Octubre es un estado de ánimo, el espacio para reencontrarse consigo mismo, un viaje de regreso a la intimidad tan necesaria para templar el péndulo del desequilibrio y refugiarse de lo externo . En palabras de Catón: “Nos olvidamos de que nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo”.
Somos seres invadidos por la inmediatez de los otros, el ruido nos acribilla y nuestro interior se narcotiza. No dejamos espacio para la quietud y la meditación. Ladeemos las voces ajenas que taladran nuestro pensamiento. ¿Quién no se ha sentido solo o sola ante las concentraciones de otros seres tan incomunicado como nosotros, disfrazados de una apariencia estereotipada?
Octubre, mes luminoso y sosegado para recuperar el diálogo con aquellos libros olvidados que se despliegan y se desperezan cuando los tocas, de pasear en soledad por veredas y toparse con tu consciencia y no sentir pánico.
Dicen que la soledad es el ingrediente esencial de la creatividad. Darwin tomó largos paseos por el bosque y enfáticamente negó invitaciones a fiestas. Rousseau anduvo y anduvo; y, paso a paso ideó “El Contrato social”.
Nadie como Eliodoro Puche en su poema Soledad, entendió el octavo mes del calendario romano:
“Tarde de octubre con sol
de verano y limpio cielo ,
fresca de reciente lluvia,
verde de trigales nuevos.
Por el camino del monte
Entre pinares de fuego,
Solo con mi soledad
Soy el solo pasajero…”