REFLEXION
Esto nos debería hacer reflexionar, ¿Estamos ante un sistema social, económico y político realmente enfermo? Si observamos los resultados, estos pueden darnos una referencia.
Un sistema que genera desigualdades no es un sistema justo, aun llamándose democrático. Si no ¿Por qué los ciudadanos tienen que hacer frente a estas desigualdades? (Caritas, cruz Roja, Aldeas infantiles, ONGs, etc. etc.) Si la causa es generada por un estado injusto, llámese del régimen que sea y lo ostente quien lo ostente ¿Cómo es posible que a la vez que crecen las ciudades, a su vez, en sus extrarradios crece los barrios pobres? ¿Cómo podemos decir que es justo que aquellos que contribuyen a construir edificios, viviendas dignas, hospitales, centro de salud, no tengan luego derecho a ellas? Y se diga con toda la amoralidad “son daños colaterales” o “no hay para todos” desde un estrado, un cómodo sofá, o una judicatura que lo avale.
Llegado al punto de esta somera exposición de una realidad constatable, por tanto, no imaginaría y el que lo quiera ver como imaginaría allá él o ella. Traigo aquí una visión clásica y de mayor peso que las mías, sobre una visión de una sociedad justa, del libro que debería ser referencia y cabecera para todo político que se precie, empresario o juez, la obra de La República o El Estado de Platón. Con ello quiero argumentar que la enfermedad de esta sociedad viene provocada por un virus muy antiguo, es el ego.
En el libro primero se precisa la definición de justo y de injusto, dice así: “¿Cuál es el valor de esta otra definición, presentada por un interlocutor más formal: la justicia es lo que es ventajoso al más fuerte?
En este caso se confunde la justicia con el interés del poder, cualquiera que sea. Esto es razonable si los poderosos no se engañasen nunca en provecho propio … Se objeta que el pastor, al cuidar su ganado, se procura de las ventajas que él obtendrá, y que el ganado no es más que un instrumento de su fortuna. De aquí se concluye que en todas las cosas de la justicia se resuelve en interés del fuerte y en perjuicio del débil; y, por último, que el hombre injusto, porque tiene superioridad en todos los negocios públicos y privados sobre el hombre justo es, en definitiva, más dichoso, el único dichoso.”
¿Somos ciegos que nos dejamos guiar por ciegos?
¡No! Más bien ignorantes, porque la ignorancia es una forma de ceguera, y también una modalidad de gobierno. En uno de mis artículos escribí sobre los lobos disfrazados con piel de cordero, refiriéndome a la actual presidencia de la Junta de Andalucía, y creo, ahora más que nunca, no haber errado en la comparación, dado el panorama que se nos presenta, expreso esta realidad. Ahora la argumento.
En el libro segundo de La República o El Estado, sigue ahondando en el sentido del hombre justo o injusto “¿Cuál es el más dichoso? No es difícil adivinarlo. Tarde o temprano, el justo se verá abofeteado, atormentado, cargado de cadenas, quemado sus ojos y condenado a morir en la cruz, ejemplo terrible para los demás, ya que él mismo no se convenza de que entre los hombres se trata menos de ser justo que de parecerlo.
El hombre injusto, omnipotente en el Estado, bajo la máscara engañosa de la justicia, se casará y contraerá para sí y los suyos relaciones a su gusto, se divertirá, se enriquecerá, se pondrá por encima de todo y de todos, hará bien a sus amigos, atraerá a los hombres con dones magníficos y, a fuerza de sacrificios, ganará a los dioses mismos.”
Han paso siglos de este libro. Y es asombroso cómo va desgranado al ser humano y aquí estamos en los albores del siglo XXI más perdidos que nunca, a pesar de todos los adelantos, tropezando con la misma piedra, creyendo que servimos a la justicia, dormidos con el “pan y circo”.