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VIDA DEL PIGMEO OTA BENGA, por José Biedma López

VIDA DEL PIGMEO OTA BENGA, por José Biedma López
VIDA DEL PIGMEO OTA BENGA, por José Biedma López
Negro de bañolas
Negro de bañolas

En uno de los brutales episodios protagonizados por el ejército belga al servicio del rey Leopoldo II, Ota Benga, un pigmeo joven de la etnia de los batwa, fue capturado por una jauría de traficantes de esclavos en el “Estado Libre del Congo” (¡qué sarcasmo!). Su tribu fue destruida y en la matanza perecieron sus hijos y su esposa.

VIDA DEL PIGMEO OTA BENGA, por José Biedma López

En 1904, Ota Benga fue comprado por Samuel P. Verner, negociante y explorador estadounidense, al precio de una libra de sal y una pieza de tela. Conducido a EEUU, allí lució en el escenario junto con otras personas de todas las razas del mundo, en la Exposición Universal de San Luis. Al finalizar la feria, regresó a lo que quedaba de su tribu junto con Verner. Sin embargo, Ota ya no era sólo un pigmeo selvático; había conocido la seducción de otros mundos “más avanzados” y dos años después acompañó voluntariamente a Verner, de regreso a los Estados Unidos. Este le encontró trabajo en el Museo Americano de Historia Natural y más tarde en el Zoológico del Bronx.

Uno de los fundadores de dicho zoológico fue Madison Grant, autor de La caída de la gran raza (1916), obra en la que defendía la superioridad de la “raza nórdica” y la esterilización forzosa de los “menos aptos”. Para Grant, de entre las “razas inferiores” la judía era la más “baja” de todas. No nos sorprenderá que Hitler considerara el libro de Grant (The Passing of the Great Race) como su biblia.

Pues bien, con el consentimiento de Grant, el zoo del Bronx acabó exhibiendo en una jaula al joven pigmeo, que compartía la Casa de los Monos también con Dohong, un orangután amaestrado en imitar el comportamiento humano para regocijo de niños y mayores. Nuestro aborigen africano llegó a dormir en una hamaca dentro de la jaula. También se exhibía disparando flechas con su arco a un blanco, quiero decir a una diana. Atrajo la atención de miles de visitantes que encontraban muy divertido reírse de él. Por fin se generó un debate en la prensa de la época, lo que atrajo a más curiosos al zoo. Por entonces había quien consideraba dudosa la humanidad de Ota Benga… Hasta que un comité de la Conferencia de Ministros Baptistas de Color se presentó ante Madison Grant y lo amenazó con acciones legales si no liberaba ipso facto al pigmeo. Grant cedió y ordenó que lo sacasen de la Casa de los Monos.

Ota ingresó en un orfanato. En Virginia, los dientes del pigmeo fueron reparados (en su tribu eran limados para lucir forma puntiaguda) y fue vestido al estilo americano. Bajo la tutela de la poetisa Anne Spencer, asistió al Seminario Teológico y Colegio de Virginia, aunque él se sentía más a gusto con taparrabos, arco y flechas, en los bosques cercanos al pueblo. Abandonó su educación formal y empezó a trabajar en una fábrica local de tabaco. A pesar de su talla pequeña resultó útil porque trepaba hasta las poleas y tomaba las hojas de tabaco sin tener que usar cuerdas. Sus compañeros comenzaron a llamarlo "Bingo".

Atrapado en un mundo en el que no encajaba, su mente no pudo aceptar el cambalache. El 20 de marzo de 1916, a la edad aproximada de 32 años, prendió un fuego ritual, se arrancó las coronas que le habían implantado en los dientes, bailó una danza tradicional…, todo lo cual le condujo por un instante a su selva natal…, y se disparó en el corazón con una pistola robada.

Fue enterrado bajo una piedra gris sin inscripción en el sector negro del Viejo Cementerio, cerca de su benefactor Gregory Hayes. En algún punto de la historia, sus tumbas fueron olvidadas. Sus restos quizá fuesen trasladados al cementerio de White Rock (Roca Blanca).

Su biografía no sólo constituye un capítulo breve pero significativo de la Historia universal de la infamia, también nos invita a reflexionar sobre los efectos de nuestra soberbia, a veces inconsciente. Nuestra, sí, porque no somos mejores. El mismo año que Madison Grant publicó su libro de “racismo científico” llegaba a Bañolas (Gerona) el cuerpo naturalizado de un varón bosquimano de 27 años, disecado por dos taxidermistas franceses en 1833. El Negro de Bañolas estuvo en exposición ¡hasta el año dos mil! Tras años de polémicas, fue repatriado a Botsuana en 2007, donde fue enterrado con honores de Estado.

El supremacismo no ha muerto, subyace en el fanatismo nacionalista, en los motivos inexpresados del brexit… La ignorancia unida a la vanidad constituyen un peligroso cóctel que combina tanto con buena como con mala voluntad, con mala y con buena conciencia. El conocimiento del viacrucis de Oto Benga también nos obliga a reconocer las limitaciones, historicidad y relatividad, de la conciencia moral humana. Hemos tardado diez mil años en darnos cuenta de que hay diversas maneras de ejercer la humanidad, unas, desde luego, más respetables que otras, pero que sean diversas no significa ni que sean adversas ni que sean por distintas menos dignas. Sin embargo, es absurdo juzgar a nuestros antepasados desde escrúpulos morales que ellos, dado su horizonte limitado de conocimientos y experiencias, no podían de ningún modo asumir.

El mismo Madison Grant fue gran amante de los animales y apasionado conservacionista (también Hitler adoraba a sus perros). Fue Grant quien consiguió salvar al bisonte de la extinción. Ayudó a crear dos parques nacionales, protegió a las ballenas, al águila calva y al antílope americano. Su ejemplo nos advierte que el animalismo, el amor y respeto por la vida animal, pueden darse junto al racismo y el desprecio por otros seres humanos, justificado por dudosos principios naturalistas, en este caso por una torticera interpretación de la teoría evolutiva de Darwin.

Del autor:

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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