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EL ACUSADOR (Biografía de Satán), por José Biedma López

 El vuelo de Satanás a través del caos, grabado de Adolphe Gusmand, c. 1868.
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El vuelo de Satanás a través del caos, grabado de Adolphe Gusmand, c. 1868.
Todas las religiones y todas las metafísicas intentan responder de un modo u otro a la pregunta por la entrada del Mal en la vida de los hombres. Del relato del Génesis bíblico parece seguirse la consecuencia de que el mal es inevitable: dolor, trabajo, enfermedades y muerte son consecuencia y castigo por el pecado original, marcan la caída del hombre, una falta de enorme trascendencia histórica consistente en el orgullo presuntuoso de haber querido conocer y ser como Dios. Parece darse por hecho que dicho conocimiento es poder y es rivalidad competente.
EL ACUSADOR (Biografía de Satán), por José Biedma López

En el Antiguo Testamento está claro que Yavé es tan responsable del bien como del mal. En las Lamentaciones de principios del siglo sexto antes de Cristo eso se expresa claramente con una pregunta retórica, que es también advertencia: “¿Quién será aquel que ha dicho que se hace alguna cosa sin que el Señor lo ordene? ¿No vienen acaso del Señor los males y los bienes?” (Lam. 3ª, 37-38). Siglos después, la imagen de Dios irá santificándose, su enfatiza su misericordia, su bondad esencial. Entonces será Satán el único responsable del Mal.

El nombre de “Satán” significa El Acusador y aparece por primera vez en el Libro de Zacarías, profeta menor, escrito hacia el 520 a. C. Satán no es todavía símbolo del mal, sino una especie de fiscal global. En el Libro de Job es Satán quien pone en duda la bondad del protagonista: “¿Teme Job a Dios por nada? ¿No le tienes tú a cubierto a él y a su casa y a todo lo que tiene en derredor? El trabajo de sus manos has bendecido; por tanto su hacienda ha crecido sobre la tierra”. O sea que Job ama a Yavé por puro interés –esto es lo que insinúa Satán.

Como el sufrimiento de los inocentes parece entrar en contradicción con la justicia divina, Satán irá cargando en sus hombros la pesada mochila de las desgracias que afligen a los humanos. El extraordinario Libro de Job, indiscutible joya literaria, expresa trágicamente la contradicción o paradoja ética de que los malvados sean a veces más felices que los buenos, ¡pero no la soluciona! Una respuesta mística y misteriosa será la que siglos más tarde ofrezca el sacrificio del Hijo de Dios como fuerza de salvación y redención. Pero hacia el 400 a. C., cuando se escribe el relato de Job, Satán no es todavía la personificación del Mal, sino un Hijo de Dios, un ángel que informa a Yavé sobre los pecados que descubre al recorrer la Tierra conviviendo entre los hombres, pero sin afectarlos: un espía y un chivato.

Durante el tercer siglo a. C. Satán se convierte en agente provocador, un activista que induce a los hombres a pecar, es decir, a rebelarse contra la ley de Moisés, mandamientos de Yavé. Los judíos alejandrinos traducirán su nombre al griego: Diábolos (en latín diablo, inglés devil, alemán Teufel), todavía con la connotación de “carencia de iniciativa propia” y subordinación al Creador. Sin embargo, “diábolos” viene del verbo griego διαβάλλω (diabállo) verbo que en sentido figurado significa acusar, pero también calumniar, indisponer, enemistar, engañar. Este tipo de diablos creadores de discordia sobreabundan hoy en nuestras cadenas televisivas. Lo contrario de “diábolon” es “sýmbolon”, símbolo es el objeto que ratifica la unión fraternal y el compromiso hospitalario en el mundo antiguo.

¿Qué motiva a Satán, al Tentador por excelencia? ¿Por qué induce a los humanos a delinquir contra Yavé? La respuesta es…, ¡la envidia!, ese vicio tan español, o ese tipo de envidia que son los celos. Satán queda entonces identificado con la “Antigua Serpiente” que sedujo a Eva. No admite de buen grado que Dios ame a los hombres y, por tanto, se convierte en su enemigo mortal. No acepta la preocupación de Yavé por su criatura más frágil.

La literatura rabínica ofrece diferentes versiones sobre el origen de Satán. Según la más antigua, fue creado a la vez que Eva; según otra interpretación, bajo el nombre de Samaël es caudillo de los ángeles insurgentes. La caída de los ángeles desleales está ligada a un obscuro pasaje del Génesis (6, 1-5), unos versículos que encantan y obsesionan a los teóricos de los antiguos extraterrestres: Habiendo comenzado los hombres a multiplicarse, procreaban hijas y “viendo los hijos de Dios la hermosura de las hijas de los hombres, tomaron de entre todas ellas por mujeres las que más les agradaron. Dijo Dios entonces: No permanecerá mi espíritu en el hombre para siempre, porque es carnal; y sus días serán ciento y veinte años. En aquel tiempo había gigantes sobre la tierra, también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y ellas concibieron; estos fueron los héroes del tiempo antiguo, jayanes de nombradía”.

Las tradiciones que recogen el Génesis y el resto de los libros del Pentateuco tienen casi tres mil años. Me pregunto si este texto no será un eco de una experiencia ancestral, de la existencia de especies homínidas distintas e hibridando entre sí, como hicieron cromañón y neandertal. Cada año los paleo-antropólogos desentierran restos de razas de homo desconocidas.

Según la interpretación católica, estos gigantes (Nephilim) nacidos de mujeres y de seres celestes dan idea de la perversidad que justifica el diluvio universal. Estos ángeles promiscuos, dirigidos por Azazel o Semiazas (sobrenombres de Satán) fueron castigados por Yavé a causa de su depravación. No discutiremos por el sexo de los ángeles, ni por su género. En el Talmud se ventilan sus caracteres y rangos. Se dice que los ángeles de superior jerarquía eran castos y tal vez asexuales y se les reconocía por estar circuncidados. Del mismo modo se interpreta que los humanos circuncidados son menos voluptuosos.

En otra tradición rabínica Satán tiene por mujer a Lilith y Dios le castra para que no pueda procrear con ella. De modo que Satán no pudo tener descendencia. Esta tradición ve el origen de los demonios en los pecados de los hombres; cada vez que un hombre peca, nace un demonio. Otra tradición hace de Lilith la primera mujer de Adán, seducida por Satán. Se cuenta que Adán y Lilith se separaron al disputarse la autoridad. Los descendientes de ella y Satán son los íncubos y los súcubos que asaltan sexualmente a los mortales durante el sueño. Una interpretación más sofisticada hace de Lilith la figuración imaginaria de los perversos deseos onanistas de Adán, de cuyo semen disipado por la tierra nacerán súcubos e íncubos, que no habrían tenido madre. Esta idea de un esperma no corporal que genera demonios se conserva en el ocultismo actual. Otro relato habla de una separación de Adán y Eva después del nacimiento de Abel por espacio de cien años, durante ese siglo ambos esposos mantuvieron y disfrutaron relaciones sexuales con los espíritus, convirtiéndose así en padres de demonios.

Satán y sus demonios ocuparán un lugar preeminente en nuestra tradición occidental y sus actos contra el hombre tendrán un significado preferentemente sexual. Nada que ver esta consideración semita y pecaminosa del sexo con la jovial de la cultura griega, cuya idea de la creación es una teogonía, es decir, una cama redonda de dioses generando otros dioses, héroes y heroínas. Zeus, rey del panteón heleno, es infiel a su esposa Hera siempre que puede o lo desea, donjuanesco seductor que le da a todas las carnes y no tiene inconveniente en volverse águila, toro, cisne o lluvia de oro para seducir y preñar hermosas princesas, casadas o solteras.

Las mismas fuentes rabínicas a las que me he referido sostienen que los Nephilim no solo fornicaron con guapas mortales, sino que les enseñaron prácticas mágicas, hechizos y evocaciones. Al demonio sólo se le menciona tres veces en el Antiguo Testamento. La palabra griega daimon significa divinidad. Sócrates invoca a su daimon para perseverar en la búsqueda racional de la excelencia (areté, virtud). Dicho daimon es un dios interiorizado que se confunde con la voz de la conciencia. En el Banquete, Sócrates habla también del amor (Eros) como un demon que lleva mensajes de los dioses a los hombres revelándoselos en sueños. Su naturaleza es metaxý, medianera, ni mortal ni inmortal, ni humano ni divino, como hijo de Penuria e Ingenio, es un intermediario entre lo sublime y lo sensible.

Estas divinidades griegas secundarias, los daimones, podían albergar buenas o malas intenciones hacia los hombres como representaciones de un destino glorioso (ángel de la guarda, dulce compañía…) o funesto. Pero ya en el libro semita de Tobías, el daimon es un mal espíritu al que se puede dar caza mediante el humo del corazón y el hígado de un pez pescado en el Eúfrates. Satán y sus demonios están muy interesados en que no creamos en su milenaria existencia, y eso que su seducción y su acción en el mundo y en la historia son mucho más tangibles que los milagros de misericordia divina.

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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