Sábado 30 de mayo de 2020
Por Pedro Alcalá
Con que orgullo tintinea
la fuente de mi pueblo.
Como junco al viento de enea
atrapando calmas,
en las cansadas
almas,
e induciendo sueños
con su sonidos
monótonos y mágicos .
¡Todas las noches
sin reproches!
alegrando
con su fluir .
Al silencio en su vivir
y despertando
con su ininterrumpido tin, tin,
a la oscuridad
y su galope.
Y bajo ella
en el subsuelo,
a sus muertos
de golpe,
que Bailaran
toda la noche
con claridad
en la inmensidad.
Cuando el reloj
marque las doce,
los muertos
y los pocos despiertos
disfrutarán de la armonía
desde la cercanía,
de tan bella fuente,
y de tan brava,
extinta gente.
Cuentan las historias que donde se ancla esta hermosa fuente existía un campo santo, a la vera de una pequeña ermita y rodeado de ramificados y espigados cipreses. Por la noche cuando el silencio llama a la calma y los cuerpos cansados de navegar, se van preparando para descansar . Si sobre las doce de la noche de cada uno de noviembre , te da por reposar tu cuerpo en esta fuente placera y placentera para escuchar el monotono discurrir de sus agua al caer, hallarás en el silencio y su soledad, las extintas voces de aquellos que sus suelos pisaron y aguas bebieron y tal vez, retrocederas en el tiempo e imaginarás, este pequeño espacio transformado y alterado por los años donde los sueños casi siempre, a sus gentes se cumplieron.
Donde los vivos pasaron a muertos. ¡Y los muertos!
¡Ay! Los muertos .
Siguieron soñando con sus vidas
y sus nombres perdidos.
Porque eternamente solos
se quedan los muertos,
cuando se diluyen sus recuerdos
de nuestros cerebros...
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