OPINION

ENTRE LUGARES, ESPACIOS Y RELACIONES, por Martín Momblant Momblant

(En agradecimiento a todos los fisioterapeutas de la UEN. A los que han tenido o tienen relación personal conmigo: Patri, David, Pau, Coral, Alexia, Manuel, Laura, Eva y Elisa. Especialmente a Santi por escucharme y regalarme alegría y amistad en cada sesión.)

Domingo 26 de enero de 2025
Vivimos en sociedades donde hemos diseñado y construido grandes ciudades que son cada vez más compartimentadas, dinámicas y complejas y donde las personas, generalmente, se relacionan en el llamado espacio público urbano. Si embargo, en el interior de todas las ciudades, llamémosles Almería, Madrid, Barcelona o Segovia, en lugares urbanísticos específicos, la atención a las personas con diversidad funcional física, como es mi caso, y su rehabilitación continúa en el tiempo se articula, principalmente, en centros privados. Personalmente hablaré de la que conozco: la Unidad de Estimulación Neurológica (UEN) Estos centros socio-sanitarios se convierten en un elemento crucial, para personas que como yo ostentan el estigma social de la movilidad reducida y no me refiero en exclusiva al tratamiento rehabilitador, sino también como construcción de lugares concretos de socialización. Este texto no solo intenta describir la interacción entre el fisioterapeuta y el paciente, sino que también se extiende a los lugares concretos y espacios mentales en los que se desarrollan estas relaciones y a cómo estos emplazamientos son reconstruidos constantemente, por las experiencias de quienes los transitan y habitan.

La rehabilitación puede ser entendida como un proceso de recuperación de habilidades y capacidades para el paciente, pero no solo se trata de una serie de técnicas fisioterapéuticas aplicadas en un entorno clínico a personas con diversidad funcional u otras patologías. Desde cierta perspectiva esta práctica se inscribiría en un contexto cultural más amplio. Los fisioterapeutas, como agentes sanitarios y sociales, no solo trabajan con el cuerpo físico del paciente, sino que también influyen en la percepción que construimos de nosotros y de nuestro entorno. La relación que se establece entre el fisioterapeuta y el paciente es, por tanto, un microcosmos de interacciones humanas que refleja unas dinámicas sociales mucho más amplias. En este sentido, el cuidado rehabilitador se convierte en una práctica cultural que se nutre de la historia personal del paciente, de sus experiencias previas, de la construcción social que le damos a la discapacidad y de cómo, personalmente, nos podemos ver afectados por ese estigma del cuerpo imperfecto. Por esta cuestión, en cada sesión de fisioterapia, reproducimos un encuentro en el que se entrelazan las narrativas individuales y las expectativas sociales.

Visibilizar nuestro maltrecho cuerpo, en este lugar concreto a través del fisioterapeuta como agente social, nos puede llevar a reflexionar sobre los aspectos morales y sociales que arrastramos en el espacio público. Precisamente por ello, el fisioterapeuta, no solo se convierte en un profesional de la salud, sino en un mediador cultural que ayuda al paciente a navegar por un mundo en el que a menudo nos sentimos ajenos.

En estos parajes concretos, como la UEN, es donde se llevan a cabo las sesiones de rehabilitación y diríamos que son igualmente significativos y simbólicos. Están llenos elementos especializados: camillas, sillas de ruedas, ayudas técnicas, aparatos ortopédicos, mascarillas, ropa, etc., pero también es donde creamos espacios mentales con itinerarios potenciales donde evadirnos, pero sobre todo son lugares para la socialización, entre personas especializadas en aplicar la fisioterapia y los pacientes. En muchas ocasiones, si miramos con atención, estos espacios son tanto físicos como simbólicos y su configuración influye directamente en el proceso de recuperación o mantenimiento de las personas que somos tratadas. Estos centros no son solo lugares de tratamiento, son contenedores, como diría el antropólogo Honorio M. Velasco Maillo, donde se crean y recrean identidades y relaciones sociales. En ciertos momentos observamos cómo estos espacios son moldeados por las interacciones que en ellos se producen entre fisioterapeutas y pacientes, pero también por la disposición de elementos técnicos, del mobiliario, de la iluminación, vestimenta e incluso de la decoración. Todo ello puede influir en el estado emocional del paciente y en su disposición a participar en el proceso rehabilitador. Además, la reconstrucción de estos espacios es un proceso constante. Cada intervención, cada ejercicio realizado, deja una huella de humanidad que transforma el entorno y la percepción que tenemos de él. Así pues, la relación nunca se desarrolla en el vacío, sino en un entorno que continuamente reconstruimos situado entre el suelo y el cielo; fronteras que los delimitan. Todo se nos incrusta en algún espacio mental donde se crea un vínculo especial, que nos une como seres humanos.

El contexto urbano en el que se encuentran también juega un papel fundamental. Las ciudades, con sus dinámicas socioeconómicas y culturales influyen en cómo es percibida la diversidad funcional en el espacio público y en las posibilidades económicas de rehabilitación, por ciertos sectores sociales. La accesibilidad, a causa de la renta disponible a los centros de rehabilitación, la calidad de los servicios de salud públicos y privados y el apoyo familiar, son factores determinantes que afectan el proceso de mantenimiento y/o recuperación; pues somos personas balanceándonos sobre la cuerda de la exclusión social. Somos seres humanos diferentes que en la mirada se nos engarza el deseo de la afinidad sobre una improbable subsistencia autónoma y este proceso, en el que se nos impide el acceso a niveles sociales determinados, es el que el sociólogo y exministro de universidades M. Castells definía como de exclusión social.

Las relaciones personales que se establecen entre el fisioterapeuta y el paciente son fundamentales en el proceso de rehabilitación, tal como indicaba el profesor en pedagogía terapéutica Andreas Fröhlich. La proximidad con el paciente, el intercambio de experiencias, su significación y los factores socioemocionales son esenciales en este proceso. Este vínculo que se construye a lo largo del tiempo, se basa en la confianza, la empatía y el respeto. El fisioterapeuta, al conocer las historias y los retos que le trasmitimos, se convierte en un compañero de viaje hacia un espacio mental común, que reconstruimos en cada sesión. Es una conexión emocional que es el reflejo de las relaciones humanas, en el sentido más amplio.

Las sesiones de rehabilitación, de personas con diferentes diversidades funcionales, son un proceso que trasciende la mera aplicación de técnicas fisioterapéuticas. Desde un enfoque holístico se nos revela como una práctica cultural compleja que involucra al contexto urbano, la construcción de lugares concretos, el universo de espacios cognitivos creados y la interacción entre el fisioterapeuta y el paciente. En última instancia, son un reflejo de nuestra capacidad como seres humanos, en sociedad, de construir poética del espacio y de sus relaciones.


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