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TIMÓN EL MISÁNTROPO, por José Biedma López

Pedro Mejía (1497-1551), filósofo humanista e historiador.
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Pedro Mejía (1497-1551), filósofo humanista e historiador.

Timón, filósofo ateniense y paradigma de la misantropía, vivió en la época de la Guerra del Peloponeso, arruinado y abandonado por sus antiguos amigos, llora, se lamenta y acusa a los dioses y a los hombres de su desgracia. Zeus se compadece y le colma de bienes. Entonces acuden falsos amigos y aduladores, a los que Timón rechaza a pedradas. Timón es más bien una figura literaria, que histórica.

TIMÓN EL MISÁNTROPO, por José Biedma López
Grabado alegórico en la portada de la edición de 1602 de la Silva de varia lección de Pedro Mejía.
Grabado alegórico en la portada de la edición de 1602 de la Silva de varia lección de Pedro Mejía.

Luciano de Samosata (125-185) compuso un diálogo de tendencia cínica en su honor. Plutarco refiere a él en dos de sus Vidas paralelas, seguramente inspirándose en una obra de Aristófanes hoy perdida. El caballero y filósofo sevillano Pedro Mejía, que nació cuando España abría el mundo en primera globalización y la curiosidad renacentista estallaba resucitando el interés por los clásicos y por las ciencias naturales, dejó en su Silva de varia lección (1540) un breve y ameno perfil de “la extraña y fiera condición de Timón Ateniense”, legendario despreciador del género humano. Hoy sobreabundan los Timones que parecen preferir un mundo animalesco, un Estado gobernado por una abeja reina o una nave gobernada por una ballena azul.

Describe no obstante Mejía como todos los animales suelen llevarse más bien que mal con los de su especie. Hoy sabemos que el comportamiento altruista ya está presente en los primates y hasta en los descendientes domésticos de los lobos (en los gatos, lo dudo). Pero este no fue el caso de Timón, que odiaba y aborrecía a sus semejantes y lo proclamaba con excelente retórica. Por eso vivía apartado, en el campo. Sólo acudía a la ciudad por necesidad porque ni siquiera sufría la conversación con sus gentes. Ni frecuentaba a nadie ni admitía visitas, excepción de un tal Apemato, un colega similar, áspero e inhumano, al que raramente dejaba entrar en su casería.

Sin embargo, en una rara ocasión, cenando los dos solos, a Apemato se le ocurrió exaltar lo a gustito que estaban, lo ameno de su conversación y lo sabroso del convite, “pues no hay aquí más hombre que tú”. A lo que Timón respondió: “Ciertamente también yo estaría a gusto si no estuvieras tú aquí, sino yo solo”. Incorregible, ¡ni siquiera podía sufrir a un misántropo como él”. No obstante, en las escasas ocasiones en que acudía a poblado, se le veía hablar con Alcibíades, el niño bonito de Sócrates que despeñó a los atenienses en el desastre de Sicilia y al que Mejía pone de “excelente capitán” cuando tal vez tendría que haber dicho “encantador golfo” e “irresistible demagogo”. Apemato no dejó de preguntarle por la causa de esa proximidad con Alcibíades. Timón respondió que hablaba a veces con el señorito porque este preveía, o intuía a veces, que habían de venir por su causa muchos males a los atenienses.

Tenía Timón en su huerto una higuera y proyectando ampliar su vivienda se le ocurrió cortarla. Era un árbol antiguo en que se habían colgado hasta la muerte algunos atenienses desesperados. Antes de derribarla marchó a la capital del Ática y solicitó audiencia en al ágora con buena voz, hasta que se allegó mucha gente curiosa por oír qué decía este que jamás hablaba con nadie ni se trataba con persona. Timón les anunció, claro y breve, que tenía en su heredad aquella higuera en la que se había ahorcado mucha gente –cosa que no le desagradaba- pero que iba a cortarla para un local que tenía comenzado y que por lo tanto avisaba públicamente por si alguno se quería ahorcar, que lo hiciese rápidamente.

Hecha esta advertencia solidaria (“esta buena caridad”, escribe Mejía con ironía) se volvió a su guarida donde vivió un tiempo sin mudar de carácter bilioso y atrabiliario. Aún tuvo cuidado en evitar males póstumos, pues dispuso que no le enterraran ni donde los demás ni donde anduviesen hombres, sino en la orilla que el mar cubre con sus crecientes o, a ser posible, más en el fondo. Eso sí, mandó que en su sepulcro rezase el epitafio: “Después de mi mísera y pobre vida estoy aquí sepultado: no quieras saber mi nombre, Lector: Dios te destruya y te haga mal”.

Es muy verosímil, aunque la crítica anglosajona no lo reconozca- que el capítulo que Pedro Mejía dedica al misántropo sirviese de fuente a William Shakespeare para su obra (que tal vez escribiera con otros) La vida de Timón de Atenas (1608). La Silva de Pedro Mejía fue traducida al francés, al italiano e inglés y se hizo famosa, muy leída e imitada durante dos siglos. Hoy es seguro que influyó en el ensayismo de Montaigne.

Aristóteles definió al humano como un animal político, esto es, animal urbanita, social. Añadió a ello un comentario tan irónico como ingenioso: si alguien presume la prepotencia de no necesitar a los demás, entonces será una bestia o un dios, pero no un ser humano. No es el caso de Timón que se sabe hombre, y es esto precisamente lo que le molesta y lamenta, en la línea del pesimismo trágico, que proclamó que la mejor suerte del hombre es no haber nacido. Exagera la miseria, la menesterosidad de nuestra condición. Odia a los demás coherentemente, porque se odia a sí mismo. Es la antítesis del filósofo humanista. Su mala suerte es la más triste de todas… “Satisfecho estaría si pudiera hacer llorar a todos los hombres” –canta el Timón de Luciano.

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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