El famoso poeta francés Paul Valéry dejó escrito que es imposible que una Venus perfecta seduzca a nadie. Lo que nos cautiva de un ser no es su grado supremo de gracia ni su extrema belleza según criterio estético general, el buen gusto que, por otra parte, cambia con el tiempo, sino algún rasgo particular, "quelque trait particulier", escribe Valéry.
"La suerte de la fea, la guapa la desea", sentencia el popular aforismo... Y razón tiene; experiencia condensa. En su relato "La fea", el maestro mejicano Alfonso Reyes (uno de los mejores orfebres del español del siglo XX) alaba a los franceses porque "entienden del amor" y por eso no se emparejan con mujeres muy lindas. Muchas veces sus esposas tienen quijadas duras y cuadradas que acusan don de mando y virtudes administrativas y gerenciales. Los franceses, sutiles en lo erótico, se conforman con un pequeño rasgo de belleza: una dulce sonrisa, un hoyuelo oportuno, un paso elegante, una voz cálida... Cualquiera de estos dones es suficiente para exclamar: "Oh qu'elle est charmante!".
Es verdad que el amor requiere apoyarse en algún elemento estético. Pero es también inteligente distinguir lo erótico de lo estético. Amor y Belleza no son hermanos gemelos, ni siquiera hijos de la misma madre. El concepto estético no es el erótico, aunque los jóvenes suelan confundirlos y busquen sobre todo el amor de la guapa, que por lucirse como tal suele ser la más popular del baile. Aprenderán con el tiempo que la imperfecta, la retraída, la gordita, la de las gafas... puede ser mejor compañera erótica, que sabe escuchar, que su conversación resulta inteligente y hasta picante, y que es mucho más agradecida en las lides íntimas y placeres sensuales que la top model de la facultad.
Y es que el amor y sus atenciones encienden y embellecen a la poco agraciada y la vuelven estimulante y graciosa. La feilla, la "poquita cosa" se ilumina y enciende hasta con la rumia y fantaseo del amor ajeno. La menor complacencia hace guapa a la fea, mientras ella socarra sus materiales lunares bajo la curiosa mirada del partenaire. Entonces la fea-bella vence completamente a la insípida bonita, revela una especial capacidad para las expresiones arrobadas y sazones imaginativas, demostrando con ello que el amor propiamente humano tiene más que ver con el cerebro que con las curvas, más con las confidencias y los secreteos que con el tamaño de los genitales, la cintura de avispa, la turgencia del pompi o la contextura de las tetas.
El caso es que una pequeña inarmonía, un ojo estrábico, incluso una ligera cojera pueden tener un encanto irresistible. El poeta Oliverio Girondo celebró en su poema “Oda a una mujer con un solo ojo” la belleza y singularidad de una señora con estrabismo, destacando su mirada única y especial.
Ni las convenciones morales ni los cánones estéticos determinan necesariamente la selección amorosa. Decimos "necesariamente" porque puede suceder lo contrario, pero juntarse con alguien porque es un guaperas o porque es una buena persona no suele dar buen resultado si no "hay química". Los psicólogos han demostrado que el olor corporal es clave. Y qué duda cabe que, para este o aquel tipo, las feromonas de la fea pueden ser más excitantes que las de la guapa. Para gustos, los colores.
Claro que también puede darse el caso de que la fea sea como aquella flor acuática, hembra de aguas profundas, que sólo sube un día hasta la superficie, donde le espera el beso del macho y se recoge luego, fecunda, cargada y trémula, hasta su fondo cenagoso y obscuro.