, recordando que había que echar siete llaves al sepulcro del Cid y llevar a cabo una economía regeneracionista a base de potenciar la escuela y la despensa. Por su parte, Franco le homenajeó en 1955 como héroe de la cruzada contra los infieles; y ya en democracia han hecho uso político de su figura el expresidente del Gobierno José María Aznar o Santiago Abascal, líder de Vox. Pero entre la realidad y el mito hay importantes diferencias y, más que un héroe de la Reconquista, fue un mercenario que combatió junto a guerreros musulmanes. Si le hubieran preguntado si luchaba por España, no habría podido entender la pregunta porque España para él no era una unidad política.

El Hombre de la Frontera

El periodo que denominamos Reconquista generó el tipo de hombre de la frontera, que era capaz de convivir con cristianos y con musulmanes, actuando a favor de unos u otros según su conveniencia. El más conocido fue Rodrigo Díaz de Vivar.

Rodrigo Díaz nació en Vivar, una pequeña aldea cercana a Burgos, en el año 1043. Su padre fue Diego Laínez, noble caballero castellano, y su madre descendía de uno de los jueces de Castilla. Quedó huérfano a los 15 años y se trasladó a la corte del rey Fernando I, donde trabó amistad con el príncipe Sancho. Estudió Leyes en el monasterio de San Pedro de Cárdena, y se valió de su conocimiento en las misiones diplomáticas que le fueron encomendadas. En los ocho años del reinado de Sancho II el Fuerte fue su brazo derecho y guerreó junto a él en Zaragoza, Coímbra y Zamora. En esta época fue armado caballero y después nombrado alférez o portaestandarte real y campeón, Sancho II le dio además el título de “príncipe de la hueste”, lo que más adelante le permitió contar con sus propias tropas.

En su condición de alférez retó a duelo al noble navarro Jimeno Garcés, en la “Guerra de los tres Sanchos” y su victoria le valió el título de Campeador. A este título se le añadió el de Cid, que era como le llamaban respetuosamente los musulmanes, Saied (señor)

Camino al destierro

Fernando I había repartido en herencia sus numerosos territorios entre sus tres hijos. El Cid Campeador secundó los planes de uno de ellos, Sancho II el Fuerte, que pretendía mantener unido el reino de su padre. Sancho se enfrentó de inmediato a su hermano Alfonso, que se vio obligado a refugiarse en el reino musulmán de Toledo.

Cuando Sancho II fue asesinado en el cerco de la plaza de Zamora, que defendía la tercera hija del rey, doña Urraca, Alfonso regresó del destierro y fue proclamado rey de Castilla. Pero antes Rodrigo Díaz y otros caballeros castellanos le obligaron a jurar en la capilla de Santa Gadea de Burgos, que no había tomado parte en la muerte de su hermano Sancho. A partir del momento en que obligó a jurar al rey, cambió la suerte del Cid, hasta entonces indiscutible líder militar del reino. Enemistado con Alfonso VI, éste le retiró el cargo de portaestandarte real y campeón, dándoselo a García Ordoñez, un noble bien visto por el rey castellano. No obstante, el rey compensó al Cid aceptando su matrimonio con Doña Jimena Díaz, biznieta del rey Alfonso V e hija del conde de Oviedo. Rodrigo tuvo con ella dos hijas y un hijo.

En 1081 Alfonso VI desterró de Castilla a Rodrigo Díaz. Sus razones podrían haber sido el recuerdo de la humillación de Santa Gadea, la afrenta que el Cid infringió a García Ordoñez al defender al rey musulmán de Sevilla, a cuya ciudad habían acudido a cobrar las parias; o bien la iniciativa del Cid de una cabalgada de castigo por el reino de Toledo, con cuyo rey musulmán Alfonso VI mantenía aún buenas relaciones. Unos trescientos caballeros castellanos acompañaron al Cid en su destierro. El Campeador se sintió obligado a mantenerlos, por lo que se convirtieron en un ejército mercenario. Como tal ofrecieron sus servicios al conde Barcelona, Ramón Berenguer, que les rechazó, lo que hizo que el Cid guiara sus tropas hacia Zaragoza, donde, en contrapartida, fue muy bien recibido por el musulmán Muqtádir. Este soberano le encargó precisamente enfrentarse al conde barcelonés, y el Cid le hizo prisionero junto con numerosos nobles. Sin embargo, liberó a sus cautivos sin rescate, como muestra de su generosidad. Mientras estuvo al servicio de Muqtádir, Rodrigo Díaz demostró su valía en combate, ganando el favor de su señor y de la población musulmana, que le llamó “Mío Cid”: mi señor.

El campeón del rey

Sin embargo el mayor anhelo del Campeador era regresar a Castilla. Por este motivo, cuando el rey Alfonso hizo una incursión por tierras zaragozanas en 1086, el Cid, en vez de defender a su protegido musulmán, corrió a ponerse a las órdenes de su señor castellano, quien lo aceptó y perdonó. Rodrigo Díaz de Vivar regresó a Burgos en 1087, pero como no logró mantener buenas relaciones con su rey, decidió aceptar el encargo de apaciguar las tierras levantinas. Tras hacer tributarios a los monarcas musulmanes de Albarracín y Alpuente, acudió a Valencia a defender al rey Al-Cadir, aliado de Alfonso VI, de los nuevos avances del conde catalán Ramón Berenguer que codiciaba el dominio de la zona levantina. El Cid logró apresarlo de nuevo, aunque en esta ocasión sí que exigió y cobró, un elevado rescate por su libertad.

La fidelidad del Cid hacia su señor natural, el rey castellano, fue tal que cuando, más tarde, éste quiso arrebatar Valencia a Al-Cadir y puso cerco a la ciudad, Rodrigo declinó enfrentarse abiertamente con Alfonso VI, optando por caer sobre la Rioja donde era gobernador su mortal enemigo García Ordoñez. Alfonso VI se vio obligado a levantar el sitio de Valencia para hacer frente a los almorávides, quienes le derrotaron en las batallas de Sagrajas y Uclés.

La toma de Valencia

Pocos reinos de taifas disfrutaron de tanto lujo como los de Valencia y Zaragoza, lo que explica el deseo del rey castellano por hacerse con ellos. Pero tomar un ciudad se parecía muy poco a las incursiones que caracterizaban el combate en la frontera. Para tomar una plaza se requería un ejército regular, capaz de plantear un asedio por hambre.

La cercanía de las vanguardias almorávides desató en 1093 en Valencia una revuelta que depuso y ejecutó a Hiava, rey musulmán protegido y aliado de Alfonso VI y amigo personal del Cid, quedándose al mando de la ciudad el valí Amed-ben-Djehaf. El Cid juró vengar tamaña ofensa y, para lograrlo, consiguió que se reunieran los emires de Murviedro, de Játiva y de Denia, enemigos todos ellos de los almorávides. Partieron todos juntos hacia Valencia, estableciendo el cuartel general en el castillo de Jabolla, desde donde hostigaron al enemigo por medio de terribles correrías, hasta que pusieron sitio a la ciudad de Valencia. Tras esto no tardaron en apoderarse de los arrabales de la ciudad, cuyos habitantes para nada se mostraron hostiles, pues abominaban a los almorávides. El Cid no solo los trató bien, sino que les dejó disfrutar plenamente de su libertad y de sus bienes.

Se estableció el más estrecho cerco para que los de Valencia se rindieran por necesidad, y el Cid les ofreció el final de sus penurias si echaban a los almorávides. Estos resistían en la esperanza de que les llegasen refuerzos por mar desde África, y por ello pidieron al Cid una tregua de dos meses, algo que a éste le convenía para dominar por completo todas las comarcas de la contornada. En sus correrías llegó incluso a arrasar las tierras de Albarracín, que se habían rebelado.

Pasado el plazo de la tregua el Cid arreció sus ataques contra la ciudad. No habiendo llegado los esperados refuerzos, y apurados a comer lo más vil y asqueroso, los habitantes de Valencia aún resistían, desbaratando las máquinas que el Cid y los suyos colocaban para el asalto. Mas el hambre que les afligía era más terrible que las armas del Campeador. Y al final, perdida toda esperanza de socorro, Amen-ben-Djehaf rindió la ciudad en el año 1094. Pero el deseo de vengar la muerte de su amigo Hiaya hizo que el Cid ordenase que enterraran hasta media cintura al jefe almorávide y lo quemaran vivo.

El Cid, dueño de la ciudad de Valencia, se apresuró a demostrar al rey Alfonso VI que seguía reconociéndose como vasallo, por lo que le envió un botín de doscientos caballos escogidos y otros tantos alfanjes moriscos colgados de los arzones de sus ricas sillas de montar. Cuando el refuerzo almorávide llegó con más de 150.000 caballeros, el Cid les infringió una derrota tan grande como grande fue el botín que recogió.

El Cid Campeador organizó la vida del municipio valenciano con gran maestría, restauró la religión cristiana, renovó la mezquita de los musulmanes que le fueron fieles, acuñó monedas y se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y gente eminente. Convirtió a Valencia en un baluarte que protegió a Aragón y a Cataluña del ímpetu arrollador de los almorávides de Yusuf Ibn Tasfin. Rodrigo Díaz de Vivar firmó una alianza con Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III de Barcelona a fin de frenar conjuntamente el empuje almorávide y, como vínculo auxiliar, las hijas del Cid se casaron con el conde de Barcelona y con Ramiro de Navarra.

Estando en 1097 Alfonso VI en Consuegra cercado por los almorávides, pidió ayuda al Cid, quien mandó en su socorro a su hijo Diego. Pero las tropas cristianas fueron derrotadas, muriendo además en la batalla Diego, el único heredero varón del Campeador.

Y la muerte sobrevivo al Campeador en 1099, a la edad de 57 años, mientras que la ciudad que el gobernaba, Valencia, era atacada. Su mujer Doña Jimena, con la ayude de su yerno el conde Ramón Berenguer de Barcelona, protegió la ciudad durante la última batalla, salvándola del ataque musulmán. Se dice que el Cid ganó una batalla incluso después de muerto. Durante el sitio musulmán a Valencia el Cid cayó muerto, pero sus hombres lo montaron a lomos de su caballo y lo hicieron salir al campo de batalla. La sola visión de su figura `puso en fuga a sus enemigos, dejando a Jimena a cargo de la ciudad hasta el 4 de mayo de 1102 quien, no pudiendo resistir el empuje almorávide, se retiró a Castilla con la ayuda de las huestes de Alfonso VI, llevándose el cadáver del Cid con ella. Los restos de Rodrigo Díaz de Vivar y de su esposa Doña Jimena reposan actualmente en la catedral de Burgos.

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