Martín Alonso Pinzón y sus hermanos fueron los que hicieron posible que el viaje a las Indias se pudiera realizar. Por muchos pregones y promesas que hiciera Cristóbal Colom en Palos y comarca no encontró a nadie que quisiera embarcarse con un desconocido. Sin embargo, Martín Alonso Pinzón inicia una enérgica campaña con sus hermanos visitando, casa por casa, a sus parientes, amigos, conocidos, por Huelva, Moguer, Palos, consiguiendo que se enrolen los marineros más destacados de la comarca. Por otra parte, Martín Alonso Pinzón desecha los barcos que Colom había confiscado en Moguer y propone, como más veleras y aptas para el oficio de navegar las carabelas que ya tenía arrendadas, la Pinta, capitaneada por él mismo, y la Niña por su hermano Vicente Yáñez Pinzón. Por su parte Cristóbal Colom compra a Juan de la Cosa la nao Santa María, que él mismo capitanea. Además, Martín Alonso Pinzón aporta de su hacienda 500.000 maravedíes para este proyecto. Por otra parte el hermano mayor de los Pinzón aborta la insurrección de la tripulación de la nao Santa María, que exigía el regreso a casa por sobrepasar las leguas contratadas, y pide al Almirante que ahorque a media docena y los arroje al mar y si no se atreve subiría a bordo con sus hermanos y colgaría a media docena en el palo mayor.
Pero la buena avenencia que había entre Colom y Martín Alonso Pinzón desaparece cuando el capitán de la Pinta le presenta al Almirante al marinero que primero avistó tierra para que le adjudicase el premio de 10.000 maravedíes que habían ofrecido los reyes al primero que lo hiciera. Pero Colom, cargado de razón, afirma que el primero en avistar tierra lo había hecho él, por lo que el premio le corresponde, pues poco antes del rezo de la salve vio una tea encendida. Y le dice que lo puede corroborar el administrador real Pedro Gutiérrez que también lo vio. Pero el capitán de la Pinta le replica que desde que se rezó la salve hasta que Juan Rodríguez Bermejo avistó tierra habían avanzado muchas millas. ¿Cómo se puede ver una luz, por muy potente que sea, a más de 35 millas que se encontraban en el atardecer del día anterior? La curvatura de la Tierra lo impide. Además la Pinta estaba más avanzada y a esa hora nadie vio nada. Y no cree que 10.000 maravedíes supongan gran cosa para el Almirante de la Mar Océano, pero para el pobre marinero significa una gran fortuna que le sacará de la miseria. Colom se cierra en banda diciendo que él fue el primero en avistar tierra y no hay nada más que hablar. (Esos 10.000 maravedíes se los dará Colom para su sustento como pensión a Beatriz Enríquez de Arana, la madre de Hernando Colom) Martín Alonso Pinzón intuye que Colom quiere adjudicarse el honor y la gloria del viaje para él solo, pero él había aportado medio millón de maravedíes, por lo que también tiene derecho a las ganancias y a los triunfos.
El 21 de noviembre de 1492 deciden bordear por el este la isla Juana. Aprovechando las mejores condiciones marineras de la Pinta en comparación con la Santa María y la zona laberíntica de las islas arenosas cubiertas de vegetación tropical, Martín Alonso Pinzón decide separarse de la flota y, en vez de seguir la estela de la nave capitana, toma rumbo oeste. Cuando Colom quiere darse cuenta la Pinta ya está bastante lejos y, por muchas señales que le hacen para que se reúna con ellos –pone farolillos en los mástiles y disparos de bombarda- la pierden de vista. La Pinta llega a Babeque, donde se encuentra oro, pero no en la cantidad deseada. Los nativos les dan a entender que en una gran isla situada al suroeste hay montañas enteras que son de oro. Llegados a Xaymaca –lugar del oro bendecido- comprueban que habían confundido el oro con rocas de color amarillo. La isla es de gran tamaño, casi como la Juana (Cuba) y las poblaciones se sitúan en su mayoría en las costas. Al capitán Martín Alonso Pinzón le invitan a la boda de un cacique del lugar, donde también acuden los caciques de la contornada. Y todos los invitados se acostaron con la novia con la complacencia del novio, dando a entender una moral muy diferente a la cristiana. Allí es donde Martín Alonso Pinzón contrajo la enfermedad de la sífilis. Así como la viruela, el sarampión…, son enfermedades que llevaron los europeos a América, la sífilis vino a Europa de las tierras descubiertas. (1)
(1) Según la hipótesis colombina la sífilis la trajo a España la tripulación de Colom. A la difusión de la enfermedad por Europa, contribuyó decisivamente el ejercito del rey de Francia Carlos VIII, compuesto principalmente por franceses, holandeses, suizos y españoles, así como por mercenarios europeos, que, en su lucha por conquistar el reino de Nápoles, entra en Italia a finales de 1494 y, tras un breve sitio, vence al ejército napolitano formado por mercenarios. Sin embargo, poco después, en 1495, una alianza de los príncipes italianos derrota a Carlos VIII, detectándose en ese momento una epidemia entre los soldados franceses, que fueron culpados de difundir la enfermedad por toda Italia. La derrota supuso la expulsión del ejército invasor y la propagación de la enfermedad al regreso de los soldados por toda Europa.
Colom continuó navegando por la costa de la isla Juana hacia el este y el 6 de diciembre avista el extremo oeste de una gran isla que denominan La Española por encontrarle un gran parecido con España. Tras el naufragio de la nao Santa María Colom se vio en la obligación de dejar en la isla a 39 marineros en el fuerte Navidad y él, Juan de la Cosa y otros embarcaron en la carabela La Niña capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón.
Navegando hacia el este por la costa norte de la isla con el fin de regresar a España, en el punto más septentrional de la isla ven un alto promontorio unido a tierra por un istmo bajo. Entonces Colom no puede reprimir su emoción:
-¡Ese promontorio es Monte Christi!- exclama como si hubiera recibido una revelación- Las minas de oro se encuentran detrás de ese promontorio.
Efectivamente, aparecen abundantes vetas de oro en las paredes rocosas. Pero carecen de los medios para su extracción y deciden regresar a casa y volver con las herramientas adecuadas. Y da la casualidad que se avista en lontananza la carabela desertora, La Pinta. El encuentro entre las dos carabelas es contradictorio. Los hermanos Pinzó se abrazan efusivamente, pero Cristóbal Colom no participa de esa emoción.
¿Sabes que la deserción está castigada con la horca?- le echa en cara Colom al capitán de la Pinta.
¡Yo no deserté!- responde Martín Alonso Pinzón-En aquel laberinto de islas e islotes que hay junto a las costas de la isla Juana había que estar muy pendientes de los arrecifes.
Os hicimos toda clase de señales.
No las vimos. Pensamos que en cuanto saliéramos de aquel laberinto nos reencontraríamos. Estuvimos esperando, pero al no veros decidimos descubrir por nuestra cuenta y rescatar el oro que pudiéramos.
El rescate del oro os está vedado. Yo soy el único que puede explotar las riquezas de todas estas islas, porque los reyes me lo otorgaron.
Yo participé en la financiación de esta empresa, lo que me da derecho a rescatar el oro que pueda.
Bueno dejemos de discutir- interviene Vicente Yáñez Pinzón- y regresemos a casa ahora que tenemos el tiempo favorable.
El miércoles 16 de enero las dos naves se internan en altamar y dejan de lado las nuevas islas que se ven en lontananza. Y una vez que cogen los vientos constantes del oeste las carabelas maniobran decididamente y toman rumbo al este. Da gusto navegar con los constantes vientos alisios que soplan a popa. El clima es bondadoso y los días se suceden apacibles. Las olas golpean rítmicamente los costados de las carabelas, al tiempo que las velas suspiran y se inflan felices en los mástiles. De vez en cuando los delfines hacen cabriolas alrededor de las naves. Rabihorcados, pardelas y otras aves marinas revolotean por entre las vergas, jubilosas de azul. Las aguas plateadas, donde cabalgan las olas con sus crestas de espuma, se pierden en el difuso horizonte. Todo parece feliz. Y los indios gritan palabras medio castellanas a los ágiles delfines.
Los europeos han ido a las Indias a descubrir desconocidas tierras y ahora los indios van a ignorados países sin sospechar el salto cultural que han de hacer desde su vida neolítica. A los indios se les da el mismo trato y el mismo trabajo que a los grumetes: otear el mar en busca de escollos sumergidos, secar el rocío de los cables, fregar y, principalmente, accionar las bombas para succionar el agua que contantemente entra en la bodega. Se les enseña que para mear lo han de hacer cara al mar. Poco a poco lo van asumiendo. Lo que más complejo les resultaba era defecar en el “jardín”, en la trona suspendida sobe las olas. Habían de subir sobre la baranda de la borda y sentarse en el asiento. Si la mar está agitada, la espuma helada de las olas les azota las nalgas. Al acabar habían de limpiarse con un cabo impregnado de brea.
Por las noches Cristóbal Colom suele salir a cubierta a caminar y oler el perfume del océano. Las estrellas, que brillan como diamantes incrustados en el tapiz de los cielos, proporcionan una borrosa claridad. Son noches claras y silenciosas. Pero esta noche Colom va pensativo y taciturno. Lleva una caja metálica bajo el brazo.
Contra la oposición e, incluso, la burla de muchos –dialoga consigo mismo- he conseguido atravesar, por fin, el Atlántico y llegar a las Indias. Me espera la gloria y el reconocimiento. Lo siento amigo, pero la gloria será mía y solo mía.
Y arroja a las profundas aguas del océano la caja metálica. Dentro va el cuaderno de bitácora, mapas y cálculos de navegación de Alonso Sánchez de Huelva. Y cuando la luz mortecina empieza a romper el día y la marinería se levanta de sus petates y, después de pasar con su escudilla por la cocina y se reincorpora a su rutinario trabajo, Cristóbal Colom se sienta detrás de su mesa de trabajo y decide escribir cartas, ahora que tiene tiempo y sosiego, a los reyes y a los que le han ayudado para darles a conocer el éxito del viaje.
El 12 de febrero hay mar grande y el viento, y también la mar, obligan a que se trabaje duro. Hasta ese día, ni el viaje de ida y costeando las islas, habían tenido un mal temporal. Pero ahora las carabelas habían de pasar la prueba de fuego. No se sabe si resistirán un mal temporal. Ahora, por primera vez, empiezan a aparecer los viejos enemigos del marino: el rayo, el vendaval, las fuerzas brutales de la naturaleza. La marinería mira con ojos de terror el horizonte del oeste y lo ve encendido en pálidos carbones de color violeta y el sudoeste aparece de color blanco cenizoso. Se le hacen señales luminosas a la Pinta a la que se observa lejana, pequeña en la distancia. Perdida casi por la visión y sin otro escorzo que el que le da su movilidad, se ve a la Pinta que también insiste con sus señales luminosas. Un violeta sucio se filtra a través de los nubarrones haciendo que la faz del mar presente una coloración purpúrea. Esos nubarrones de lontananza se ven asaetados por numerosos relámpagos y centellas y un sonar de lejanos truenos. Repentinamente se ilumina toda la bóveda y un estruendo seco y potente deja ciegos y sordos por un instante a todos los marineros. Y se desata un fuerte viento, la mar se convulsiona de manera alarmante y los cielos dejan caer una torrencial lluvia que azota las caras. Las olas zarandean a las carabelas como si fueran un trozo de corcho, elevándolas para contemplar un mar enfurecido dejándolas caer vertiginosamente encajonadas entre dos masas de agua. Tan pronto se inclinan peligrosamente a babor, como después lo hacen a estribor. Los hombres ligados a los mástiles no pueden hacer nada. Un golpe de mar arrastra a uno de los indios que desaparece en las abismales aguas, Nada se puede hacer por él. Pero todos quedan con el espanto en los ojos. Y se aferran hasta con las uñas haciéndose sangre en los dedos.
En la difusa distancia se sigue viendo zigzaguear, pero cada vez más borroso, más alejado, el farol de la Pinta, hasta que desaparece. Entonces en la tripulación de la Niña se apodera una sensación de orfandad, de desamparo. El peligro de naufragio se hace inminente. El fragor de los elementos es cada vez más irresistible. ¡Qué noche más terrible! ¡Qué noche más larga! Cuando amanece el sol se ve imposibilitado en abrirse paso entre la nubarrada. ¡Qué desesperación! La furia crece y crece. Colom y sus hombres han perdido cualquier esperanza. Vislumbran la muerte cercana. La carabela no podrá resistir por más tiempo estos golpes de mar. Se sienten vivos porque aún sufren el aullar del viento y el azote sin piedad de la lluvia en la cara. Olas enormes, monstruosos muros de agua se forman sin cesar. Cada nueva embestida amenaza con destruir la frágil embarcación, pero de alguna manera la Niña logra emerger de una sola pieza, aunque pronto es lanzada contra el siguiente muro de agua.
¡Imploremos todos al Altísimo para que nos salve!- ordena Colom a la marinería.
Con voz ronca y desacompasada todos rezan el Padrenuestro y el Credo. Cantan la salve marinera.
¡Habrá que juramentarnos, que si la Virgen Santísima nos salva- pide Francisco Niño-,que iremos todos descalzos, como penitentes a la iglesia dedicada a la Madre de Dios en la primera tierra que toquemos´
¡Lo juramos!- surge de todas las gargantas, imponiéndose a los silbidos del viento y a los estruendos de las aguas y a los quejidos de la arboladura.
Yo propongo además- sugiere Colom-que echemos a suertes entre todos para ir en peregrinación al monasterio de Guadalupe y al monasterio de la Santa Casa, que está en Italia, con un cirio de cinco libras de cera.
Y aprovechando una pequeña calma que permite la tormenta se meten en un bonete tanto garbanzos como tripulantes, sin contar a los indios, y a uno de esos garbanzos se le señala con una cruz. En primer sorteo se pasa el bonete a cada uno y saca el garbanzo señalado el mismo Almirante, que ha de peregrinar por todos al monasterio de Guadalupe, Y a Pedro Villa, que le toca ir en peregrinación a la Santa Casa, Colom le ofrece el dinero para las costas. Y como la tormenta no amaina, al pensar que los poderes celestiales no están conformes, Francisco Niño pide echar la suerte otra vez a ver a quien le toca velar durante toda la noche en Santa Clara de Moguer. Y se pasa otra vez el bonete y Cristóbal Colom vuelve a sacar otra vez el garbanzo señalado.