El romanticismo, uno de los conceptos que más se ha deformado en el uso lingüístico, es el liberalismo en las artes. Fue un arte libre para para una sociedad libre. No constituyó una escuela formal ni tuvo reglas. Fue más bien un espíritu, una nueva sensibilidad que comprendía todas las expresiones artísticas y que rechazaba el racionalismo del siglo XVIII, el de la Ilustración. El romanticismo es difícil de verbalizar, pero fácil de sentir en sus obras. El artista rebelde, la exaltación del Yo, la atracción por el lado oscuro del ser humano, la primacía de la naturaleza, el héroe solitario que lucha contra el sistema, la fe en un mundo mejor. El amor y, sobre todo, la muerte. El hombre empequeñecido ante la grandiosidad de lo sublime. Los románticos defendieron la subjetividad frente a la certeza de la ciencia y la razón. Se sintieron incomprendidos y buscaron transmitir como profetas.
Al Yo de los autócratas le iba a suceder en la historia el Yo del ciudadano con la Revolución Francesa. Pero por poco tiempo. El filo de la guillotina sesgó cabezas y esperanzas. El romanticismo nació en un baño de sangre y nunca saldría de él. En adelante, los románticos irán de desilusión en desilusión. Deseaban lo absoluto y se reencontraron con el absolutismo: primero, el de Robespierrre, durante el periodo revolucionario conocido como “el terrror”. Luego, el de Napoleón. Los nuevos autócratas jamás sintieron simpatía por los intelectuales que no fueran sus cortesanos, por eso odiaron tanto a los románticos, porque el romanticismo se sustentaba en la libertad.
Así, los románticos quedaron condenados a una huida hacia adelante en una rebelión que, de esencial, se convirtió en existencial, chocando frontalmente contra un sistema que les negaba la libertad fraternal a la que aspiraban. Perdieron contra todos los sistemas. Sin embargo, los románticos, se apropiaron de un territorio que producía terror y que nadie se atrevió a disputarlos. Un territorio nocturno, una subjetividad donde ardían las pasiones, la fiebre, la locura y la muerte. Y nadie como ellos explorará a fondo aquel territorio oscuro. Descenderán hasta lo más profundo del alma aun a riesgo de consumirse.
Ahora bien. ¿Qué ocurre si extrapolamos conceptos? El racionalismo, la Ilustración, la “diosa razón” contra la que se rebelaron los románticos, aquella que prometía la felicidad a través de dicha diosa, se convirtió en razón instrumental, es decir, aquella surgida para doblegar y dominar al ser humano. Hoy, un nuevo sistema al que denomino “supercracia” en el libro El despertar de la Ira: manual de lucha, nos promete un nuevo medio para alcanzar la plenitud. Tal y como antes los ilustrados nos prometieron la felicidad a través de la razón, hoy nos hacen la misma promesa, pero a través de la tecnología. Sí. Es cierto que la tecnología mejorará nuestro día a día, nuestras vidas, y que debería dirigirnos a un nuevo proyecto humano. Pero, como ya ocurrió en el pasado con las mismas falsas promesas, la tecnología se ha convertido en tecnología instrumental, aunque con una diferencia. En esta ocasión, esta nueva superclase dominante sí se atreverá a disputarnos aquel territorio subjetivo que a pulso conquistaron los románticos y que nos dejaron como legado. Es más. La existencia de la supercracia como nueva clase espiritual, que no social, pasa por arrebatarnos aquel territorio que ganaron y conservaron los románticos, el de nuestra libertad subjetiva, porque los “supércratas” son omniscientes, omnipresentes y omnipotentes. Omniscientes porque son los veraces, los que son capaces de generar y determinar verdades. Omnipresentes, porque como sujeto histórico nacido en la globalidad alcanzan a todos y cada uno de los individuos a través de la tecnología instrumental, elaborando perfiles sociales ciudadano por ciudadano. Omnipotentes porque su poder impera por encima de las soberanías nacionales y las libertades individuales. Imperios mediáticos, compañías multinacionales, empresas transnacionales, agrupaciones globales de “cara sin rostro”. Y, aquí, ya estoy intentando transmitir como un profeta romántico, ante la incomprensión del proyecto social al que nos quieren dirigir con la tecnología instrumental, como ya ocurrió con la manipulación de la razón en la época de los ilustrados en la que aquella diosa fue prostituida.
Tecnología instrumental versus humanismo. No somos aplicaciones informáticas ni las sociedades pueden convertirse en bases de datos. Necesitamos recuperar la cultura libre, con mayúsculas, entendida como herramienta que sirve para el desarrollo del potencial humano sin manipulación alguna. Cada individuo es único. Cada personalidad, insustituible, aunque todo esté pensado y dirigido para que seamos entes pensados y no pensantes.
Los románticos estuvieron siempre en la oposición. Fueron la oposición misma, atemporal, definitiva, metafísica. Abrazaron lo imposible y rechazaron todo lo demás. Necesitamos recuperar la autoestima del ser libre individual. Se buscan románticos.
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