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Manuela Ribadeneira, 'El cambio está a la vuelta de la esquina', 2019
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Manuela Ribadeneira, "El cambio está a la vuelta de la esquina", 2019

ESPEJOS, por José Biedma López

jueves 11 de enero de 2024, 08:17h
ESPEJOS, por José Biedma López

Están por todas partes. No se puede conducir un automóvil sin ellos, pero las ciencias humanas apenas los citan ni reflexionan sobre los espejos, ¡y eso que “la reflexión” es también un mirar, repasar y relacionar ideas en el ESPEJO de la conciencia, un “especular” razones! Y eso que el invento de los espejos está en el origen técnico (vidrioso) de nuestra especie, de nuestra hominización, o sea en el salto mortal de la animalidad a la humanidad… Pocos animales reconocen sus imágenes en los espejos; sólo los más listos: delfines, monos superiores, cuervos ingeniosos, loros con talento; mas ningún otro animal fabrica espejos en que mirarse a diario. Tal vez por eso definiera Platón al hombre como “animal remirado”.

Venus del espejo, de Tiziano
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Venus del espejo, de Tiziano

Los Incas no inventaron la rueda, pero fabricaban espejos, así que el espejo parece culturalmente más genuino que la rueda, tan útil. Según Varrón, nuestros espejos antiguos fueron de origen persa y los magos los usaban para el vaticinio del futuro, explotaban así sus posibilidades catoptrománticas, es decir las perspectivas adivinatorias del espejo (en griego, katoptron). Cuenta San Agustín que las brujas de Tesalia escribían en espejos sus oráculos. Paracelso describe un espejo hecho de electrum magicum que permitía ver escenas lejanas en tiempo y en espacio, y Cardano –resolutor de las ecuaciones de tercer grado- habla de espejos que revelan lo oculto y secreto. John Dee, taumaturgo oficial de la corte de Isabel de Inglaterra, entraba en contacto con el misterioso arcángel Uriel –luz de Dios- con ayuda de un famoso espejo de obsidiana y con ello aprendió el obscuro lenguaje de Enoch, padre de Matusalén y bisabuelo de Noé, que es la lengua que usan los ángeles vigilantes.

Los espejos antiguos no eran como los modernos. Usaban superficies pulidas de metales, de plata, oro, cobre o bronce, o de aleaciones capaces de devolver imágenes. Gozaban fama los de Corinto y Brindisi. Sócrates recomendó su uso. Si el discípulo era hermoso, tendría que esforzarse por merecer moralmente tal belleza física; si era feo, podría compensar su fealdad mediante el cultivo del espíritu. Séneca también alabó estos artilugios, indicando que fueron inventados para que nos conociéramos mejor a nosotros mismos. Puede que los espejos modernos nacieran en Murano a principios del siglo XVI. La receta de su fabricación era mantenida en secreto bajo amenaza de pena de muerte para chivatos.

Cualquier superficie reflectante puede servir para espiar nuestra silueta y rostro, como saben las nenas y nenes presumidos que van por las calles mirándose en la luna de los escaparates, como aquel tipo del bisoñé cuya manía era indagar clandestinamente a cada momento el estado y colocación de su ridícula peluca. Narciso se perdió en el espejo de las aguas al contemplar su belleza, como tantos colegas suyos hoy, desquiciados por el ansia de autoestima, que se pierden en el monitor del celular o teléfono móvil, artefacto pseudo-inteligente que les sirve de espejo maravilloso, como a la madrastra de Blancanieves el suyo, pero siendo el móvil menos veraz.

Los psicólogos afirman que los humanos nos forjamos una imagen de nosotros mismos gracias al espejo. También los otros son espejos en que nos miramos, y a los que solemos atribuir nuestros defectos (proyección). Las pantallas informan la propia imagen, la deforman, la conforman, la adelgazan o la engordan, sobre todo la ceban e hinchan mediante el halago publicitario y propagandístico, “¡porque tú lo vales!”. Las pantallas son incluso más engañosas que aquellos espejos deformantes de las ferias de mi infancia. Pero ahora su potencia es inaudita y pueden multiplicar tus avatares hasta el infinito, los de tu jeta, tu vacación, tu comida, los de tu gatito…

Los espejos han seducido e intrigado desde siempre a la humanidad. A Jorge Luis Borges le fascinaban y le horrorizaban a la vez. En uno de sus poemas se pregunta: “qué azar de la fortuna / hizo que yo temiera los espejos”. “Infinitos los veo, elementales / ejecutores de un antiguo pacto, / generativo, insomnes y fatales // Prolonga este vano mundo incierto / en su vertiginosa telaraña; / a veces en la tarde los empaña / el Hálito de un hombre que no ha muerto // Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro / paredes de la alcoba hay un espejo, / ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo / que arma en el alba un sigiloso teatro”. Borges renegó, con la gracia del gran poeta, de ese “orbe profundo que urden los reflejos”. El hombre siente, gracias al espejo, que es reflejo y vanidad. “Por eso nos alarman”.

El espejo es un símbolo de vanidad, pero también de exaltación erótica. Antaño se pensaba que el reflejo contenía y retenía alma, por eso los espejos de la casa del difunto se velaban para facilitar su tránsito. “Psiqué” se llamaba el gran espejo oriental. Los grandes pintores del Renacimiento se lucieron pintando espejos: Parmigianino, Van Eyck, Durero… Leonardo escribía especularmente, de derecha a izquierda. Tiziano, Rubens y Velázquez representaron a Venus seduciendo al espectador con un espejo. El espejo es símbolo de presunción, pero también de auto-reconocimiento. Estimula la imaginación y amplía la conciencia. El surrealista Magritte juega con “el otro subconsciente” y lo presenta en el espejo. Es el doble de Alicia, su ensoñación. Hay quien se pierde para siempre por remirarse demasiado: extraviado detrás del espejo.

Cuando es fiel, el espejo no miente sobre nuestras cicatrices y arrugas. Scheler lo convirtió en emblema de la Inteligencia divina, morada de Dios, esencia del Buda. En la Virginidad de María, como en el Adán genesíaco, refleja el Padre Hacedor su propia imagen. Las mujeres lo suelen llevar en el bolso. No extrañe que adopte un sesgo femenino y la alquimia incluya al espejo en la esfera lunar. Los chinos lo asocian a la felicidad conyugal; los japoneses, a la pureza del alma. En los Salmos se dice que “los cielos cuentan [reflejan] la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Francisco de Asís creía que la naturaleza era el espejo de Dios, reflejo de Su bondad y belleza. Pienso que al creer esto no hacía más que reflejar en la naturaleza sus nobles intenciones. Vemos lo que somos.

El espejo natural más grande del mundo es el Salar de Uyuni en Bolivia, principal reserva de litio del mundo. Un capricho terrenal. Pero la naturaleza es móvil y plástica, nos emplaza en lo irreversible. Su pantalla es más un cine que un espejo. Abismar la mirada en los fondos y laberintos de ese espejo cósmico da vértigo. Aristóteles imaginó en su centro un dios pura energía, inmóvil, opuesto a la movilidad de todo lo demás que gira alrededor suyo como el amante hacia lo amado y deseado. Eje natural de una inmensa peonza, el dios del Estagirita es feliz contemplándose eternamente a sí mismo en un luminoso acto especulativo de inteligencia (nóesis noéseos), absorto y confundido en la imagen de su espejo.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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