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'El 7 de septiembre de 1522 llega la expedición de la primera vuelta al mundo a Sevilla', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda

"El 7 de septiembre de 1522 llega la expedición de la primera vuelta al mundo a Sevilla", por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda

domingo 19 de febrero de 2023, 08:19h
'El 7 de septiembre de 1522 llega la expedición de la primera vuelta al mundo a Sevilla', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda
Hacía tiempo que Sevilla, España, el mundo, creían naufragada, perdida, la flota de Magallanes. Pero la victoriosa nao Victoria se dirige a Sevilla después de haber dado la vuelta al mundo. Pocos días, los necesarios para reponer la quebrantada salud, permanecen en Sanlúcar de Barrameda los gloriosos aventureros, para después dirigirse a Sevilla. Con alas de fuego rueda la noticia de la hazaña de haber dado la vuelta al mundo por toda Europa. Ningún otro acontecimiento desde el viaje de Colom entusiasma tanto a los contemporáneos. Queda probado incuestionablemente que la Tierra es una esfera y que todos los mares forman un solo mar continuo. Reproducimos literalmente del libro Y sin embargo es redonda.
'El 7 de septiembre de 1522 llega la expedición de la primera vuelta al mundo a Sevilla', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda

“Juan Sebastián del Cano ordena que se compren alimentos de refresco para su gente: vino, carne, melones. También adquiere un bote de seis remos, pues el batel de la Victoria quedó retenido en las islas de Cabo Verde junto a los compañeros apresados. Y son alquilados quince hombres para que con la chalupa recién comprada remolquen a la Victoria rio arriba hasta el puerto de Las Muelas de Sevilla. La pobre Victoria, que ha afrontado las peores tormentas, que ha recorrido, según los cálculos de Pigafetta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, ya no tiene fuerzas para remontar la suave corriente hasta Sevilla por el rio Guadalquivir.

Por primera vez Juan Sebastián del Cano y los suyos no tienen que cuidarse para nada del manejo de la nao. Acodados en la borda de proa observan indolentes y aliviados como los esforzados remeros tiran de la Victoria bogando con brío. Ven pasar, bajo un increíble azul del cielo, grandes alcornoques con nidos enormes, donde anidan garzas y espátulas, bandadas de charranes patanegras o silbones que cruzan el cielo, garzas reales que se camuflan por entre los cañaverales, gamos que corren veloces, centenares de ánsares que picotean por entre las marismas, cormoranes que, a ras de agua, huyen espantados. Remontada la marisma surgen campos de tierras rojas, labradores arando tras los bueyes, grupos de palmeras meciéndose en la brisa. Sobre la banda de babor aparece Coria del Río, con sus olivares y sus cuidadas viñas. Unos mozalbetes que pescan encaramados en las ruinas de un antiguo puente y al paso de la Victoria dejan sus cañas y de pie sobre uno de los contrafuertes saludan con los brazos en alto, al tiempo que un perro corre por la orilla y ladra.

Ya estamos llegando!- comenta Hernando Bustamante-. Tengo así como miedo, porque no sé qué será de Elena.

- Yo siento así como un hormigueo por el bajo vientre- confiesa el capitán-. Todavía no hemos tomado verdadera conciencia de la proeza que hemos llevado a cabo. Hemos regresado al mismo lugar de donde zarpamos yendo siempre adelante. Navegando rumbo oeste llegamos a Oriente, y siguiendo en la misma dirección, hemos hecho realidad el sueño de la Humanidad: dar la vuelta al mundo. ¿Qué han descubierto los otros? ¿Tierras? Nosotros hemos dado la vuelta al mundo. ¿No te das cuenta? Hemos sido los primeros. ¿Hay hazaña mayor?

- Pero en este viaje han pasado muchas cosas. Nuestra gloria se verá empañada si nos piden cuentas de la sublevación que protagonizamos en el puerto de San Julián.

-Aquello fue un episodio sin importancia. Además toda la culpa fue de Magallanes, que nunca quiso dialogar con los capitanes, como era su obligación.

-Pues el italiano hará todo lo posible por reivindicar su nombre. Y esto nos puede perjudicar.

-Sí, el italiano es un mal bicho. Pero no pases pena, que a un extranjero no le van a dar más crédito que a nosotros. A nosotros nos escucharán sin ningún recelo, ya lo verás. Además, traemos una verdadera fortuna en especias, que nosotros hemos adquirido, porque nosotros descubrimos las Molucas, cosa que no hizo Magallanes. Y nuestro, sólo nuestro, es el mérito de haber rematado el viaje. Todo esto borrará cualquier mal entendido. Mira, ya se ve la torre de la catedral.

Efectivamente, por encima de los cañaverales y de los álamos sobresale la peculiar silueta del alminar, símbolo representativo de la ciudad de Sevilla. Aunque los recodos del Guadalquivir impiden ver la ciudad, ya se percibe el tañer de las campanas de la catedral. Y tras un meandro del río asoman la catedral, los alcázares, las cien torres y campanarios de Sevilla la roja. Junto a la Torre del Oro se dibuja el muelle del puerto de las Muelas. Carabelas y naos de esbelta arboladura se mecen suavemente.

Ya se oyen las voces de la muchedumbre que se ha apiñado en el Arenal para saludar a los héroes. La noticia del feliz arribo de una de las naos de la escuadra de Magallanes, que tres años atrás se organizara en este puerto, se ha esparcido como reguero de pólvora. Esperando a los expedicionarios están el Asistente de la ciudad de Sevilla, los oficiales de la Casa de Contratación, canónigos del Cabildo catedralicio, damas y personajes de alcurnia de la ciudad, todos ellos ataviados con sus mejores galas. También artesanos de deferentes gremios, tejedores, curtidores, caldereros, silleros, afiladores, emparejadores, albañiles, abandonan sus talleres para acercarse al puerto. Pero la multitud la componen el numeroso bajo clero, pescadores, menestrales, marineros, mercenarios, el abultado gremio de los mendigos, vagabundos y apátridas del puerto y de la ciudad, pícaros de toda calaña y rapazuelos que se deslizan por entre la multitud para colocarse en primera fila, mujeres charlatanas, mujeres busconas, hombres que discuten, soldados que mantienen el orden. Todo Sevilla, en fin, ha acudido al insólito acontecimiento de la arribada de la nao, que dicen que ha dado la vuelta al mundo.

Salvas de artillería son disparadas desde la Torre del Oro cuando `pasa la Victoria, la cual corresponde con el mismo estruendoso saludo. La variopinta multitud contempla con mirada absorta el amarre de esa nao tan maltrecha, mustias las jarcias, rasgadas y mal remendadas las velas, el trinquete quebrado, el palo mayor recompuesto. Todos comprenden que no es para menos después de haber dado la vuelta al mundo.

-¡La vuelta al mundo!¡Es lo más prodigioso, es el acontecimiento más grande que se haya visto desde que Dios creó el mundo!

-Hombre, yo como buen cristiano no hablaría así, sabiendo que Dios se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados.

-Reverencia, yo cuando hablaba no me refería a las cosas divinas, sino a las obras humanas. ¿Sabe su reverencia lo que es dar la vuelta al mundo? ¡Y lo hemos hecho nosotros, el reino de Castilla!¡Somos los mejores del mundo!

-¡Bah!, la cosa no tiene tanto importancia.

-Esta maltrecha nao ha descubierto el círculo del universo. ¡Es una de las mayores glorias de las que podrán enorgullecerse las Españas! ¿Qué empresa más grande ejecutaron los griegos? Esos marinos son más dignos de ser puestos en inmortal memoria que aquellos que navegaron y fueron a Cólquida con Jason, de quien los antiguos poetas hacen tanta celebridad. Esta nave que ha dado la vuelta a todo el orbe, debe ser colocada y ensalzada entre las constelaciones del cielo, mucho mejor que la nave de Argos, en que navegó aquel griego.

-Menos mal de esta nao que regresa cargada con clavos de especias – comenta el financiero Cristóbal de Haro, factor, a la sazón, de la Casa de Contratación-. Podré recuperar, por un lado, el capital que invertí en la financiación de esta empresa, y, como socio capitalista, podré obtener pingües beneficios. Ha sido un milagro, verdaderamente ha sido un milagro.

- ¿Y por qué diría tu sobrino Jerónimo Guerra, cuando regresó capitaneando la San Antonio, que los demás barcos de la escuadra de Magallanes habían zozobrado?- pregunta Diego Díaz, persona de confianza del financiero.

Mientras voltean las campanas, de la castigada nao salen sus tripulantes. La gente no puede apartar los ojos de esos hombres que tambaleándose cruzan la planchada. Y, de repente, surgen unos gritos desgarradores, casi histéricos, sobre todo de algunas mujeres que se abren paso entre la gente hasta los expedicionarios, pues quieren ver los rostros conocidos de sus maridos o de sus hijos o saber de ellos.

-¿Dónde está mi Curro, que no lo veo? ¿Qué le ha pasado?

-¿Y mi marido Juan, Juan Martín?

-¿Qué ha sido de mi niño Andrés, Andrés de la Cruz? Era todavía un niño cuando marchó con vosotros.

Solo hay un expedicionario, Francisco Rodríguez, que tiene la dicha de ser abrazado efusivamente por su mujer y sus hijos. Los demás, que a duras penas se mantienen de pie, son literalmente zarandeados para que informen sobre los ausentes. El teniente de alcalde del puerto, ayudado por los demás agentes del orden y algunos soldados, ha de emplearse a fondo para restablecer cierto orden y retirar a los familiares que lloran con gran desconsuelo.

¡Por caridad!- solicita con voz imperiosa el capitán Juan Sebastián del Cano-Déjennos que cumplamos, lo primero de todo, con la promesa que hicimos a la Virgen Santísima por habernos salvado en momentos de gran apuro.

Un cirio encendido es entregado a cada uno de los expedicionarios y una contenida emoción y un piadoso silencio se impone de inmediato. Los supervivientes de la expedición magallánica, uno detrás de otro, descalzaos y con un cirio encendido en la mano, se dirige a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria para, como habían prometido, dar las gracias a la Virgen por haberles salvado. Y, como si estuviera frente a seres de otros mundos, la muchedumbre abre un pasillo, por el que desfila esa extraña procesión. Parecen espectros más que hombres, macilentos, esqueléticos, envejecidos, ojerosos, demacrados, desgreñados. Llevan harapos por toda indumentaria, a pesar de que creen haberse puesto sus mejores atavíos: camisas deshilachadas y colgando en jirones, gregüescos corcusidos, jubones con cien remiendos mal cosidos, alguna pieza de armadura abollada y sin lustre.

Avanzan medio tullidos, las espaldas encorvadas, renqueantes, con paso vacilante pero altanero. Muchas mujeres, húmedos los ojos, se santiguan al paso de la extraña procesión. Mientras, las campanas de la catedral repican con su lengua de bronce, al tiempo que la Torre del Oro se mira, narciso, en el espejo tintineante del río.

Detrás del capitán Juan Sebastián del Cano va el piloto Francisco Albo, natural de Axio y vecino de Rodas; le sigue el maestre Miguel Rodas, vecino de Rodas, el contramaestre Juan de Acurrio, de Bermeo; el sobresaliente Antonio Pigafetta, gentilhombre de Vizancio; el merino Martín Yudícibus, de Génova y vecino de Saona; el barbero Hernando Bustamante, de Mérida; el lombardero condestable Hans Vargue, de Agán; el marinero Juan Rodríguez de Huelva, onubense; el marinero Antón Hernández, colmenero, onubense; el marinero Francisco Rodríguez de Sevilla; el marinero Miguel Sánchez de Rodas; el marinero Diego Gallego de Bayona de Galicia: el marinero Nicolás de Nápoles, de Napol de Romanía; el grumete Juan de Arratia de Bilbao; el grumete Vasco Gómez Gallego de Bayona de Galicia, el grumete Juan de Santander de Cueto; el paje Juan de Zubileta, de Baracaldo; cierran la comitiva los tres malayos.

En el templo de Nuestra Señora de la Victoria, en el corazón de Triana los expedicionarios caen de rodillas, besan las baldosas y con voz de hombres recios, sin sonrojo, entonan ante la imagen de la Virgen la Salve marinera.

¡Recemos por todos los hermanos y camaradas muertos! – pide el capitán una vez terminada la Salve marinera.

En voz baja, y con labios temblorosos, rezan en memoria de los desaparecidos. El templo se ha ido abarrotando de gentes, que también elevan sus plegarias por los difuntos. Y los expedicionarios, uno tras otro, se postran ante la Virgen para depositar a sus pies sus exvotos: joyas, hojas de clavo, mechones de pelo. Hasta los malayos se arrodillan ante la imagen. A muchas mujeres se les nubla la vista, pues el momento es emocionante y hondamente sincero y sentido.

Por un momento parece que están otra vez todos juntos capitaneados por Magallanes, como hace tres años en esta misma iglesia cuando desplegó el estandarte por encima de todos. Pero no, ha sido una ilusión. El largo camino de la vuelta al mundo se los ha ido tragando, en pago al cruel tributo de ser los primeros.

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