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“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”

“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”
martes 23 de agosto de 2022, 09:41h
“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”
“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”

Después de tres años de conmemoración del Quinto Centenario de la Primera Vuelta al Mundo con multitud de actos, conferencias, estudios y polémicas de si Magallanes o Juan Sebastián de Elcano, observamos que el gran público sigue tan desinformado, si cabe, que antes. Solo hay que ver el largometraje “Sin límites”. Cuando, por ejemplo, se hizo eco el diario ABC de los actos que se celebraron en la conmemoración del Quinto Centenario de la firma de las Capitulaciones entre el rey Carlo I y el bachiller Ruy Faleiro y Fernando de Magallanes, caballeros naturales del reino de Portugal, para dar asiento a un viaje a las islas y tierra firme de ricas especerías, Jesús García Calero publicó una crónica que titula “ El lado oscuro de Magallanes” en la que recoge las afirmaciones que hizo la historiadora norteamericana Carla Rahn Phillips en el Congreso previo de Valladolid. Afirmaciones de las que quiero discrepar con rotundidad por considerar que no se atienen al rigor histórico.

“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”
“EL LADO OSCURO DE MAGALLANES”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo”

“Afirmaciones erróneas”

La historiadora afirma que Magallanes tuvo la misma visión que Colón de llegar a la Especería por la ruta del Oeste, pero con la fortuna de obtener el respaldo del viaje en menos de dos años, mientras que a Colom le costó nueve años conseguirlo. Aquí la historiadora norteamericana no tiene en cuenta que cuando Magallanes y Faleiro solicitan el viaje al Malucco ya estaba funcionando en Sevilla la Casa de Contratación, que era el organismo que atendía todo lo referente a los asuntos de Indias y que cuando Colón solicitó su viaje aún no existía. Además el descubridor de América tuvo que esperar a que se terminara la conquista de Granada, que era el asunto prioritario de los RR.CC.

También Carla Rahn afirma que Magallanes tuvo mucha suerte porque el viaje lo contó Pigafetta. Pensamos que la suerte la tiene la posteridad, pues gracias al humanista italiano, tildado de aventurero, tenemos pormenorizadas noticias de este histórico viaje. Ojalá hubieran habido escritores como él en muchos otros acontecimientos históricos. Que para Pigafetta “Magallanes era el héroe y Elcano el hombre que había que derribar”. Hemos de ser ecuánimes. El cronista italiano era de la dotación de la nao “Trinidad” y no odiaría tanto a Elcano cuando decidió cambiarse de barco y marchar con la “Victoria” capitaneada por el de Guetaria, a sabiendas que viajar en solitario y de un tirón con una nave de poco tonelaje y medio podrida por todo el Índico y cruzar el peligroso Cabo de Buena Esperanza y regresar a casa sin poder hacer escala para hacer acopio de provisiones, agua, leña y repuestos y dando grandes rodeos por miedo a ser avistados por los portugueses que, con toda seguridad, si los apresaban no dejarían a ninguno con vida. Probablemente habría que buscar esa supuesta enemistad hacia el Capitán Elcano en los sucesos acaecidos cuando navegaban en la misma meridiana de Mozambique.

“No se tiene en cuenta las actuaciones del rey portugués Manuel”

La historiadora norteamericana dice que Magallanes “no escuchó a sus capitanes”, “contraviniendo las órdenes expresas del Rey”. Y tiene razón. Pero no se pueden hacer juicio de valores a posteriori. Para entender ese comportamiento y el meollo del viaje se precisa una explicación. En primer lugar, en las Capitulaciones se introduce una novedad no prevista para ningún viaje hecho hasta la fecha. No lo había aprobado el Consejo de Indias para el viaje de Magallanes, sino para cualquier viaje que en adelante se hiciera. Y todas las innovaciones, hasta que la costumbre las institucionaliza, crean roces y recelos. Para que la Corona tuviera razón de cuanto aconteciera y se recaudara en los viajes se designan por real orden capitanes, factores, tesoreros, contadores, escribanos y pilotos. Los capitanes asignados a la armada del Malucco eran de noble nacimiento. D. Juan de Cartagena, por ejemplo, era primo carnal del Cardenal Fonseca, el todopoderoso en asuntos de Indias. Al considerar a Magallanes, no ya portugués, sino de una escala inferior dentro del ámbito nobiliario, el trato no podía ser muy cortés. Le rechinaban los dientes al tener que obedecer las órdenes de Magallanes, lo que no pasaba desapercibido para cualquier observador. En una ocasión el tesorero de la armada y capitán de la “Victoria” Luis de Mendoza se atrevió a desobedecerle descaradamente. Y el almirante no lo despidió porque había sido nombrado por el propio emperador. Pero Magallanes pensaba que una vez en altamar ya les rebajaría su arrogancia al tener señorío de vida o muerte. Al ser descartado Faleiro por enfermedad, Juan de Cartagena es nombrado capitán de la nao “San Antonio”, la de mayor tonelaje y mejor equipada, que era la designada para el socio de Magallanes. Además Cartagena es nombrado persona conjunta, o sea, después de Magallanes, que era el Capitán General de la Armada, el segundo en el mando.

Pero el problema estaba en el Rey Manuel de Portugal, que no veía con buenos ojos que el reino de Castilla, su rival en asuntos de ultramar, se adueñara de las islas de las especias, que era el tesoro más codiciado, y que ya casi las tenía en la punta de la mano. Y máxime siendo dos súbditos suyos, como eran Magalhaes y Faleiro, los que iban a perpetrar tal desmán. E hizo todo lo posible para abortar el viaje. Cuando se encontraban en Zaragoza con el Obispo de Burgos y Presidente del Consejo de Indias, el Cardenal Fonseca, ultimando las providencias para el apresto de la armada y, a través de su embajador Álvaro de Costa, el Rey Manuel pretendió indisponer al joven monarca Carlos I diciéndole que no era honrado tomar los servicios de unos renegados teniendo súbditos con más experiencia. Pero el problema se resuelva cuando Carlos I le pasó la cuestión al Cardenal Fonseca, que era un decidido entusiasta de que el viaje a las Molucas se llevara a cabo. Entonces el embajador intentó persuadir a Monsieur de Xevres, pues su poder e influencia sobre el joven monarca eran ilimitados. Xevres disponía a su antojo de empleos, oficios y obispados que los dispensaba a sus paisanos flamencos. El Arzobispado de Toledo, que era uno de los de mayor rango, se lo adjudicó a Guillermo de Croy, por el simple hecho de ser su sobrino. A Xevres le era lícito entrar a saco y llevarse todo lo que quisiera. Su avidez por los doblones de oro de dos cabezas se hizo proverbial. Por eso cuando alguien conservaba uno solía exclamar

Doblón de a dos norabuena estedes,

pues con vos no topó Xevres”.

A pesar que el Embajador de Portugal le ofreció a Xevres sustanciosas sumas no consiguió que el viaje fuese abortado. Probablemente vería más negocio con las islas de la especería. D. Álvaro de Costa resume así sus gestiones en carta enviada al Rey D. Manuel:

“Alteza: Sobre el negocio de Fernäo de Magalhaes estoy trabajando muchísimo. Hablé, estando enfermo Xevres, muy en serio al rey D. Carlos, presentándole muchos inconvenientes: cuan feo es recibir un Rey los vasallos de otro Rey amigo en contra de su voluntad, que es cosa que entre caballeros no se acostumbra; que no es tiempo de disgustar a Vuestra Alteza y más en cosas de tan poca importancia e incierta, que vasallos tenía para descubrimientos sin echar mano de los que vienen descontentos de Vuestra Alteza y de quien Vuestra Alteza no puede menos que tener sospecha: que hacer esto es disgusto cuando se trata de estrechar el deudo de Vuestra Alteza con el casamiento. Quedó espantado con lo que le dije y D. Carlos respondió con muy buenas palabras que no era ánimo disgustar a Vuestra Alteza; que viese al cardenal y le hiciese razón de todo. A D. Carlos no le pareció bien este negocio y me ofreció cuanto en él estuviese. Sobre esto fueron llamados el obispo de Burgos, que es quien sostiene este negocio, y dos del Consejo. Pero estos persuadieron al rey que debía seguir lo empezado, que el descubrimiento meditado caía en sus límites; que Vuestra Alteza no debía llevar a mal que se sirviesen de dos vasallos suyos, hombres de poca sustancia, sirviéndose Vuestra Alteza de muchos castellanos alegando otros pretextos. En fin, el cardenal me dijo que los dichos insistían de modo que el Rey no podría mudar resolución. Convalecido Xevres volví a hablarle, y da la culpa a dichos castellanos del empeño del Rey en el negocio. Esta mañana he hablado con Magalhaes, el hombrecillo testarudo e insignificante, pero que resulta un peligroso rival en el tablero de la diplomacia, y por más que le he mostrado la miel y el látigo no he conseguido convencerle. Mi parecer es que Vuestra Alteza recoja a Magalhaes, que sería una gran bofetada para estos; del bachiller Faleiro no se haga caso, duerme poco y anda casi fuera de seso”.

Para no caer en una emboscada asesina, por recomendación del Cardenal Fonseca los promotores del viaje, Magallanes y Faleiro, se refugiaron en el monasterio de Montserrat. Y ya en Sevilla, ocupados en el apresto y reparación de las naves, recibieron el acoso del agente del rey portugués Sebastián Álvarez. Como por las malas no pudo destruir la escuadra del Malucco al provocar un motín con la chusma del puerto, decide sembrar cizaña presentándose a Magallanes como un buen amigo que busca su bien y le duele que los castellanos no lo valoren. Y le revela que es conocedor de unas instrucciones secretas que vendrán a mermar su autoridad cuando ya sea demasiado tarde para su honor. Y Magallanes, que siempre sabe dominar sus emociones, hace un movimiento involuntario. De repente le viene a la mente y le martillea que la Corte de Don Carlos está adoptando últimamente hacia él una actitud ambigua. ¿A qué viene la prohibición de llevar más de cinco portugueses? ¿A qué viene la persona conjunta tras el cese de Faleiro? ¿Y lo de veedor, contador y tesorero, cargos para controlarle, cuando hasta ahora nunca se había previsto en ningún otro viaje? ¿Acaso el Emperador lo quiere traicionar para congratularse con el rey D. Manuel?

Alteza – escribe el confidente al Rey Manuel- este hombre es duro como una roca. Le he porfiado y le he rogado con buenas palabras de amistad. Nada he podido, pero cuando le he hablado de la conspiración que le tramaban, el impertérrito se ha mostrado altamente sorprendido de que yo supiera tanto”.

Cuando la escuadra está a punto de zarpar del puerto de Monterrosa en Tenerife le llega una carabela fletada por Diego Barbosa, el suegro de Magallanes, con un mensaje secreto para prevenirle de que el Rey Manuel acaba de enviar bajeles para interceptarle el paso a las islas de la especería. Y que los capitanes que lleva a bordo tienen tramado un plan secreto para negarle la obediencia en plena travesía. Quien acaudilla la conjura es Juan de Cartagena. Pero los dados ya están echados y le responde a su suegro: “Suceda lo que suceda, permaneceré firme al servicio del Emperador, aunque con ello me fuere la vida. No temáis, que sabré defender lo que es mío. Recibid todos un abrazo”.

“Magallanes afianza el control de la escuadra”

Por ello Magallanes se cierra en banda. Piensa que mientras mantenga en secreto la ruta todos le obedecerán. Que simplemente sigan la estela de la nao “Trinidad” son las órdenes que da a los capitanes y pilotos. Y que todos los atardeceres debían presentarse a la nao almiranta para recibir las disposiciones oportunas. Para despistar a los bajeles portugueses, que sospecha les persiguen, sin previa consulta a capitanes y pilotos, Magallanes interna a la escuadra en una zona de calmas chichas, que obliga a grandes esfuerzos y trabajos. Aprovechando que toda la oficialidad había subido a bordo de la nao capitana para dictaminar el castigo al maestre Antón Salomón por sodomizar a un grumete, Juan de Cartagena exige a Magallanes el derrotero a seguir por el cargo que ostenta en la armada y por la responsabilidad que pesa sobre él. Magallanes le responde que su misión es seguir simplemente a la “Trinidad”. Y que nadie tiene que pedirle explicaciones. Que han de obedecerle lisa y llanamente. Juan de Cartagena, en presencia de todos y en un arrebato de acaloramiento se declara en rebeldía. Y en una rápida intervención Magallanes coge del pecho a D. Juan de Cartagena y ordena su arresto y antes de que reaccione ya está encadenado por el alguacil Gómez de Espinosa. Los compañeros de la reunión, los otros capitanes y pilotos, tienen el pasmo en los ojos. La prontitud de este alarde de autoridad y la penetrante mirada del almirante que va de uno a otro, desafiante, taladra sus cerebros y les enajena su voluntad.

D. Juan de Cartagena es desposeído de todos sus cargos y Magallanes pone de capitán de la nao “San Antonio” a su primo Álvaro de Mezquita. Con las dos naves de mayor envergadura bajo su estricto control tiene dominada la escuadra, pues Magallanes no quiere que le pase lo mismo que a Bartolomé Días quien, después de averiguar el final del continente africano y atravesar con grandes dificultades el cabo de las Tormentas (actual cabo de Buena Esperanza), la tripulación amotinada obligó a regresar a Portugal y no le cupo la gloria de ser el primero en llegar a las Indias. Magallanes sospecha que, una vez atravesado el paso que comunica el Atlántico con el mar que descubrió Balboa, los capitanes se conjurarían para regresar a España y privarle de llegar a las islas Molucas, que es la finalidad del viaje. Por eso quiere tener bien afianzado el control de la escuadra.

“Magallanes llega a la conclusión de la existencia del pasaje”

Avistando las costas americanas la escuadra enfila hacia el sur en busca del paso. Los días se suceden y el viento viene cada vez más fresco. Y el paso no aparece donde señalan los documentos que sustrajeron Magallanes y Faleiro del archivo de Lisboa, el más importante y completo del mundo. Y continúan navegando fatigosamente hacia el sur pensando que solo fuera un simple error de cálculo. Y se pierden días y semanas enteras explorando las bahías y cualquier entrante de la costa con la esperanza de encontrar el anhelado paso. Pero éste no aparece, al tiempo que el temporal helado maltrata el velamen. El látigo del viento flagela con saña y con su gélida zarpa desgarra sin compasión. El invierno austral se les echa encima. Ahora comprende Magallanes que esos mapas, confeccionados por insignes geógrafos como Martín de Behaim o Juan Schöner, son pura ficción. Cándidamente, tanto Magallanes y Faleiro como el Cardenal Fonseca, el Consejo de Indias y el propio Emperador Carlos, los tuvieron por verdaderos, pues ese estrecho, tan buscado desde Colón, abriría las puertas de la Especería a Castilla. Pero Magallanes ha llevado la situación tan lejos humillando a los capitanes puestos por el mismo Emperador que no puede regresar sin haber conseguido algo positivo. Ahora no les puede decir que se ha equivocado, que por precipitación tomó por verdaderas unas noticias falsas. Probablemente, de no haber sido por esa tirantez entre Magallanes y sus capitanes, hubieran regresado a casa y el viaje de la vuelta al mundo no se hubiera hecho. Así de sencillo.

Pero Magallanes no es ningún suicida y si sigue adelante es porque llega a la conclusión de que el pasaje hacia el mar que descubrió Balboa forzosamente ha de aparecer. Constata que la costa siempre deriva hacia el Oeste, por lo que estas tierras americanas también deben tener forma piramidal, cuya cúspide se dirige hacia el Sur como África, Indonesia o Malaca, territorios que conoció en los siete años que estuvo en las Indias Orientales. O se abre un canal o termina redondeándose el continente. Pero como la vida a bordo resulta muy dificultosa, pues el frío deja aterido e incapaz de poder hacer nada, decide guarecerse un una bahía que bautizan de “San Julián” hasta que pase el terrible invierno austral.

“La sublevación”

Es comprensible el enorme malestar que se genera en la tripulación, que se convence que por las buenas no hay convivencia con este siniestro personaje, quien decide, sin consentimiento ni consulta de nadie, aguantar la invernada en ese lugar tan apartado de la Tierra y que ningún navegante había señalado jamás. Gritos de indisciplina e irritación surgen de entre la heria, que el Capitán General sabe abortar antes que la indisciplina llegue a mayores.

Pero los capitanes castellanos no piensan que Magallanes esté loco. Se dan cuenta que no evacuaba ninguna consulta con ellos ni les decía dónde estaba el paso, porque sabía perfectamente que por esas latitudes no existe la travesía al mar soleado de Balboa. Piensan que Magallanes y Faleiro, seguros de sí mismos y con el secreto arrancado de los archivos portugueses, embaucaron al emperador y al Cardenal Fonseca asegurándoles que sabía dónde estaba el pasaje al mar de Balboa y la situación exacta de las Molucas, por lo que no se dudó un instante en facilitarles una formidable escuadra. La prueba de que el paso no existe está en que los portugueses no lo utilizan. Pero como Castilla lleva años intentado llegar a las Molucas, el rey D. Manuel de Portugal teme que las descubra y las domine, ahora que está a punto de alcanzarlas por la ruta de Oriente. Es por lo que hace lo posible para mantener entretenida a Castilla y mientras tanto sentar sus reales en las islas de la Especería. Quien tiene derecho a un territorio es el reino que primeramente toma posesión. Lo que está haciendo Magallanes es tener entretenidos al emperador y a Castilla por algunos años con la vana esperanza de llegar a las Molucas y así darle tiempo a Portugal para conquistarlas. Y los capitanes castellanos se convencen de que su obligación es desbaratar cuanto antes esas maquinaciones de los portugueses. Piensan que el emperador sabrá tener en cuenta el alto servicio que le prestan. Y aprovechando la gélida noche se apoderan de la nao “San Antonio” quitándole el mando ilegal que ostentaba Álvaro de la Mezquita.

“Carla Rahn tacha a Magallanes de sanguinario e injusto”

Al día siguiente Magallanes comprueba que sólo le obedece la nao más pequeña, la “Santiago”. Difícil se le presenta a Magallanes, tres contra dos, aunque en caso de combate poco podría hacer la “Santiago”. Pero la astucia del almirante hace girar la balanza. Se adueña de la nao “Victoria” en un alarde de sagacidad en pleno día y delante de todos. Y por mucho que Gaspar de Quesada, armado de pies a cabeza, arenga al combate, la gente se rinde a Magallanes sin contradicciones.

La historiadora norteamericana Carla Rahn dice que tras el alzamiento el castigo “fue desmedido”. “Si hubo proceso, no ha dejado documento alguno”. “Ejecutó- explica la historiadora- sumariamente a dos capitanes: Luis de Mendoza fue descabezado y descuartizado. Gaspar de Quesada afrontó el mismo destino”. “A Juan de Cartagena, veedor al que el Rey había puesto al mismo nivel de mando que Magallanes, no se atreve a matarle. Le abandona en una pequeña isla”. “Luego conmuta el resto de sentencias para usar a los condenados, incluido Elcano, en los trabajos más duros en la reparación de las naves”.

Hay documentación sobre el juicio que se hizo a los sublevados. Cuando la nao “Trinidad”, destrozada por terribles tifones, se vio obligada a regresar a Tidore (isla de las Molucas) de su viaje de retorno a España por el Pacífico norte, vieron con estupor como una escuadra de siete navíos portugueses al mando de Antonio de Brito, nombrado por el rey de Portugal gobernador de las islas de las Especias, había destrozado la factoría que dejaron allí, tras confiscar las mercancías y aprisionar a los hombres que estaban al frente de ella. También encarcelaron a los supervivientes de la nao “Trinidad” (que se sepa solo regresaron después de diez años de penoso cautiverio Gómez de Espinosa, Pancaldo y Ginés Mafra) y se incautaron de todos los papeles de la nao “Trinidad”, instrumentos náuticos, portulanos y los libros de Magallanes, de Andrés de San Martín y de Juan Serrano. Por una carta que envió Antonio de Brito con informaciones obtenidas de los documentos robados y de los interrogatorios a los prisioneros sabemos cómo se llevó a cabo el juicio a los sublevados en “San Julián”. Un juicio en toda regla, donde no faltaron ni formalidades ni requisitos. Como si se tratara en Sevilla. Magallanes lo requiere porque las personas encausadas son de tal rango que necesitaba de toda la legalidad para cuando se regrese a España. Magallanes no desea que se le reproche de injusto, cruel y déspota. Los merinos de la escuadra, Alberto, Yudícibus, Diego de Peralta, Julio de Sagredo y Juan de Aroche formaron el tribunal. Han de decidir el grado de participación de los implicados en la rebelión y su culpabilidad. Magallanes se reserva, como juez supremo, el dictamen de la sentencia o la absolución. Los cinco escribanos tomaron nota para dejar constancia de todas las pesquisas y de todos los actos delictivos. O sea, hubo un juicio legal, un tribunal imparcial que estudia a fondo y con detenimiento los hechos. Los testigos declararon con entera libertad. Los reos tuvieron ocasión de defenderse. Y el tribunal dicta con arreglo a la ley sentencias de muerte por alta traición a cuarenta. A Magallanes le correspondió confirmar esas sentencias. Sólo fue condenado a muerte por decapitación, en atención a la categoría de su persona, el Capitán Gaspar de Quesada, porque se manchó las manos de sangre al acuchillar al maestre de la nao “San Antonio” Elgorriaga, que murió de gangrena. El Capitán Luis de Mendoza murió cuando los leales a Magallanes asaltaron la nao “Victoria”. Y siguiendo la costumbre de la época estos dos cadáveres fueron descuartizados con cabestrantes a falta de caballos. A los demás, entre los que se encontraba Elcano, se les conmutó la pena de muerte por trabajos forzados. Los cerebros de la conspiración, Juan de Cartagena y el clérigo Sánchez Reyna, fueron abandonados en la bahía de “San Julián” con sendas espadas, dos rodelas y un saco de vituallas para que Dios hiciera de ellos lo que mejor pluguiera a sus destinos. Hay que tener en cuenta que si hubiera triunfado la rebelión el viaje de la Primera Vuelta al mundo no se hubiera hecho.

(Continuará)

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